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Mayte Martín | Crítica
*** 'Tatuajes'. Voz y dirección: Mayte Martín. Piano y arreglos: Nelsa Baró. Contrabajo: Guillermo Prats. Batería: Vicens Soler. Fecha: 14 de marzo de 2024. Lugar: Teatro de la Maestranza. Aforo: Casi lleno.
Sucede demasiado a menudo como para que sea una casualidad: la voz de Mayte Martín suena a capella en varias de las canciones que componen este Tatuajes, su último y muy reciente disco, que presentó este jueves en el Teatro de la Maestranza. Es un recurso frecuente en toda su discografía. Esa desnudez se extiende a todo: la austeridad de la puesta en escena, la liviandad de los arreglos, lo compacto de la banda –tres músicos–. Martín despeja los contornos y deja a su voz el protagonismo absoluto, pero lejos de abordar las piezas desde el virtuosismo, lo hace desde la intimidad, cantando unos versos que parece susurrarnos al oído.
Siendo ella –también– una excelente cantaora, no incurre en la tentación de aflamencar las composiciones de este repertorio, que reúne temas archiconocidos del cancionero en español –con permiso de Ne me quitte pas o Amore Mio–, terreno resbaladizo por el que otros flamencos han transitado con más o menos acierto. En cambio prefiere tratarlos como miniaturas, delicadas piezas de autor a las que el cuarteto parece no querer alterar en su esencia. Así quedan expuestos clásicos como Te recuerdo Amanda, El breve espacio en que no estás o Lucía. En definitiva, lo mejor del relicario cantautor a ambos lados del charco, incluyendo la escala brasileña de Eu sei que vou te amar.
Como volvió a demostrar anoche, Martín es una consumada intérprete de esa sagrada trinidad de la música hispana: bolero, tango, copla. Conserva intacto el espíritu que preside sus primeros discos, con aquel maravilloso Free Boleros acompañada de Tete Montoliu a la cabeza. Heredera directa de aquella lejana grabación en directo es esta de Tatuajes. De ahí quizás la somera orquestación, la contención vocal que la aleja del riesgo y que nos hurta de paso algo de emoción. Extrañamos unas pizcas de desgarro, de abandono en la interpretación, que sólo en La Bien Pagá y el tango Porque vas a venir se apartó mínimamente de la mesura que definió su actuación, que fue una traslación casi exacta de lo que puede escucharse en el disco, con el añadido de Procuro Olvidarte, no en vano un momento álgido de la noche.
Pero esa es la marca de la casa: ni un amaneramiento, ni una sola concesión a la galería. Una voz firme y plena, una afinación y dicción perfectas con las que Martín parece enunciar el esqueleto de las canciones: melodías y letras que en su garganta alcanzan una condición cristalina. Quizás por ello, cuando se abre una pequeña fisura en su canto y todas las certidumbres quedan en suspenso por un segundo, nos hace sangrar la herida como nadie. Así ocurrió en A que no te vas, y la emoción aún perdura.
Entre los músicos y el respetable se creó la simbiosis necesaria para que el recital transcurriese en un ambiente de complicidad, el idóneo para esta propuesta, en la que sin embargo sentimos que no se revelaron por completo los secretos esperados, el hermoso misterio detrás de estas canciones inmortales. Para eso hacía falta un ramito de locura, que colorea esta “fiesta triste”, como lo definió Martín.
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