La Máquina Española: Sevilla era una fiesta
Arte
Un catálogo editado por la Consejería de Cultura recuerda la extraordinaria aventura de la galería abierta por Pepe Cobo y una generación que protagonizó “un terremoto en toda regla”
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“Art? Where’s the party?”, se lee en uno de los cuadros de Rafael Agredano, y tal vez su autor tenía la respuesta a ese mensaje: la fiesta (del arte) fue en Sevilla. Aquel grupo de “indocumentados” cansados del “espíritu conventual”, acompasados a un país que abrazaba la ligereza, sorprendieron bajo el paraguas de Pepe Cobo y su galería La Máquina Española, con su arrojo y frescura, al resto del mundo: llegaron a exponer en París, en Basilea, en la Bienal de Venecia. “Son guapos, ricos y famosos. Hablan idiomas, algo bastante singular en las latitudes sureñas”, apuntaba una crítica de El País, escrita por Victoria Combalia, al hilo de una exposición en Barcelona de Guillermo Paneque y Pepe Espaliú. Ahí estaban ellos: irreverentes e irónicos, cada vez más respetados; agnósticos que protagonizaban un milagro en la historia de la pintura española. Sin perder el escepticismo que les caracterizaba, como cuando Paneque relativiza su participación en la Bienal: “Lo malo es que a finales de junio en Venecia hace mucho calor y hay japoneses por un tubo”.
Una aventura extraordinaria que recuerda ahora el catálogo que edita la Consejería de Cultura, y que parte de la muestra que dedicó a aquel proyecto de La Máquina Española el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) entre octubre de 2021 y marzo de 2022. La peripecia de unos chavales impetuosos que hicieron lo que les correspondía como jóvenes: matar al padre. “En aquel arranque de la década de los 80, la capital hispalense necesitaba un golpe de efecto, una sacudida, un terremoto en toda regla para poner los cánones más clásicos y vetustos patas arriba”, analiza Laura Revuelta, comisaria de la exposición que organizó el CAAC a partir de una donación de Pepe Cobo al espacio del Monasterio de la Cartuja.
El viaje empezaría en la calle Pastor y Landero, donde inauguró la galería en 1984 el trío formado por Ricardo Cadenas, Gonzalo Puch y Patricio Cabrera. “Yo era el loquito. Éramos los modernos”, rememora Cobo en una entrevista de Laura Revuelta sobre el impacto que aquella apertura tuvo en la ciudad. Rafael Agredano, Pepe Espaliú, Federico Guzmán y Guillermo Paneque intensificaron la onda expansiva. El fenómeno, en el que participó también la revista Figura, acaparó el tema de conversación. “De pronto, que en ARCO estuviéramos a los tres meses de abrir ya crea un recelo importante... Salir en los medios. Las exposiciones estaban muy cubiertas por los periódicos. Entonces empiezan a surgir las rivalidades”, cuenta Cobo a Revuelta en la entrevista, en la que el galerista se sincera sobre la apuesta de la que se siente más orgulloso: “Espaliú, sin duda. Un gran personaje que me ha enseñado mucho. Era una persona amorosa”.
El catálogo incluye el mítico manifiesto de Rafael Agredano Titanlux y moralidad, que apareció en el número 0 de la revista Figura y en el que su creador descarta esa idea nociva del arte como mortificación, y reclama “olvidarse de los cilicios, echar a un lado el reclinatorio y el agua bendita, sacarle la lengua al arte y echarnos un baile, cuando nos retiramos del cuadro para ver cómo está quedando. Hay en el estudio una mística excesiva”, sentencia.
El catálogo, que se detiene en las biografías y las obras de los artistas vinculados a La Máquina Española, confirma la mordacidad siempre inspirada y el espíritu díscolo de esa generación. Mar Villaespesa destaca en el texto escrito para la exposición Ohne Title que en este grupo “el acto de fe ha sido sustituido por la ironía”. Ricardo Cadenas declaraba en una entrevista con Francisco Correal en el Diario 16 –ilustrada con una fotografía del pintor realizada por Atín Aya– que le gustaban más “las discotecas que todo el Renacimiento”. La charla constata que esos creadores ya no rinden culto a las vacas sagradas y se expresan sin rodeos: “Antes hablaba de ese Hollywood ya agonizante, y lo prefiero antes que las historias-coñazo que nos cuentan directores como Jaime de Armiñán o Gutiérrez Aragón. Creo que se me nota, no me atraen la austeridad, la vida monacal, el agua de cebada, la ropa gris; me quedo con los plásticos, los colores vivos y los discos”. De los colores vivos, y la felicidad de aquel tiempo único, dan fe las páginas de este catálogo.
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