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Mariano Bellver
La relación de Mariano Bellver con el arte comenzó como un accidente doméstico. Al menos, él siempre reconoció en el origen de su pasión por el coleccionismo la huella familiar, dado que le tocó asentar biografía en una saga de escultores de origen valenciano que alcanza hasta el siglo XVIII.
Entre los primeros eslabones de esa dinastía destacó su bisabuelo Francisco Bellver Collazos (1812-1890), artista de producción eminentemente religiosa que llegó a sumar un premio en la Exposición Universal de Londres de 1851. También logró plaza en la Academia de San Fernando de Madrid en 1843. Para la ocasión, presentó un relieve de marcado clasicismo sobre el rapto de Proserpina.
Pero, de todos los que forman parte de esa galería casera, el empresario siempre mostró predilección por su abuelo paterno, Ricardo Bellver Ramón (1845-1924). Y no sin razón: entre los suyos, fue el artista con más talento. De ahí que, siempre que lo tuvo a mano, compró piezas, modelos y dibujos en papel con su firma, así como vaciados de obras más emblemáticas como el de la estatua del ángel caído del parque del Retiro de Madrid (1885), hoy en la Casa Fabiola.
Además, trató con mimo las piezas heredadas, a las que sometió a cuidados y restauraciones. Así, por ejemplo, ocurrió en 2001 con una efigie de Diego Velázquez, realizada probablemente por su ascendiente con destino a un espacio público.
"La producción plástica de Ricardo Bellver, a pesar de su aspecto realista, es difícil de clasificar. Y lo es porque se adapta a cada momento a su entorno", destacan Juan Miguel González Gómez y Jesús Rojas-Marcos González en el estudio Maestros de la escultura española en la Colección Bellver (siglos XIX-XXI), publicado en 2014 por la Academia Santa Isabel de Hungría de Sevilla.
Como ejemplo, los profesores citan el contraste entre la puerta de la Asunción de la Catedral de Sevilla (1885), cuya estatuaria adopta un estilo de inspiración gótica, y el barroquismo de las efigies de San Andrés y San Bartolomé del templo madrileño de San Francisco el Grande, senda por la que habitualmente transitó.
Dentro de su amplia colección de obras, Mariano Bellver también dio cabida a un boceto en barro de una de las obras más singulares de su abuelo, La guardagujas, realizado hacia 1900. La pieza, de singular belleza pese al estado inicial de ejecución, representa a una de las mujeres que se ocupaban de los cambios de vías en los ferrocarriles.
Sin ánimo de denunciar las pésimas condiciones de vida y la servidumbre de los operarios, el artista optó por un canto lírico al progreso, a la laboriosidad y a la modernización del país. Una escultura en yeso del Sagrado Corazón de María (1902) y el vaciado del Retrato de Juan Facundo Riaño (1901) son otras obras de Ricardo Bellver que forman parte del tesoro del coleccionista fallecido, su nieto.
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