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Marta Robles publica 'Lo que la primavera hace con los cerezos', un ensayo sobre los amores tormentosos y los conflictos de artistas y escritores

La periodista y escritora Marta Robles, fotografiada hace unas semanas en una visita a Sevilla. / Juan Carlos Muñoz

"Ser un gran artista no significa, necesariamente, ser una buena persona", escribe Marta Robles (Madrid, 1963) en Lo que la primavera hace con los cerezos (Espasa), un ensayo en el que ahonda en la vertiente más humana de los creadores, un catálogo en el que grandes nombres de la literatura, la pintura o el cine se presentan atormentados, promiscuos, donjuanes, con una sexualidad fuera de la norma, fetichistas o misóginos, encarnaciones rotundas de esa idea de que el tormento y los amores no correspondidos son el terreno del que brota la expresión artística.

Caravaggio, Patricia Highsmith, Pasolini o Pablo Neruda, que presta uno de sus versos más emblemáticos al título del libro, son algunos de los autores en cuyas biografías se adentra Robles, más desde la curiosidad que desde la intención de dejarse llevar por acalorados juicios morales. La autora dice ser consciente de que "las obras de arte, como la literatura, no emergen de la bondad, sino del talento, y no nacen para ser ejemplo de nada, sino para despertar las emociones de los demás", se lee en el libro.

"Si esos señores de allí", afirma la periodista y escritora ya en persona, señalando a otros clientes del hotel sevillano donde concedió esta entrevista, "tuviesen una obra magnífica, sabríamos lo que han hecho en su vida, y a lo mejor conoceríamos algunos episodios que no nos gustarían demasiado. Accedemos a la trastienda de las personas cuando tienen una repercusión pública, pero en este bar, o en la calle, hay también mucha gente que tendrá un lado oscuro. Lo que yo digo es que cuando un artista es un malvado y comete un delito, que lo metan en la cárcel, y a ser posible, propongo, que le quiten los derechos sobre su obra, pero que no castiguen a la humanidad haciendo que se quede sin ella, porque, ya que ese ser humano ha recibido ese don de la naturaleza, que lo comparta con los demás", sostiene Robles. "Es todo muy complejo, André Gide decía que con buenos sentimientos y buenas intenciones no se hace buena literatura, y si nos detenemos a examinar a alguien casi nadie se salva: la propia Virginia Woolf, que parece perfecta, por ejemplo, era antisemita. Además, ¿quién va a decirnos que tenemos que cancelar una obra o un autor? ¿Harry y Meghan? Me da un ataque", bromea la autora.

Entre los atormentados que retrata Robles destaca la trágica peripecia de Salgari, tan lejana a la emoción y el colorido de los relatos de sus criaturas, Sandokán y el Corsario Negro. "Toda su biografía fue una mentira. Ni fue capitán, ni surcó los mares, ni tuvo esa vida exótica que uno supone al leer sus aventuras. Tiene mucho mérito, porque creó un mundo apasionante con la imaginación y con la visita a las bibliotecas", comenta. Salgari acabaría suicidándose, arruinado, tras meter a su mujer en un sórdido manicomio público y mandar una carta a los editores y pedirles que "en compensación por las ganancias que os he proporcionado" pagasen los gastos de su entierro. "Os saludo rompiendo la pluma", se despedirá el escritor.

Marta Robles. / Juan Carlos Muñoz

En el libro, Robles reivindica a las mujeres fatales, que en su opinión "no son más que mujeres libres, capaces de deshacerse de los yugos de su tiempo, de la historia y de su condición de mujer (...) Todas las mujeres somos fatales en cuanto decidimos quiénes queremos ser, dónde queremos estar y a quién queremos amar", argumenta en la obra. "A lo largo de la historia", cavila durante la entrevista, "los donjuanes han estado muy bien vistos, han tenido una trascendencia enorme en las artes y siempre han caído simpáticos. Incluso hoy, después del #metoo, te encuentras en una reunión de amigas a una que dice: A mí me gustan los canallas. Nosotras, aunque no seamos Doña Inés, pensamos que podemos redimir a ese tipo de hombre, y a mí eso me aterroriza, porque es el germen del maltrato. No se puede cambiar a nadie. Yo defiendo a la mujer fatal porque es el hombre del saco del donjuán, es alguien que hace lo que le da la gana. Desde la manzana de Eva, pasando por las amazonas, las sirenas, las mujeres han sido vistas como malas porque han decidido vivir más allá de las normas marcadas por los hombres". De ese capítulo, que perfila las semblanzas de Alma Mahler, Colette o Lilia Brik, Robles escoge la historia de Lou Andreas-Salomé. "Su caso me indigna porque se la recuerda por el hecho de que los genios la amaran, pero se omite que tuvo una obra propia fascinante y nada reconocida".

Simenon se jactó en una conversación con Fellini de haber estado con 10.000 mujeres, pero "eso no fue vicio", aclaraba, "tenía la necesidad de comunicarme". A Galdós lo definió Marañón como un tipo dotado, y no sólo en la cuestión literaria: "Soltero, por probable influencia de la emoción materna, hombre superviril y mujeriego, aunque tímido con las mujeres". Robles busca "demostrar en este ensayo cómo el amor, el desamor y la pérdida influyen de manera definitiva en la creación, y Galdós es todo un ejemplo: es un maestro en la creación de personajes femeninos porque los conoce de primera mano. Las mujeres que pasan por su vida aparecen en sus novelas".

Artemisia Gentileschi, "símbolo de la lucha de género" y del movimiento feminista tras conseguir que condenen a su violador; Jaime Gil de Biedma y su "lujuria desatada en Filipinas, donde la vida de los niños valía tan poco"; o William Burroughs, que mató a su mujer en un temerario intento de imitar a Guillermo Tell, son otros creadores recogidos en el libro y con los que se explora la relación entre el sufrimiento y el arte. "Está claro que los amores atormentados, el conflicto, impulsan a la creación, aunque yo pienso", matiza Robles, "que el buen amor, esa persona que sabe amar al otro y saca lo mejor de él, también puede hacer lo que la primavera hace con los cerezos".

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