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El método Williams | Crítica
** 'El método Williams'. Drama deportivo, EE UU, 2021, 138 min. Dirección: Reinaldo Marcus Green. Guion: Zach Baylin.Música: Kris Bowers.Fotografía: Robert Elswit. Intérpretes: Will Smith, Saniyya Sidney, Demi Singleton, Aunjanue Ellis, Jon Bernthal, Tony Goldwyn, Andy Bean.
Que hay padres que lo dan todo por sacar adelante a sus hijos luchando contra circunstancias adversas es cosa sabida y muy tratada por la literatura y el cine. Que los hay que además de sacarlos adelante los impulsan hacía arriba alentando, desarrollando y a veces explotando las cualidades de sus hijos -incluso al precio de dejarlos sin infancia- es igualmente cosa sabida, escrita y filmada. Las muchas historias conocidas de la lucha de padres de hijos con talento o genio tienen todos los matices de luz y oscuridad que la naturaleza humana hace posible, desde Leopold Mozart a Aurora Rodríguez Carballeira.
Películas se han hecho sobre todas estas posibilidades positivas o negativas, ejemplares u odiosas. Unas son buenas, otras regulares y algunas malas con independencia del carácter de dichas relaciones padre/hijo. Las hay buenas que tratan de relaciones terribles y malas que lo hacen de relaciones ejemplares. Los buenos sentimientos no excusan las buenas maneras cinematográficas.
Dicho este montón de obviedades hay que añadir que El método Williams figura entre las discretas películas rebosantes de buenos sentimientos. Y no porque el personaje se haya idealizado, mejorado y ejemplarizado en exceso hasta el punto de incurrir en la hagiografía, sino porque su director, Reinaldo Marcus Green, parece convencido de que lo justo de las causas que filma hacen superfluos mayores esfuerzos creativos. Le sucedió en Joe Bell -la lucha de un chico gay contra el acoso- y le sucede ahora al narrar la de Richard Williams para conducir el talento de sus hijas Venus y Serena al éxito tenístico, sorteando todo tipo de dificultades sociales, económicas, raciales y educativas, y toda clase de trampas que tan difícil camino pueda tener. Una especie de “más cornás da el hambre” en versión tenística o de pigmalionesca My Fair Lady en la que el tenis reemplaza a la fonética.
El guión del debutante Zach Baylin convierte al padre de las tenistas en protagonista absoluto de la historia sin conceder demasiado a las dos famosas hermanas pese al larguísimo -hasta lo abusivo- metraje de la película. Cabe sospechar que, más que una película, estamos ante una alfombra roja que lleve a Will Smith a recoger su siempre ansiado -y a veces rozado- Oscar. Quizás por eso ha fundido en esta película una historia real (a), el deporte (b), la lucha de un padre (c) y la multiplicación de dificultades a la que los afroamericanos se enfrentan (d) -es decir aquellas Alí y En busca de la felicidad que le valieron dos nominaciones al Oscar- para ver si la suma de a, b, c y d -más la mala conciencia de la Academia por tratarse de una estrella afroamericana- le proporcionan por fin la estatuilla.
El primer problema de esta película es la hagiográfica construcción de un personaje cortado a la medida de la ambición de Smith. Cosa siempre legítima la de ambicionar el reconocimiento y los premios, pero peligrosa cuando pone la película a su servicio porque la produce su intérprete con la participación de las hermanas tenistas. Su segundo problema es la dirección solo correcta de una historia de lucha y superación que se pretende poderosa. No soy de quienes piensan que solo lo oscuro es interesante y que las historias positivas son tontas o mentirosas, pero sí que requieren un mayor esfuerzo para ser creíbles. El tercer problema es paradójicamente su mayor aval: la interpretación de Will Smith, un actor demasiado marcado por su filmografía y obsesionado por el tópico -desgraciadamente alentado por muchos críticos- de que solo un papel dramático redime la carrera de un comediante. Es una buena, pero excesiva, interpretación, en algún momento superada por las intervenciones de Aunjanue Ellis como su mujer. Como excesivo es el metraje de esta película, un vicio actual que llena de nostalgia por los 90 o 100 minutos de antes, que no es ni buena ni mala sino todo lo contrario.
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