Un año y medio de desaceleración cultural en la capital andaluza
Pese al proverbial optimismo a la hora de hacer balance de su gestión, el paso hasta la fecha de Maribel Montaño por la delegación de Cultura presenta un pobre saldo
Cuando llegó al Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla (ICAS), Maribel Montaño prometió "continuar con las grandes líneas abiertas" por su predecesor, Juan Carlos Marset, y apuntó que los tres pilares de su actuación serían "la adecuada gestión de la producción y la difusión cultural en la ciudad; la colaboración institucional con la Junta y el Gobierno; y la protección y difusión del patrimonio, no sólo el físico, sino también el inmaterial". Dieciocho meses después de acceder al cargo, por contra, la realidad depara un panorama bien diferente: dos exposiciones ya vendidas con anterioridad; una colección de arte perdida, otra rescatada in extremis y una tercera aún el aire; proyectos de restauración con futuro incierto; recuento de medallas ajenas; suspensiones, aplazamientos y quejas, a la sombra y a la luz, de los agentes culturales.
Hay una anécdota que ilustra bien el carácter resolutivo de la actual delegada de Cultura. Cuentan que cuando el entonces director del Sevilla Festival de Cine, Manuel Grosso, negociaba su permanencia al frente del certamen, obstaculizado por la falta de recursos y las injerencias externas, hizo un primer amago de dimisión del que Montaño tomó buena nota. La segunda vez que advirtió sobre la posibilidad de marcharse, la delegada le habría dicho: "Creo que tienes razón, Manolo, quizás lo mejor fuera que lo dejaras". Según quién relata la historia, el contratiempo de la premura a la hora de preparar la siguiente edición del festival no significó nada comparado con la facilidad con que la delegada se quitó otro problema de encima, el de una voz disidente.
Tan expeditiva manera de despachar asuntos pendientes no parece, sin embargo, haberla aplicado a esos cabos sueltos antes señalados que adornan su gestión al frente del ICAS. Año y medio después de sustituir, por designación directa del alcalde Alfredo Sánchez Monteseirín, a Juan Carlos Marset, llamado por el ministro de Cultura, César Antonio Molina, para ocupar la dirección del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música (Inaem), la sensación de desaceleración en la inversión en materia cultural y en los proyectos emprendidos por su predecesor se convierte hoy en una serie de hechos constatados.
Su actitud, no obstante, suele obsequiar con un indisimulado triunfalismo en el que todo cuenta a la hora de intentar presentar un balance positivo de su actuación, al margen de tratarse de proyectos una y otra vez anunciados -y una y otra vez pospuestos- o ajenos a la iniciativa del ICAS. Así, por ejemplo, vuelve a venderse ahora el canto de cisne del malogrado Año Don Juan, la exposición Visiones de Don Juan, que si nada falla otra vez podrá verse finalmente el próximo otoño en el Convento de Santa Inés.
Dicha muestra, comisariada por el profesor de Historia Moderna de la Hispalense José Manuel Rodríguez Gordillo en colaboración con el también profesor Luis Martínez Montiel, y financiada por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (en un 75%) y el ICAS (en un 25%), ha sido aplazada hasta en tres ocasiones desde su primer anuncio en noviembre de 2006. De hecho, tenía que haberse inaugurado en agosto del año siguiente en el Real Alcázar, pero la precipitada marcha de Marset y la entrada de Montaño en el ICAS, cuando todavía era miembro de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE en Madrid, descabezó el proyecto.
Integrado en un hipotético ciclo sobre mitos sevillanos, que debería continuar con Carmen y Fígaro, el Año Don Juan se vino abajo, o más exactamente, se dispersó en una serie de actividades inconexas con escaso peso en su conjunto. Otras ni siquiera se realizarán: El ángel caído, una segunda exposición dedicada a explorar el lado oscuro del personaje y que debiera servir de puente hacia el Año Carmen, ha pasado al olvido. La propia continuidad del ciclo está ahora en duda.
