Lágrimas de glicerina, corazón de oro

Memorias de un caracol | Crítica

Una imagen del extraordinario filme de animación de Adam Elliot.
Una imagen del extraordinario filme de animación de Adam Elliot.

La ficha

**** 'Memorias de un caracol'. Animación, Australia, 2024, 94 min. Dirección y guion: Adam Elliot. Fotografía: Gerald Thompson. Música: Elena Kats-Chernin. Voces originales: Sara Snook, Kodi Smit-McPhee, Eric Bana, Magda Szubanski, Dominic Pinon.

Con estas Memorias de un caracol completamos el quinteto de largometrajes de animación candidatos al Oscar de este año (Flow, Del revés 2, Wallace y Gromit y Robot salvaje), de largo mucho más interesante, diverso y con más calidad que la decena de películas que compiten al premio a la mejor cinta de ficción.

La cinta del australiano Adam Elliot, responsable de aquella memorable Mary y Max (2009) que se ha recuperado felizmente en salas para la ocasión, juega además en una división adulta, o al menos no exclusivamente dirigida al público infantil, que le otorga un valor añadido por su estética, deudora del cómic y la animación underground en su expresionismo y su apuesta por los diseños feístas y los colores apagados, y a su tono agridulce que atraviesa las etapas del drama dickensiano (salpicado siempre de humor negro y una entrañable incorrección) para coronarse como una fábula esperanzada sobre la resiliencia de los diferentes, los raros e inadaptados de este mundo de sensibilidades uniformadas y espíritu represor.

Memorias de un caracol apuesta así por la singularidad y la diferencia como marcas de estilo y por el viejo lenguaje en miniatura del stop-motion como reivindicación paciente y artesana de la animación como territorio capaz de cualquier relato, cualquier gesto o cualquier lectura no encorsetada por las leyes del mercado.

Y lo hace con una de esas historias de desarraigo, marginalidad, separación, autoconciencia y soledad que hacen imposible no empatizar con Grace Pudel, una antiheroina apasionada por los caracoles, su no menos singular hermano y un puñado de personajes inolvidables (de la anciana Pinky al juez James, pasando por la malvada madre de adopción o el padre mago en silla de ruedas) a lo largo de un periplo vital plagado de peripecias, contrariedades, desencuentros y reversos tratados siempre con un plástico sentido del gag, desde una inspiradísima voz narradora, con una ternura de lágrimas de glicerina y un cariño infinito por su excéntricas criaturas.    

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