La materia del tiempo
El científico y divulgador José Manuel Sánchez Ron se acerca en este volumen a los hallazgos de Einstein así como al personaje público que fue.
Albert Einstein. Su vida, su obra, su mundo. José Manuel Sánchez Ron. Crítica. 512 páginas. 35 euros.
Uno de los enigmas más llamativos, y sin embargo ineludibles, del siglo XX, es éste de la celebridad de Albert Einstein. Mucho antes de que su figura adquiriese un carácter político, vinculado al pacifismo, Einstein era ya un hombre idolatrado por las clases cultivadas de primeros del XX, que vieron en él a una suerte de hechicero, como antes había ocurrido con Edison y su milagro electrostático (recuérdese la Eva futura de Villiers, donde Edison aparece como un mago capaz de fabricar una mujer perfecta, Halady, que preludia ya a la hermosa robot que fulgura hipnóticamente en la Metrópolis de Lang). De modo muy similiar, y quizá por los mismos motivos, Einstein fue recibido en numerosos países y solicitado por las más diversas instituciones para explicar un teoría, en buena medida, inexplicable. Pero inexplicable no sólo para la burguesía educada de entreguerras, sino para aquella porción de físicos que, de algún modo, seguían vinculados a una concepción mecánica del cosmos.
Todo este proceso, que dará como fruto las dos teorías de la relatividad, así como la teoría de la dualidad onda-corpúsculo, por la que obtendría el Nobel, es el que el profesor Sánchez Ron aborda en este volumen. Un volumen que no sólo pretende explicar, desde la perspectiva histórica -desde la particular perspectiva de la Historia de la Ciencia-, los hallazgos de Albert Einstein, sino a la propia figura del investigador y la época donde se desenvuelve. Decía Ortega, refiriéndose a Einstein, a Böhr y a otro puñado de cabezas eminentes de aquella hora, que la vanguardia científica del mundo estaba en manos de varias docenas de hombres, y que si esos hombres se montaran en un avión, y ese avión se precipitara al vacío, no quedaría nadie que entendiese la mecánica profunda, el vertiginoso funcionamiento del mundo moderno. Probablemente, en esta imagen tan expresiva -y alarmante- de Ortega y Gasset, se cifra la fascinación, el fervor electrizante que suscitó Einsten en su siglo. Un fervor que propició, en 1923, que fuera recibido como un héroe moderno en Barcelona, en la sede de la CNT, y que se le tributara la admiración debida a un nuevo argonauta. Uno de aquellos admiradores fue el propio Ortega. Con la diferencia de que Ortega sí supo colegir, siquiera vagamente, las implicaciones que la Relatividad traía sobre la faz del mundo, mientras que la admiración universal del ciudadano medio, de aquellos voraces lectores de periódicos, en la hora dorada del periodismo, sólo podía sospechar, oscuramente, la relevancia capital de sus postulados. ¿Cómo entender, pues, para unos hombres educados en la física de Newton, que el tiempo era en cierto modo elástico, maleable, relativo? ¿Y cómo ignorar, cómo no otorgarle importancia, a un asunto que parecía afectar radicalmente a la aventura humana y a su concepción del mundo?
Para el lector no versado en el lenguaje matemático, el volumen de Sánchez Ron presenta un pequeño escollo. Un escollo -el de la fórmulas que acompañan al texto- que reviste una importancia secundaria, tanto por su dificultad como por su número, y que no impiden, en cualquier caso, una comprensión sumaria de cuanto se explica en esta biografía. Ya en el año 58, muy cercana la muerte de Einstein, Bertrand Russell había intentado sortear esta dificultad con su ABC de la Relatividad, donde se explican de un modo simple y riguroso tanto los antecedentes como las implicaciones de la teoría einsteniana, sin acudir al apoyo matemático. El propio Einstein, en compañía de Leopold Infeld (La evolución de la Física, 1938), había tratado de mostrar este deslizamiento de la física de Newton, de una concepción mecanicista del universo, hacia el ámbito de la Relatividad General y la teoría de los Cuantos, sin servirse en absoluto de la formulación matemática. También Gardner, mediados los 70, en su estupenda La explosión de la Relatividad, hará lo propio. En este libro de Sánchez Ron, destacable en muchos aspectos, las fórmulas no son un inconveniente, sino un dato tan escueto como necesario. Se trata, al cabo, de un libro de cultura, de erudición, de historia, donde el hombre viene explicado por su medio, y el medio viene modificado por la actividad humana. Prueba inequívoca de ello será la carta que Einstein le dirija a Roosevelt en agosto de 1939, recomendándole una mayor atención a la investigación atómica de Fermi y a los avances del Eje en ese campo. Las repercusiones de dicha carta fueron, como supondrá el lector, tan vastas como innumerables.
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