"El mercado nos 'incita' a parecer rápidamente, no a 'ser' (lentamente)"
Remedios Zafra | Profesora y escritora
La autora reflexiona en 'El entusiasmo', obra ganadora del Premio Anagrama de Ensayo, sobre las múltiples formas de experimentar la precariedad en el mundo acelerado e hiperconectado de hoy
Sevilla/"El estímulo surgió de observar la realidad, de detectar que lo que parece singular es algo muy extendido, que la precariedad en la cultura es tristemente seña de época. Tenía una fuerte motivación por narrar experiencias reales propias y de mi contexto que me permiten pensar sobre lo que nos ayuda (o no) a ser más libres hoy", dice la escritora y profesora de la Universidad de Sevilla Remedios Zafra (Zuheros, Córdoba, 1973) sobre El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital, obra ganadora del Premio Anagrama de Ensayo. Apoyándose en ideas contemporáneas (Nicolas Bourriaud, Hito Steyerl, Judith Butler, Donna Haraway), y dialogando también con el pasado (Adam Smith, Michel Foucault), Zafra firma un libro hermoso y libre, aunque sobre todo lacerante, en el que con la inteligencia y la sensibilidad a flor de piel explora las "distintas maneras de habitar la precariedad más allá de la primera lectura laboral o económica que suscita el libro".
-Llama la atención, de entrada, el aspecto formal del libro, que no acata los moldes canónicos o académicos del ensayo, introduce recursos literarios o ficcionales (esa Sibila que deambula fracasando por la vida moderna como hilo conductor) y emplea en muchos pasajes una voz poética. ¿Por qué ese planteamiento?
-Hay una clara premeditación en que la forma de decir sea significativa. De un lado, mi formación en antropología y arte tienen que ver, pero también un posicionamiento político en lo que se dice y cómo se dice. La escritura nunca es neutra, experimentar con ella es parte de mi discurso político; contribuye a iluminar y ensombrecer determinadas zonas de la vida cotidiana. Desde una mirada feminista me parece que la parodia, la poesía y la figuración política permiten hacer convivir las contradicciones y desmontar estructuras del discurso que hemos normalizado. Por otra parte, hay algo personal que ha afectado fuertemente mi escritura. Mientras desarrollaba este libro concentré mucho trabajo entusiasta combinado con tareas precarias e interminables burocracias, y paralelamente tuve una importante pérdida de visión que ha derivado en discapacidad visual severa. Ese miedo a una mayor limitación futura ha influido en el tono del libro, lo ha hecho más libre y osado, menos domesticado.
-Decía el editor Juan Casamayor hace un tiempo en este diario que las bibliotecas suelen pedirle lotes de libros, pero de manera altruista, como gesto de compromiso con La Cultura. Jamás se le pediría esto a las empresas que llevan los demás suministros, desde el agua a las mismas estanterías...
-Hay demasiada idea implícita, demasiado mito en la relación de la cultura como práctica no remunerada que esquiva su consideración como trabajo. A esas herencias se une un tejido de desigualdad que concentra riqueza en unos pocos y se beneficia de quienes están dispuestos a trabajar por poco o gratis porque crear les moviliza. A padres y abuelos, también a nosotros, se nos ha dicho constantemente búscate un trabajo de verdad, y en casa pintas. Aceptar que escribir libros, ilustrar, traducir, hacer teatro no es un trabajo, precariza y denosta la cultura. Urge entender que la cultura es fuente de libertad, pero también que se está transformando y es y será cada vez más un foco de producción económica, más si cabe en un mundo mediado por pantallas.
-¿Por qué una sociedad que glorifica la riqueza, el estatus y las posesiones decide que, al menos en el ámbito cultural, es de mal gusto hablar de dinero?
-El paseo de Robert Walser refleja muy bien esta relación del poeta pobre con su sustento. Sí, paradójicamente se alaba el dinero pero en la práctica artística se sigue alimentando la sensación de que el mundo de la creación es algo etéreo, que el artista no come y su práctica ya le compensa. Quizá por ello los pobres son disuadidos para abandonar formación y prácticas que le llevan a este mundo (búscate un trabajo de verdad y resígnate a la afición). Sin embargo, creo que uno de los mayores cambios socioeconómicos de este siglo tendrá que ver con la transformación de los trabajos creativos.