Igualmente insiste la delegada en presentar como magno acontecimiento otra exposición que más bien debiera ser motivo de escarnio para la Administración estatal, la autonómica y la municipal. Se trata, claro, de Carambolo: 50 años de un tesoro, destinada a conmemorar el 50 anivesario del descubrimiento tartésico, cumplido el pasado 30 de septiembre, y pospuesta en principio hasta el próximo mes de marzo debido al lamentable estado de conservación del Museo Arqueológico. Montaño vende dicha muestra, pero lo cierto es que su organización depende de la Consejería de Cultura; el papel del Consistorio se limita, como titular del tesoro, a ceder las piezas para su exposición temporal.
La delegada nos tiene, en cualquier caso, acostumbrados a presentar como propios proyectos de otras administraciones, o en su mayoría fruto de la iniciativa privada, en los que el ICAS participa en diverso grado. A veces incluso va más allá. En su balance de la actividad cultural durante el pasado verano, llegó a consignar 18 propuestas, de las cuales sólo tres contaban con implicación municipal: Noches en los Jardines del Alcázar (al cargo del patronato del monumento), la exposición de carteles de la Bienal de Flamenco y los cines de verano, las dos últimas en centros cívicos.
Lo mismo volvió a hacer recientemente durante el balance de gestión de 2008, incluyendo eventos que el ICAS apoya en muy distinto grado, pero que en ningún caso organiza: Womex, South Pop, Territorios, Fest, Escena Mobile, Contenedores, Zemos98, Palabra y Música... "Si todos los gestores culturales privados de la ciudad decidiéramos parar un año, Sevilla se quedaría sin actividad. ¿Qué organiza realmente el ICAS con su propio personal? La Bienal de Flamenco, nada más", apunta un promotor local oculto en el anonimato.
Incluso lo que debiera ser un aspecto positivo, los convenios de colaboración entre el ICAS y otras administraciones y entidades, se convierte en un hecho negativo para dichos agentes, que ven cómo esos acuerdos -por ejemplo, los firmados con la Fundación Cajasol o la Consejería de Cultura- les cortan vías de financiación alternativas: "Eso trátelo con la delegación de Cultura". Es una respuesta habitual entre quienes han dejado en manos del ICAS partidas presupuestarias destinadas a este tipo de proyectos.
En este estado de cosas, lo de menos quizás sea la eliminación -"temporal", insiste la delegada- de un festival como Sevilla Entre Culturas, auténtico sumidero de dinero público. Más grave resulta la situación del Centro de la Artes de Sevilla -sin presupuesto para una programación a la altura de las iniciales expectativas, el destino final de la sala San Hermenegildo -cerrada por su mal estado desde mayo de 2006, ahora presta a ser restaurada con cargo al Plan 8000 y sobre la que parece haber posado sus ojos el Parlamento Andaluz- o la otras tantas veces aplazada reforma de la Fábrica de Artillería -al margen de su condición de Bien de Interés Cultural, auténtica patata caliente para el Consistorio, incapaz de acometer unas obras presupuestadas en 70 millones de euros-.
Mientras esto ocurre -sigue ocurriendo-, Montaño vende como proyecto estrella la reconversión del Mercado de Puerta de la Carne en sede del ICAS, un presunto "centro de promoción y difusión cultural" pese a lo limitado de sus previstas posibilidades: al margen de las oficinas, una sala de teatro para 250 espectadores y otra de conferencias y exposiciones. La diferencia con la sede anteriormente anunciada, el Auditorio Rocío Jurado -cuya recuperación para la ciudad era una de las prioridades en materia cultural en el último programa electoral municipal del PSOE-, no necesita más explicaciones.
¿Se agotará el presente mandato sin poner solución real a ese problema? Sería otra mácula más en una suma a la que tampoco escapa la pérdida de la colección de pintura andaluza Thyssen-Bornemisza, liza en la que, como dijo Carmen Cervera, "Málaga mostró mayor tesón".
Nos queda el consuelo de la Colección Bellver, si es que finalmente las administraciones, incluida la local, no agotan la paciencia de quien está dispuesto a dar de manera tan generosa. Si don Mariano tiene que esperar 12 años para ver cumplido su sueño, tal como ocurrió con la colección de cerámica trianera de Ramón Carranza, quizás los sevillanos tampoco puedan disfrutar de ella.
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