Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Mijaíl Shishkin | Escritor
Hijo de un marino ruso y una maestra ucraniana, Mijaíl Shishkin (Moscú, 1961) es uno de los escritores en lengua rusa más respetados y reconocidos del último medio siglo. Sin embargo, como buena parte de los autores de su país y de su generación, Shishkin, residente en Zúrich desde 1995, ha forjado esta reputación en el exilio. La editorial Impedimenta acaba de publicar su libro Mi Rusia. La guerra o la paz, una selección de ensayos escritos originalmente en alemán que, con la traducción de Pablo Alejandro Arias Pérez, aspira a divulgar en Occidente la verdad del régimen político de Vladimir Putin desde una perspectiva a la vez histórica y familiar. Shishkin se desplazó a España hace unos días para presentar la publicación y concedió esta entrevista a este periódico.
-¿Cómo reaccionaría la sociedad rusa ante un veredicto de culpabilidad contra un presidente de su Gobierno como el que acaba de afrontar Donald Trump en EEUU?
-Para empezar, eso es algo inimaginable. En Rusia todo el mundo sabe que las autoridades roban al Estado y se quedan con el dinero de las arcas públicas, pero a nadie le indigna. Alexei Navalni y su fundación construyeron toda su reacción de resistencia en torno a la crítica a las autoridades por la corrupción y apropiación del dinero público. Y no sirvió de nada. Imaginemos que toda la población española se enterara de un día para otro de que todos los presidentes de todas las comunidades autónomas, además del presidente del Gobierno, roban millones y millones; sería razonable pensar que, en las siguientes elecciones, los ciudadanos votarían a otros políticos. Pero eso es una diferencia fundamental entre una dictadura y una democracia: en una democracia, las autoridades dependen de la población, mientras que en una dictadura la población depende de las autoridades. Putin y sus allegados no son los primeros que roban a la población y al estado ruso, es una larga tradición que viene de la época de los zares; y la sabiduría popular rusa sostiene desde hace mucho que es preferible que los parásitos sigan en el cuerpo del caballo antes de que vengan otros nuevos aún por saciar.
-En una viñeta humorística publicada en España en plena transición democrática, un hombre poderoso se dirigía a las masas y hacía elegir: "O nosotros o el caos". El pueblo elegía el caos, pero el poderoso respondía: "Es igual, también somos nosotros". ¿Quizá la población Rusia ha terminado asimilando que, efectivamente, en su caso también da lo mismo?
-Habría que empezar preguntándose cuál es la diferencia entre una persona libre y un esclavo. Una persona libre no aguanta una situación que no le gusta: trata de cambiarla. La vida en Rusia no le gusta a nadie, cada generación asume el lema “no se puede vivir así”. Y a cada generación se le plantea qué hacer para cambiar esa deriva, pero el problema es siempre el mismo. Si adoptamos una perspectiva histórica, lo que encontramos es que cada intento de hacer una vida mejor hace que la situación empeore todavía más. Y eso, sin duda, ha influido en la psicología del pueblo ruso. Si uno quiere cambiar algo, lo que va a hacer es protestar contra el Gobierno; y eso significa que te van a aniquilar. Así que si uno tiene una familia de la que se siente responsable o un trabajo que le importa, lo que hace es adaptarse a la situación en vez de intentar cambiarla. Es como el dicho popular ruso: “Si vivimos con los lobos, aullamos en su idioma”. La gente se adapta a las normas para sobrevivir. Durante generaciones, la población rusa ha sido rehén de las autoridades y ha desarrollado un fuerte síndrome de Estocolmo. Si eres rehén y tu secuestrador tiene armas, no tiene sentido rebelarte. Lo que haces es colaborar. La obediencia es una estrategia de supervivencia que ha ido perfeccionándose durante siglos. Otro dicho ruso afirma: “No se puede desear la muerte a un zar malo”. Es decir, por muy horrible que sea la situación actual, siempre puede ser peor.
-¿No hay entonces alternativa para la nueva generación de rusos?
-Los que veían a Navalni como a su líder han quedado dispersos porque o están en la cárcel, o han tenido que emigrar o están callados en su casa. Ya me dirás.
-El político socialista español Fernando de los Ríos mantuvo una entrevista con Lenin en Moscú en 1920. Lenin presumió en aquel encuentro de todos los avances sociales logrados por los soviéticos y, cuando De los Ríos le preguntó por la libertad, replicó: "¿Libertad para qué?" ¿Qué respuesta daría hoy usted a Lenin?
-Algunas palabras no significan nada de por sí. Libertad es una de ellas. Uno puede utilizarla de cualquier manera y entenderla de cualquier manera. No sé si has leído la Constitución estalinista del año 36.
-No.