-¿Cabe esperar entonces un escenario futuro en el que el saber recupere la ascendencia y el respeto que una vez tuvo en el conjunto de la sociedad?
-Creo que el futuro debe ser mejor necesariamente, entre otras cosas porque el presente es muy mejorable. Pero en el pasado la práctica creativa siempre estuvo limitada a unos pocos y ahora potencialmente todos podemos crear en cierta forma. Las redes y la tecnología derivan cada vez más a ocuparse de trabajos mecánicos y serán los trabajos creativos los que tendremos que realizar e imaginar. Hoy se dan confluencias peculiares: incorporación de muchas personas al mercado creativo, pervivencia de viejos clichés, horizontalización en las redes, transformación de los sectores productivos, precarización de trabajadores con mucha formación y expectativa. El futuro es una construcción, sí, pero muy condicionada por las inercias de ahora. Hay formas que repiten poder y mundo, y otras que lo transforman. Se trata también de no caer en el espejismo de que lo nuevo, sólo por serlo, es liberador.
-"Nunca una creación se hace aislada del mundo material", recuerda. Pero esto a menudo se olvida. Sobre todo ante productos que se pretenden apolíticos, ya sea el éxito reguetonero de turno o MasterChefJunior. En este aspecto, ¿qué expresiones de la cultura popular le parecen más ladinas o perversas?
-Cuando la cultura contribuye a asentar formas de opresión simbólica, a mantener poder sin cuestionarlo y meramente entretiene y reconforta, me preocupa porque puede convertirse en un mecanismo de resignación de las personas. A mí me interesa la cultura que es capaz de perturbarnos y de hacer nuestro mundo pensativo, y esto no tiene por qué ser gris ni aburrido. Por otra parte, las formas de cultura que aún llamamos popular hablan de valores patrimoniales de las personas, de cómo mantenemos cohesión y símbolo en un grupo, cómo podemos identificarnos en las identidades que heredamos. Conocer y proteger su diversidad es importante especialmente cuando se infravaloran en favor de una cultura de élites.
-Habla en su ensayo de la obsesión con la visibilidad y la influencia en la cultura contemporánea. Sin embargo, tanto la una como la otra son aspiraciones legítimas de cualquiera que realice un trabajo creativo...
-Me refiero a cómo las redes se valen de esta búsqueda de reconocimiento implícita en toda práctica creativa para hacerla circular en torno al yo como marca, a la hipervisibilidad de un nombre capaz de diferenciarse entre el exceso de obra y nombres on-line. En la deriva de las industrias digitales lo que ponemos en juego es la propia imagen, el yo es el protagonista, y la infraestructura tecnológica lo sabe y lo promueve, todo gira en torno a nuestro perfil, sustentado en un yo real y a ser posible en imágenes, muchas imágenes que den veracidad a aquel que se pronuncia. Aunque parezcamos los usuarios de las redes, me parece que el yo es en ellas el gran producto.
-En la cultura del "entusiasmo inducido", apunta en el libro, éste sirve en última instancia para "esconder el conflicto bajo una máscara de motivación"...
-En un mundo competitivo no ves al compañero al lado sino enfrente. Habría que cambiar esto. Allí donde todos nos convertimos en candidatos y tenemos expectativas culturales estamos en las colas de los mismos trabajos. La forma de convencer entra en la lógica de la seducción, como criterio de ese escrutinio. Se prefiere al entusiasta, al motivado antes que al triste o al crítico. Si el sistema se asentara sobre un entramado laboral (industrial y creativo) no precarizado, este entusiasmo fingido no sería tan sustancial. Cuesta pensarlo, porque el actual es un contexto donde prima la impostura.
-La ansiedad de la vida moderna, escribe, lleva a "una aplazada profundización en las cosas". ¿Qué efectos a largo plazo cabe esperar de este cambio en nuestro modo de ver/leer/escuchar?
