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Exposición en Santa Clara
Sevilla/La idea, en principio, era encontrar un material que aislara el paso de la corriente eléctrica y lo consiguió: sus primeras aplicaciones fueron enchufes, interruptores, transformadores. Pero el invento de Leo Baekeland (Gante, 1863-Nueva York, 1944), un científico belga que desarrolló su carrera profesional en Estados Unidos y acabó ganando el Nobel de Química, fue muchísimo más allá. Creada en 1907, la baquelita, una combinación de fenol y formaldehído, primera sustancia plástica totalmente sintética, llamada así por su creador, inauguró la era del plástico y, durante la primera mitad del siglo XX, conquistó innumerables campos del diseño industrial así como el propio espacio doméstico, adquiriendo de este modo una fuerte carga tanto icónica como sentimental.
Atraído por el despliegue de formas y colores, y "enfermo" de coleccionismo, bromea él, Rafael Ortiz, uno de los galeristas de arte de referencia en Sevilla, empezó hace más de 30 años a adquirir objetos de baquelita, los primeros de la Historia que no necesitaron ninguna sustancia natural para existir. Hoy, la colección está compuesta por más de 800 piezas de todo tipo. "Pero evidentemente no compro toda la baquelita que veo –cuenta–. Las piezas deben tener algo especial, tienen que aportar algo al resto de la colección, ya sea una forma curiosa o haber sido concebidas por algún diseñador en particular", explica Ortiz.
Junto a Luis F. Martínez Montiel, que le ayudó a inventariar la colección, Ortiz es el comisario de una exposición en Santa Clara que encara ya su último tramo, Baquelita Paradise. El material que nos hizo modernos. Abierta hasta el próximo día 15, reúne más de 300 objetos –seleccionados "con mucho esmero", apunta el galerista– que conforman un arco temporal que abarca principalmente desde los años 20 hasta la década de los 50, cuando este tipo de plástico –padre de todos los actuales– empezó a caer en desuso.
Dado que –parafraseando al famosísimo Bardo– la baquelita es el material del que están hechos los sueños retro, la exposición está tocada por ese encanto melancólico del futuro que ya ha envejecido, hace mucho, años, décadas, pero que aun así resiste a ser completamente pasado. Algo en sus diseños coloridos y de brillantes superficies sigue susurrando su vocación de novedad y atrevimiento. Por supuesto, también encierran una cautivadora nostalgia de los hogares de antes. ¿Quién no recuerda, como apunta Ortiz, uno de esos teléfonos negros en la casa de una abuela, de un tío, de sus propios padres?
"La gente se identifica con estos objetos, que marcaron mucho y estuvieron en todas las casas. Ese sentimiento es para mí el más gratificante", confiesa el galerista, que en el verano de 2019 llevará esta misma exposición, casi con toda seguridad ampliada, a Bruselas. También ésta que se puede visitar en Sevilla ahora es asimismo una versión ampliada, con casi medio centenar de piezas más, de la que se vio en 2016 en el Museo de Artes Decorativas de Madrid.
El primer apartado de Baquelita Paradise, titulado La transformación de la materia, recoge diversos objetos de cuerno, ámbar, carey, betún, madera, piedra, marfil o concha, los materiales naturales a los que el plástico imita generalmente. Encontrará aquí el visitante ruletas de casino, lámparas, jaboneras, pitilleras y fichas para juegos de mesa, entre muchísimos otros curiosos objetos, que son, todavía, plásticos naturales (hechos con gutapercha, goma laca o bois durci) o semisintéticos (fabricados con material natural mezclado con vulcanita o celuloide).
El segundo apartado, El cómplice del ocio, entra ya de lleno en el plástico sintético, con la baquelita como el material por excelencia que, tras la Primera Guerra Mundial, explica la masiva popularización del plástico. Cámaras fotográficas, teléfonos, centralitas, coches en miniatura, tocadiscos, radios o proyectores de diapositivas pueden verse dentro de este bloque, al que sigue El corazón del hogar. Juguetes, cocteleras, fumigadores, planchas de vapor, aspiradoras, relojes, jarras, lámparas, ceniceros, linternas o maquinillas de afeitar de arrebatadores diseños, tendentes a lo curvo y minimal, objetos en principio anónimos e incluso humildes, pero que con el tiempo han acabado en museos de diseño de todo el mundo, se encuentran entre las "pequeñas grandes obras" –como las llama Ortiz– de este tercer apartado.
Hay también alguna rareza fuera del enfoque temático de la exposición –un casco de la Segunda Guerra Mundial, una placa dedicada a los héroes de la patria (inglesa) de la Grand Guerre...–, que se cierra con La caja del misterio, uno de los apartados predilectos del galerista, que reúne aquí una selección de preciosas cajas para guardar y proteger del calor, la humedad o los golpes todo tipo de cosas. Destacan las del artista andorrano Eduardo Fornells y las de la fábrica Ebena, en Bélgica. "Son auténticas obras de arte", dice Ortiz, y no vemos ningún motivo para no darle la razón.
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