-Pues te la recomiendo, especialmente el capítulo titulado Libertades de la población trabajadora de la URSS. Los ciudadanos de la URSS tenían todas las libertades. Me habría encantado vivir en un país donde esa Constitución se hubiese aplicado. Pero lo cierto es que, bajo esa protección legal de las libertades, la gente vivía en un gulag. Cuando hablamos de la libertad en Rusia, hay que aclarar de qué libertad hablamos, para quién y para qué. Cuando yo tenía 16 años, yo quería viajar por todo el mundo, escribir libros y publicarlos. Para mí, la libertad consistía en eso. Pero cuando cumples 16 años, te das cuenta de que tus padres te han dado la vida en una cárcel y no tienes ninguna de esas libertades. Cuando la URSS se acabó de la noche a la mañana la libertad cayó del cielo, nadie luchó por ella. Yo me fui de Rusia y así obtuve la libertad que deseaba para viajar, escribir y publicar, pero la mayoría de mis compatriotas perdieron mucho y no recibieron nada. Así que ¿de qué libertad podía hablar yo con mis compatriotas si para mí se trataba de algo positivo y para ellos no significaba nada o, incluso, significaba algo negativo? A día de hoy, los creadores rusos no disponen de libertad alguna: o estás cantando canciones patrióticas, o te callas, o te vas del país. El mayor enemigo de la cultura libre en Rusia es el Estado ruso. Y, ahora, la cultura rusa libre solo se puede preservar en la emigración. Después de la Segunda Guerra Mundial, Thomas Mann afirmó que todos los libros publicados en la Alemania nazi apestaban a sangre y vergüenza. Hoy podemos decir exactamente lo mismo de la Federación Rusa. Ahora bien, si lo que quieres es ganar dinero con la guerra, ahí sí dispones de toda la libertad que desees.
-Usted escribió Mi Rusia en alemán. ¿Esa elección, esa extranjería asumida también en la lengua, tiene que ver con la defensa de esa cultura en libertad?
-Para mí es importante defender mi lengua. La lengua rusa no pertenece al régimen, sino a la cultura universal. Siempre que tengo una mínima oportunidad hablo en ruso para dejar claro que no es un idioma de criminales de guerra. He escrito todas mis novelas y mi obra artística en ruso, y lo seguiré haciendo. Para mí, el arte de la escritura tiene que ver con la desviación de la norma, con la zona más gris, más en claroscuro, del lenguaje; en ruso puedo escribir de una manera incorrecta, pero cuando escribo en alemán tengo que hacerlo correctamente, según las normas del idioma. Escribí este libro de ensayos en alemán porque se trata de textos de no ficción y porque me dirigía específicamente al lector occidental. Durante los últimos años he leído un montón de libros de los autoproclamados especialistas en Rusia que se dedican a explicar a los lectores occidentales cómo tienen que tratar a Putin y por qué están obligados a construir puentes hacia Putin para entenderse con él. Y gracias a esos expertos en Rusia nos encontramos en la catástrofe en la que estamos. Yo quería explicarles Rusia a los lectores occidentales a través de la historia del país y la de mi propia familia.
-¿Por qué se les da tan bien a los rusos la literatura?
-Qué pregunta tan maravillosa. Gracias. Estoy hasta las narices de Putin.
-Un placer.
-La literatura rusa empezó en el siglo XIX. Cuando Cervantes y Shakespeare escribían, en Rusia solo estaban los zares y sus bufones. Tuvo que surgir una conciencia europea en Rusia que empezó a buscar sus referentes y a contrastarlos en la literatura. En el siglo XVIII, Pedro I quería obtener las tecnologías militares punteras de Occidente para poder entrar en guerra contra Occidente. Con esas tecnologías entraron en el territorio ruso personas que traían en la cabeza el ideal propio de la libertad, la igualdad y la fraternidad, así que en el siglo XVIII apareció en Rusia la educación, que tiene una relación directa con la noción de dignidad de la persona humana. Surgió así una generación de rusos ilustrados que empezaron a funcionar como una nación dentro de la nación. Y la literatura rusa es justamente esto: alguien con dignidad humana, consciente de tenerla, vive en una sociedad en la que esta dignidad está siendo humillada. La literatura clásica rusa cuenta siempre la historia de una persona libre rodeada de esclavos, de alguien con dignidad que busca sobrevivir en un mundo adverso. El diálogo que Gógol mantuvo con Belinski sobre cómo cambiar la situación en Rusia sigue siendo actual doscientos años después.
-¿Cuál es su clavo ardiendo respecto a la guerra en Ucrania?
-La lengua, la cultura y la literatura rusas. Cuando empieza una guerra, la literatura siempre pierde. En una guerra no se necesitan novelas bien escritas, sino cañones. El estado ruso no solo se dedica al genocidio del pueblo ucranio, también al genocidio del pueblo ruso y de la cultura rusa. Mi misión es ahora preservar la dignidad de mi lengua y mi cultura en la emigración. La guerra terminará, tarde o temprano, y ahí es cuando hará falta la cultura. Entre Rusia y Ucrania existe hoy un abismo gigantesco lleno de muerte, de sangre y de odio. Y cada día en que perdura la guerra ese abismo se agranda, pero después habrá que construir un puente por encima de ese abismo. Es obvio que esa tarea no corresponderá a nuestra generación, quizá sea a la próxima, o a la siguiente. Lo que sí tengo claro es que será la gente de la cultura, la que ha preservado la dignidad de la lengua rusa, la que construya ese puente. Lo que yo hago es empezar a construirlo aquí y ahora.
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