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Una maravillosa incoherencia

Feria del libro

Carlos Colón, Eva Díaz, Rogelio Reyes, Francisco Robles y Manuel Pedraz glosan, en la primera actividad de la Casa de los Poetas y las Letras, los escritos tempranos, los dedicados a Sevilla, de Manuel Chaves Nogales.

Francisco Robles, Eva Díaz Pérez, Manuel Pedraz, Rogelio Reyes Cano y Carlos Colón, ayer en la Pérgola.
Francisco Camero / Sevilla

15 de mayo 2012 - 05:00

Como ocurre con todos los amores profundos, determinados por leyes secretas, insondables, ambiguas, incluso incomprensibles, la relación de Manuel Chaves Nogales con Sevilla fue enormemente compleja, pero de esos sentimientos tantas veces contradictorios, precisamente de su temprana constatación de la "maravillosa incoherencia" del sitio donde nació y vivió durante su juventud antes de abandonarlo para sólo volver a él en el recuerdo, que siempre es extranjero, de ahí surgió una mirada que definió esta ciudad como "cuna de hombres despreocupados que de su despreocupación hicieron normal", un voz libre, crítica y heterodoxa que supo describir como pocas, con elegancia y contención, con su desprecio por cualquier tipo de sectarismo, el alma sevillana, si tal cosa existiera.

Para hablar de todo esto, y de su vinculación sentimental e intelectual con el genial periodista sevillano, olvidado durante tantos años y ahora protagonista de una resurrección editorial arrolladora, la Casa de los Poetas y las Letras, en su primera actividad pública, invitó a la Pérgola de la Feria del Libro al profesor, articulista y crítico de cine de Diario de Sevilla Carlos Colón, a la periodista y escritora Eva Díaz Pérez, al también periodista y escritor Francisco Robles y al catedrático de Literatura de la Universidad Hispalense Rogelio Reyes, presentados y moderados por el periodista Manuel Pedraz.

Abrió la ronda de intervenciones Carlos Colón, que reconoció haber leído muchas veces, "como ejercicio de autoflagelación", los textos de Chaves Nogales, "que se fue muy pronto de Sevilla, muy joven, así que no le dio tiempo a que la ciudad lo maltratara". Y se fue -dijo este "heredero de un tipo de periodismo que quiere recoger las esencias de la ciudad", como lo presentó Pedraz- porque "era demasiado periodista para las posibilidades que ofrecía Sevilla a los periodistas entonces, y ahora". De su obra, Colón celebró "una virtud sobre todas las demás": su "absoluta carencia de prejuicios", que sumada a su "capacidad de comprensión analítica", le permitió escribir obras maestras y aún vivas como La ciudad (1921), o "el mejor libro sobre tauromaquia que se ha escrito nunca", el Juan Belmonte, matador de toros, sin gustarle el toreo, y componer "la visión más lúcida sobre el Rocío" y la religiosidad popular en la serie de reportajes de Andalucía roja y la blanca paloma, sin ser capillita. "Es el mayor periodista español y europeo de la primera mitad del siglo XX, y el mejor de Sevilla en todo el siglo", proclamó.

No menor entusiasmo suscita la obra de Chaves Nogales en Eva Díaz Pérez, convencida de que el sevillano "es un referente y no sólo un clásico", de que "sigue siendo un maestro del periodismo contemporáneo", de esa clase de reporterismo "cada vez más difícil de ejercer, que es el reflexivo", ése que "interpreta la realidad, pero sirve para mucho más", por ejemplo para capturar en sus páginas de "frescura intensísima", dijo citando a Eugenio D'Ors, "el pálpito de su tiempo". Nada extraño, añadió, teniendo en cuenta que Sevilla ha visto nacer a "los más brillantes heterodoxos de la historia de España", y Chaves lo fue, como lo fue Luis Cernuda, dos autores a los que la autora de El sonámbulo de Verdún sitúa en un mismo pedestal.

Rogelio Reyes quiso destacar no sólo la "precocidad" del ahora de nuevo célebre reporter, sino también "la calidad de su prosa, la galanura de su estilo nada artificioso" y "lo más distintivo" de todo a su juicio, si se habla de sus primeros textos sevillanos: su visión "ni edulcorada, ni poética, ni laudatoria", una visión "solidaria, atenta a las enormes carencias sociales de la Sevilla de entonces". Su "intento de objetivar las cosas", como se puede ver en sus famosos reportajes sobre la Semana Santa hispalense de 1935, su perpectiva de observador siempre comprometido pero "desapasionado", lo convierten, aseguró, en "representante de esa tercera España que huyó de los excesos fratricidas".

Para Francisco Robles, cabe hablar incluso de icono de "la tercera Europa", porque efectivamente el sevillano alertó pronto, inmediatamente, de la perversidad y la estupidez intrínseca tanto del nazismo como del comunismo estalinista. "Me gusta mucho ese Chaves Nogales que no se conforma con la apariencia, con el tópico, con la frase hecha", dijo, para volver al escritor que tanto y tan memorablemente escribió sobre esta ciudad. "Los principales enemigos de la Semana Santa son el ateo y el cardenal", escribió el periodista, y ése es el que fascina a Robles, por su "capacidad para hacer crítica de Sevilla sin ser antisevillano".

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