Elogio de la locura

Mephiboseth en Onou | Crítica

La nueva editorial Firmamento reedita la única novela de Carlos Edmundo de Ory, un raro y brillante artefacto donde el cofundador del postismo reunió sus pensamientos y obsesiones

Ory fotografiado por Juan Eduardo Zúñiga en su casa de Castelló, Madrid, enero de 1954.
Ory fotografiado por Juan Eduardo Zúñiga en su casa de Castelló, Madrid, enero de 1954.

La ficha

Mephiboseth en Onou. Carlos Edmundo de Ory. Posfacio de José Luis Calvo Carilla. Firmamento. Cádiz, 2021. 240 páginas. 15 euros

Más celebrado por su poesía libérrima, sus "cuentos sin hadas" o sus aerolitos, término con el que se refería a su radiante escritura aforística, sin olvidar los volúmenes del monumental Diario que editó Jesús Fernández Palacios, Carlos Edmundo de Ory cultivó también la novela, una única novela, ampliada o reescrita innumerables veces, en la que anduvo embarcado durante décadas y que el propio autor calificaría como la "obra de su vida". Sabemos que escribió o al menos empezó otras, destruidas o reelaboradas en forma de cuentos o todavía inéditas, pero por remontarse a los orígenes del postismo y concentrar en buena medida el imaginario de su primera etapa, Mephiboseth en Onou ocupa un lugar de excepción en la literatura de Ory. Desde su tardía publicación en 1973, por la editorial canaria Inventarios Provisionales, la novela no había vuelto a ver la luz y llevaba camino de convertirse en una rareza bibliográfica. La oportuna e impecable reedición de Firmamento, joven sello gaditano fundado por los poetas Javier Vela y María Alcantarilla, ha sido revisada por Salvador García y Laure Lachéroy, viuda de Ory y presidenta de la Fundación que lleva el nombre de Carlos Edmundo, verdadero referente en la vida cultural de la ínsula. El texto se presenta acompañado de un enjundioso posfacio de José Luis Calvo Carilla –publicado por primera vez en Campo de Agramante, la revista de la Fundación Caballero Bonald– que vincula la novela de Ory a la tradición de las vanguardias, especialmente el expresionismo, pero también a la atmósfera existencialista de la posguerra y al absurdo metafísico de los relatos de Kafka.

Las lecturas e intereses del novelista trascendían con mucho el ámbito de la literatura

En su excelente biografía de Ory, Prender con keroseno el pasado (FJML, 2018), cuenta José Manuel García Gil la larga y tortuosa gestación de una obra concebida hacia 1944 que no sería publicada, luego de un intento abortado por la censura franquista, hasta la fecha antedicha, casi veinte años después de la "versión definitiva de París: 1955", según el colofón de la edición canaria. El biógrafo cita como referente la enigmática novela del pintor Giorgio de Chirico, Hebdómeros (1929), que Ory habría conocido indirectamente a través de Eduardo Chicharro, su compañero de aventura postista. Calvo Carilla menciona el Diario de viaje de un filósofo (1919) del conde Keyserling, por lo que tiene también de exploración interior. Y venía de lejos la relación entre los desvaríos de la mente, la creatividad o más recientemente la libertad formal de los ismos. Pero la novela de Ory, un artefacto apenas narrativo, es sobre todo el precioso cofre donde el poeta, atormentado e hipersensible, reunió sus obsesiones, derivadas de lecturas e intereses que trascendían con mucho el ámbito de la literatura.

Ory trata de acceder al lado oculto de la realidad, como un iniciado en los misterios

Ya en el "prólogo-cuento", datado en Roma, agosto de 1950, donde Ory recurre al expediente del manuscrito encontrado –el "diario de un loco", rescatado de la basura en la "noche del Trastevere", un grueso cuaderno de apretada letra, difícil de descifrar– la escritura avanza el tono visionario y alucinado del relato, que tiene como único escenario un manicomio, situado en el territorio mítico e imaginario de Onou. El Mephiboseth del título, alter ego de Ory –según anotó él mismo, su intención primera era escribir una "novela autobiográfica", y de hecho el "sedimento confesional", como lo llama Calvo, puede rastrearse en las entradas del Diario–, conversa con el doctor Benancio Verdí y otros internos del sanatorio, divaga en pasajes de carácter ensayístico o describe "retorcidas visiones" con las que trata de acceder al lado oculto de la realidad y a su dimensión simbólica, como un iniciado en los misterios. Frente a la idea de la enajenación como un desequilibrio, el elogio de la "locura espiritual" presenta a quienes la padecen como seres especiales, acogidos a un estadio superior de la conciencia. La ambición desmedida y cierta ingenuidad tardorromántica lastran hasta cierto punto el discurso, que el propio Ory, a veces inseguro, a veces desafiante, describió como "un espeso y por momentos cristalino goterón de semen metafísico". No era el registro de la novela el que más cuadraba a su talento, pero tampoco importa mucho. Los pasajes ampulosos, las digresiones esotéricas o inextricables, excesos como el "ensueño de grandeza" que le reprochó su íntimo Nieva, conviven con el brillo verbal de un poeta que en verso o en prosa tenía el don de los grandes.

Ory fotografiado por Osvaldo Gomáriz en Madrid, 1980.
Ory fotografiado por Osvaldo Gomáriz en Madrid, 1980.

Una poesía terrible

La reedición de Mephiboseth en Onou se ha sumado años después al rescate de una novela hasta entonces inédita de Juan Eduardo Cirlot, Nebiros (Siruela, 2016), donde el amigo epistolar de Ory, igualmente singular e irreductible a las clasificaciones, dejó constancia de su heterodoxia por la misma época –Cirlot escribió su novela en el verano de 1950, el año anterior decía Ory haber casi terminado la suya, aunque de hecho la seguiría corrigiendo– en que el gaditano se batía con su particular descenso a los infiernos. Tanto García Gil como el biógrafo del barcelonés, Antonio Rivero Taravillo, en Ser y no ser de un poeta único (FJML, 2016), han tratado de lo que la medievalista Victoria Cirlot, editora de la novela póstuma de su padre, llamó una "amistad abstracta", sostenida por afinidades intelectuales y completamente ajena a los rumbos de la cultura oficial de aquellos años. Pese al reiterado empeño de sendos editores, el benemérito José Janés en el caso de Cirlot y el inquietante Eduardo Aunós en el de Ory, ambas novelas encallaron en lo que este último llamaba la "censura autocrática de mi retrógrado país". Las dos eran y son libros difíciles, de escritura densa y repleta de significados no expresos, pero los inconvenientes, claro, no venían por ese lado. A Ory, como a un hereje de otro tiempo, lo acusaban de blasfemo. A Cirlot, su hermano apenas visto, de exhibir una "moralidad grosera y repugnante". Todavía veinteañero, Carlos Edmundo afirmó que su Mephiboseth estaba bañado por "una poesía terrible". Es esa poesía, que también anega las páginas de Nebiros, lo que eleva ambas narraciones por encima de su radical extravagancia.

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