Una mecánica del XX

La literatura de Daniel V. Villamediana se incardina con naturalidad en una tradición occidental, en absoluto menor, cual es la de barajar la erudición en servicio de la fantasía. A dicho linaje pertenecen tanto las especulaciones angustiosas de Borges como la felices consejas de fray Antonio de Guevara, a quien debemos la invención del ensayo, incluso en su modalidad falsaria o imaginativa. La primera novela de Villamediana, Las islas imposibles, era un divertido y preciso juego especular, en el que se cruzaban el viaje oceánico de Colón y las fabulaciones míticas que atañen al Mare Tenebrarum y a las islas que albergaba aquella inmensidad, habitada misteriosamente. Las siete vidas de Max von Spiegel, siendo una novela estructural y temáticamente distinta, encierra, no obstante, una ambición pareja, en la que el hecho histórico, sólidamente establecido, permite al escritor desplazarse a lo ilusorio.

El ficticio Max von Spiegel es el emulsionante de una época, que Villamediana aglutina con humor e inteligencia

Por otro lado, hay en ambas novelas una traslación de Europa a América, urgida por cierta carácter aventurero o picaresco de los personajes, que no parece accesoria. En el caso de Las siete vidas de Max von Spiegel, nos encontramos con la vida de un desertor alemán, huido de las trincheras de la Gran Guerra, cuya peripecia vital coincide, no solo con la amarga trayectoria bélica del continente (incluida su participación en un atentado fallido al general Franco en El Pardo), sino con la historia mayor del cine, desde los grandes estudios berlineses, donde Fritz Lang rodará Los nibelungos y Metrópolis, al esplendor de la industria hollywoodiense, en la que soberanía del director se ha deslizado ya hacia el protagonismo de los estudios y el brillo electrizante del star-system.

En buena medida, esta novela irónica y rocambolesca es una historia del cine a través de Lang, de Thea von Harbou, de Peter Lorre (el protagonista es un discípulo/enemigo de Lang) y, en suma, de todo aquel talento centroeuropeo que trasladó su oficio a Estados Unidos a partir de los años 30. A este respecto, cabe definir al ficticio Max von Spiegel como el emulsionante de una época, que Villamediana aglutina con humor e inteligencia. Es también, en cierto modo, una paráfrasis de Benjamin cuando glosa la obra de arte en la era de su reproductibilidad; esto es, en su perfección inicial, mecánica y masiva.