Del miedo a no ser

Muñoz Rengel brinda argumentos de peso a la literatura fantástica.

El escritor Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974).
El escritor Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974).

El sueño del otro. Juan Jacinto Muñoz Rengel. Plaza & Janés. Barcelona, 2013. 300 páginas. 17,90 euros

Al debate sobre la presencia de lo fantástico en la literatura española le faltaba la aparición de una novela como El sueño del otro, de Juan Jacinto Muñoz Rengel. Después de haberse partido la cara en las trincheras del relato en títulos tan reveladores como 88 Mill Lane (Alhulia, 2006) y De mecánica y alquimia (Salto de Página, 2009), el malagueño lanzó el año pasado su primera novela, El asesino hipocondríaco (Plaza & Janés), que le hizo ganar el favor de la crítica merced a la creación de un personaje inolvidable, de factura grotesca y moral kantiana. A través del señor Y., Muñoz Rengel, filósofo de formación y de convicción, confirmó su adscripción a la pandilla que encuentra en la ficción el vehículo idóneo para la articulación del pensamiento contemporáneo, de la mano de Menéndez Salmón y algunos otros. Convertido el discurso filosófico propiamente dicho en reducto académico, la novela, a la que llevan matando desde no se sabe cuánto, ve así renovadas sus posibilidades, aunque ya Cervantes dijo algo al respecto. De cualquier forma, El asesino hipocondríaco dejaba en un segundo plano el elemento fantástico, ése que ahora ocupa en El sueño del otro el espacio protagonista de manera perturbadora, impresionante, abismal y nada complaciente.

En cuanto al citado debate sobre la, según muchos, endémica pereza que la literatura española ha mostrado tradicionalmente a los géneros fantásticos, no es difícil encontrar opiniones de escritores y críticos patrios, formuladas en épocas de crisis (desde el reformismo ilustrado hasta la Transición), que han reprochado a los cultivadores de lo imposible una manía insana de escapar de su tiempo, de no ofrecer respuestas a lo que su delimitado contexto reclamaba. Pues bien, conviene dejar claro que El sueño del otro, siendo una novela abiertamente fantástica, indaga con feroz determinación en el deterioro del presente. Y lo hace con un alcance que un servidor no ha conocido en ninguna otra novela (incluidas ésas tan presuntamente realistas) publicada en España en los últimos cinco años. Asomarse aquí, a la ficción más pura y febril, exige la superación del deseo infantil de ser veterinario. El niño se imagina a sí mismo curando feliz a su perrito, pero tarde o temprano debe saber que ser veterinario implica también meter las manos en montones de mierda de vaca. Muñoz Rengel lo ha hecho. Y cabe advertir al lector que husmee por estas páginas que se le va a pedir exactamente lo mismo. La gratificación al acabar el libro es, por supuesto, enorme.

El sueño del otro presenta a dos protagonistas bien definidos: Xavier Arteaga, profesor de un instituto privado, divorciado y con un hijo, testigo de la ruina de todo aquello que había pretendido construir; y André Bodoc, director de informativos en una cadena de televisión, acostumbrado al éxito con las mujeres y a ser reconocido en la calle, arrogante y vivaz. Ambos, que se desconocen mutuamente, desean dejar sus respectivas ocupaciones, o al menos deshacerse de lo que ha degenerado en rutina. Pero lo que les une es un vínculo mucho más fuerte: cuando duermen, cada uno de ellos sueña que es el otro. A través de pesadillas de inexplicable precisión que luego recuerdan bien a lo largo del día, asumen la vida del otro en todos sus términos. Estos trances permiten así a los dos soñadores familiarizarse con aquél en quien se transmutan durante la noche, y también a profundizar en sí mismos. Pero la duda sobre sus propias existencias no tarda en aflorar: ¿Son cada uno quienes creen que son realmente? ¿O son, tan sólo, lo que el otro sueña?

El sueño del otro aborda así un argumento esencial: el miedo a no ser. El miedo a no ser uno. El miedo a ser otro. Es el mismo argumento que nutrió toda la obra de Philip K. Dick, que hizo sucumbir a Borges y que también abordó el mejor Saramago, el más alegórico, el de El hombre duplicado. En cierta medida, asistimos a una novela de terror. Pero Muñoz Rengel se lleva el pánico a su terreno y lo introduce en una especie de caleidoscopio, en el que los reflejos cuentan tanto como las propias presencias. El discurso sobre la realidad permite al autor hilar el contenido filosófico del libro, desde Descartes (magistralmente invocado en boca de un neurólogo) hasta Aristóteles, dotando a estos referentes de pleno significado en el hoy. Mediante un ritmo que juega a parecer frío cuando se precipita colosalmente en la demencia, la asfixia se hace mayor en cada página, y a ojos del lector las imágenes (qué bueno poder alabar un libro por las imágenes que genera: no es difícil acordarse de David Lynch al final) terminan arrebatadas en una espiral ante la que no hay más remedio que rendirse: nada es lo que parece. La violencia, el sexo, las relaciones laborales, el asco, la derrota y la vergüenza emplean un lenguaje narrativo en el que la lógica entrega la cuchara. Uno se pasa toda la novela intentando averiguar quién es el soñado y quién el real. Pero, al mismo tiempo, advierte que la diferencia entre una cosa y otra es nimia.

El sueño del otro es así, también, una novela sobre la crisis de identidad. Y es aquí donde mejor se define su intención respecto al presente. Porque el mundo en el que Arteaga y Bodoc viven y son soñados atraviesa precisamente esa crisis: se trata de un mundo que no sabe lo que es, que sigue esperando una respuesta como esperaban los monstruos de Beckett, que pervierte sus propias leyes con tal de que ocurra algo. Un mundo en el que los suicidas se arrojan desde las azoteas a cada paso. Un mundo que ha pactado su extinción. ¿Les suena? Menudo premio es este libro para los buenos lectores.

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