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Stile Antico | Crítica

La ficha
STILE ANTICO
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Femás 2025
Stile Antico: Helen Ashby, Kate Ashby y Rebecca Hickey, sopranos. Cara Curran, Emma Ashby y Rosie Parker, altos. Andrew Griffiths, Benedict Hymas y Jonathan Hanley, tenores. Gareth Thomas, James Arthur y Nathan Harrison, bajos.
Programa: El Príncipe de la Música. Palestrina en la Ciudad Eterna (500 años del nacimiento de Giovanni Pierluigi da Palestrina). Motetes y otras piezas polifónicas de Giovanni Pierluigi da Palestrina (1525-1594), Josquin Desprez (c.1450-1521), Jacques Arcadelt (c.1504-1568), Tomás Luis de Victoria (c.1548-1611), Orlando di Lasso (1532-1594), Felice Anerio (1560-1614), Gregorio Allegri (1582-1652) y Cheryl Frances-Hoad (1980)
Lugar: Espacio Turina. Fecha: Domingo 24 de marzo. Asistentes: Casi lleno.
Llegaba el prejuicioso crítico a uno de los conciertos más esperados de esta edición del Femás con ciertas precauciones. Y no porque cupiese la menor duda de la calidad del afamado conjunto polifónico inglés anunciado, sino por la dureza a priori del programa elegido (básicamente, una sucesión de motetes, exigentes tanto para intérpretes como para oyentes), las dudas sobre la idoneidad de la acústica y, sobre todo, la tópica tendencia de los conjuntos de la tradición coral inglesa a priorizar una apolínea belleza del sonido a la expresión de los afectos de la música.
El espléndido recital de Stile Antico se encargó sin embargo de demoler uno a uno todos esos prejuicios, y ello sin renunciar a las mejores cualidades de esa herencia coral británica. Porque la ausencia de director en este conjunto y la distribución en voces separadas, intercalando unas cuerdas vocales con otras, no es obstáculo –se pregunta uno si más bien no será causa– para que la afinación, el empaste y la conjunción en la intrincada polifonía sean excelentes. El camino fácil para lograrlo es homogeneizar tempos, comprimir dinámicas y articulaciones, estandarizar tesituras y, en fin, que todo suene bien pero que todo suene igual; aquí el milagro, y donde se unió lo mejor de todos los mundos musicales posibles, consistió en que Stile Antico caracterizó todas y cada una de las piezas –y todas y cada una de las frases de cada pieza– con un tempo propio y flexible –magníficos en la conjunción de cada ritardando–, un sonido ad hoc, dinámicas generosas y, claro está, una dicción y un fraseo cuidadísimos, fruto de un trabajo de detallada artesanía. El resultado, mejorado por los importantes sobretítulos y traducciones de las obras, gentileza de la AAOBS, fue una verdadera declamación polifónica de los textos, prácticamente madrigalística, que habría convencido absolutamente a los obispos del Concilio de Trento. La acústica, más seca que la ideal de una iglesia, fue paradójicamente un punto a favor, pues fomentó esa claridad textual pero no menoscabó la calidad del sonido gracias a la pureza de la afinación y las cualidades vocales del conjunto.
Quedaba la posible dureza del programa, pero el poder poético de la palabra más la alternancia de tesituras, texturas (obras a doble y triple coro, a cuatro, cinco, seis, siete voces...), géneros (con varios madrigales, incluido el Gibbons de propina) e incluso estilos (con la introducción de una ingeniosa y sólida obra contemporánea) disolvieron ese peligro pese a la generosa longitud del programa. Solo se echó de menos algún Morales, cuya inclusión en el programa se antojaba justificadísima. O tal vez el crítico además de prejuicioso sea un poco chovinista.
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