-Recientemente hemos realizado un estudio sobre la transformación en las formas de leer en la cultura digital que acaba de publicar la Fundación Telefónica. Los cambios se están asentando. La acumulación y la plena disponibilidad y circulación de mundo digitalizado nos convierten más en recolectores que en receptores de información. Acumulamos y damos vistazos. En el escenario digital prima la impresión, la lectura en diagonal, epidérmica. Hay autores que hablan de que leemos como quien surfea. Es cierto que entrarán en escena nuevas formas de comunicarnos, y mutarán de muchas maneras, pero en este tránsito la capacidad de concentración y de reflexión entran en crisis. La saturación de lecturas como fondo de imagen pone en riesgo la cultura pausada. Justamente la que sostiene el pensamiento más crítico.
-"Difícilmente reconoceremos que en el impedimento también habita la vida", afirma. ¿Es cierto que los jóvenes, como siempre se dice ahora, no saben gestionar la frustración, o hay algo de la típica condescendencia de los mayores en dicho reproche?
-Cuando nos educan en la rapidez de poder tenerlo todo y nos reiteran mensajes de que todo puede lograrse y/o comprarse, alimentamos un mundo cargado de frustración. El mercado nos facilita todo tipo de imágenes, dispositivos y complementos que nos incitan a parecer rápidamente y no tanto a ser (lentamente). Detrás de un mundo manejado por el márketing y cuyo ideario se alimenta de titulares y eslóganes, esa cultura del tú puedes choca con la vida de la gente, con la realidad de la falta de trabajo, autonomía y emancipación. Habiendo estudiado y siguiendo estudiando, soñando que sí, resulta que no. Gestionar esta frustración tiene muchas respuestas, desde el entretenimiento hasta los ansiolíticos, pero también la conciencia crítica y la educación.
-La vida en un mundo permanentemente conectado tiene como consecuencia un debilitamiento de la capacidad de atención, "que incomoda porque permite ver de otras maneras", señala. Pero ¿es posible desconectar de verdad?
-Hay que tener fe en las capacidades del ser humano. La educación es clave, pero la de ahora es muy muy mejorable. Ser capaces de desconectar significa controlar nuestros tiempos. No se trata de un ejercicio de ruptura con la época, sino de vencer aquello que nos engancha irreflexivamente, que fagocita los espacios mínimos necesarios para cuestionarnos las cosas y actuar más libremente. La distancia reflexiva tiene una buena metáfora en el interruptor que opera (puede hacerlo) como mecanismo disruptivo, no diciendo lo que hay que ver, sino haciendo visibles las lentes que diseñan el mundo.
-Ha escrito mucho sobre el feminismo. Que es un movimiento, como todos, lejos de la homogeneidad. ¿Qué opina de los principales debates en curso en este momento?
-El feminismo es una de las grandes alianzas que están valiéndose de la potencia política de la red globalizada. Frente a la utopía ciberfeminista de los 90 que preconizaba que la revolución vendría de liberarnos por fin del estereotipo y la apariencia, algo que ni mucho menos ha pasado, creo que la gran revolución feminista ha venido de la alianza en internet. Tenemos ejemplos cotidianos como #Metoo [para denunciar experiencias de acoso sexual]. Una alianza cargada de pluralidad, pero capaz de enfatizar lo que nos une sin dejar de lado la riqueza de las diferencias. Y lo que nos une es la búsqueda de la igualdad entre las personas y la lucha contra la violencia explícita y estructural hacia las mujeres.
-Suele apelarse a la imaginación como herramienta para el cambio. Pero ¿cómo hacer que esa imaginación pueda ponerse en práctica en un sistema que cuenta con todos los recursos a su favor para desactivarla si sospecha de su posible éxito?
-El sistema sabe apropiarse de la imaginación, sí. Poner a la creatividad al servicio del capitalismo puede contribuir a reforzar este mundo, pues difícilmente esa imaginación transformará y mejorará las condiciones sociales y de igualdad si no se libera de los lastres del poder. La imaginación y el riesgo creativo son claves para todo cambio, pero precisan de una mirada crítica y ética que permita liberarlas de estos sesgos e imaginar otro mundo repensando la estructura desde la que se piensa.
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