La milana bonita
Literatura
En 1981 llegó a las librerías uno de los libros más desgarradores de la literatura española, ‘Los santos inocentes’, retrato de una España cejijunta y no tan lejana
Una parte de la honestidad que quedaba en el mundo se ha ido con el escritor vallisoletano. Basta con volver a abrir Los santos inocentes. El libro comienza con una dedicatoria a “mi amigo Félix Rodríguez de la Fuente”. Después, en las siguientes páginas, toda la desolación de un cortijo en la Extremadura de los años 70, todas las humillaciones de los señoritos de sonrisa blanquísima y unos ojos llenos de servidumbre que bajan la mirada generación tras generación.
El protagonista es Azarías, un desdentado retrasado mental con los “pantalones por las corvas” que se orina cada mañana las manos para que no se le agrieten. Su hermana, la Régula, sus dos niños, Rogelio y El Circe, que según Azarías no deben intentar estudiar “porque luego no valen para finos ni para bastos”, y Paco el Bajo, que ilustra la sumisión más absoluta poniéndose a cuatro patas para olfatear el rastro de las presas que ha derribado su señorito Iván, Ivansito al principio, hasta que un día, entre tiro y tiro, le espeta: “De aquí en adelante, de usted y señorito Iván”. Es tratado como un perro y él se comporta como tal. No le queda otra. Ya lo dice el señorito, “el que más y el que menos tenemos que acatar una jerarquía, unos debajo y otros arriba”. Y Paco, el Bajo, está a ras del suelo.
El título contiene una clara alusión bíblica y remite a la matanza de todos los niños menores de dos años dictada por Herodes, en consonancia con las convicciones profundamente cristianas de Delibes, que toma partido por Azarías y su sobrina Charito, también disminuida. Toma tanto partido que, a falta de justicia divina, es el autor quien se la toma con su puño y letra. Azarías, unido por siempre a la imagen de Paco Rabal tras la adaptación al cine de Mario Camus, vuelca en los pájaros toda la humanidad que falta a su alrededor. Primero con un búho, el Gran Duque, y después con una grajeta a la que alimenta y que acude a su hombro cada vez que la cita con un “¡quiá!”. En uno de estos vuelos, el señorito le descerraja dos tiros al animal. Y Delibes, a continuación, escribe uno de los párrafos más bellos que han salido de su pluma: “Sostenía el pájaro agonizante entre sus chatas manos, la sangre caliente y espesa escurriéndole entre los dedos, sintiendo, al fondo de aquel cuerpecillo roto, los postreros, espaciados, latidos de su corazón e inclinado sobre él lloraba mansamente: milana bonita, milana bonita”, la misma letanía que repetía siempre a su grajeta o a su sobrina disminuida, la Niña Chica. A los santos inocentes. Azarías “estrechó aún más el cuenco de sus manos sobre la grajeta agonizante, como si intentara retener su calor, y lanzó al señorito Iván una mirada vacía: ‘Se ha muerto, la milana se ha muerto, señorito”. Por eso, en la siguiente escapada, cuando cuelga al señorito de una soga en un árbol con su sonrisa bobalicona y “mascando salivilla”, el castigo se antoja justo, proporcionado, aunque el crimen tenga su origen en un ínfimo pájaro. Hace bien Delibes en cortar ahí la historia. Al pobre Azarías, el de “los remendados pantalones de pana por las corvas”, no le esperaría un futuro halagüeño con la Justicia de una España cerril, cejijunta y no tan lejana.
En ese ambiente de general sometimiento, Delibes destaca el reducido mundo interior del Azarías, que sabe ver a los ángeles cuando mira a la nada. Por eso es el único que ríe, aparte de las carcajadas malsonantes de los señoritos. Como cuando corre el cárabo o acaricia el entrecejo de la Niña Chica. Por su pura elementalidad también, carente de cualquier tipo de noción moral o social, será capaz de hacer lo que su cuñado y el cornudo de don Pedro, a pesar de todas las humillaciones sufridas, no fueron ni serían capaces de hacer: atreverse con el señorito. Se atrevió Delibes, que comparte con Iván la pasión por la caza. Hasta ahí las similitudes. La sombra del escritor se alargó infinitamente en esta obra. Tres años después de la publicación, con la adaptación de Mario Camus, los personajes quedarían para siempre con los rostros de Paco Rabal (Azarías), Alfredo Landa (Paco el Bajo), Juan Diego (señorito Iván) y una indeterminada milana inocente.
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