Una mezcla difícil de digerir
Misericordia | Crítica de teatro
La ficha
** ' Misericordia'. Texto y dirección: Denise Despeyroux. Reparto: Denise Despeyroux, Natalia Hernández, Pablo Messiez, Cristóbal Suárez y Marta Velilla. Escenografía: Alessio Meloni. Iluminación: David Picazo. Vestuario: Guadalupe Valero. Música y diseño de sonido: Pablo Despeyroux. Vídeo: Emilio Valenzuela y Maxi Huerta. Lugar: Teatro Central (chácena). Fecha: Sábado, 2 de noviembre. Aforo: Lleno.
En un momento en que Argentina, Uruguay y otros países niegan cínicamente las zonas oscuras de su historia, la uruguaya Denise Despeyroux decide afrontar el tema del exilio durante la dictadura de la Junta Militar y sus consecuencias en varias generaciones.
Para ello, construye una autoficción en la que su historia real se mezcla con la de una familia de exiliados compuesta por tres hermanos: Darío (Pablo Messiez, aquí como actor), un dramaturgo que va estrenar en el CDN, Delmira, aferrada a sus orígenes judíos y a todas sus ceremonias y Dunia, diseñadora de videojuegos, que vive entre la realidad y la ficción. Un trío al que se une Dante, un amigo de Darío que ha dejado el teatro y ahora anda obsesionado por la dietética.
Con estos cuatro personajes y ella misma, que aparece tanto en la pantalla, de niña (cuando viajó a Uruguay con otros niños en 1983, en un viaje auspiciado por el gobierno de Felipe González), como en un diálogo real con Messiez, Despeyroux ha construido una complicada estructura en la que escasea la acción teatral.
En nuestra opinión, el problema de Misericordia, es la mezcla imposible, que no la fusión, de temas y de registros. En la coctelera, junto a la emotiva historia y la autoficción, la autora y directora ha mezclado comedia y drama (incluso una tragedia); realidad, fantasía, proyecciones, absurdo… y, sobre todo, un uso excesivo del metateatro, que centra la parte más humorística en una crítica al aburrido teatro actual madrileño y a los problemas para encontrar apoyos.
Un terreno en el que la autora destila una gran ironía, pero donde la risa queda reservada únicamente a los más cercanos a la profesión (y ojalá en este país se conociera a Francesco Carril, por ejemplo, como se conoce ya a Mbappé).
Junto a esas largas escenas, fuera de la casa en la que viven, los cuatro personajes expresan su relación con el pasado y sus problemas de identidad no solo con canciones infantiles, sino con unas auténticas peroratas sobre los temas que les obsesionan, como la cábala o la psiconeuroinmunología. Todo ello, unido a las más de dos horas que dura la función, hace que, por encima de los aciertos, el tedio se apodere en muchos momentos del espectador.
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