Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
El poemario Poeta en Nueva York contiene un total de 35 textos distribuidos irregularmente por los diez apartados en que se articula el libro. El mítico original que sirvió de base para las dos primeras ediciones póstumas de 1940, durante muchos años considerado perdido, fue localizado en México (noticia hecha pública en 1998) y recuperado definitivamente en una subasta de Christie’s (Londres) en 2003. Pero como se sabe, dicho documento se compone casi enteramente de textos mecanografiados o previamente impresos, la mayoría de aquéllos copias de los primeros borradores autógrafos de García Lorca. Un buen número de éstos –de puño y letra de Federico– quedaron guardados en el archivo de la familia, y fueron reproducidos en facsímil en una lujosa edición de Tabapress (ed. Mario Hernández, 1990).
Rafael Martínez Nadal, íntimo amigo de Federico, fue el depositario de otros, y en años recientes han ido apareciendo algunos manuscritos más, como el de Tu infancia en Menton, sacado a la luz por Nigel Dennis y el que esto suscribe (Bulletin of Spanish Studies, 82, no. 2 [2005], 181-204), el de Crucifixión, adquirido por el Ministerio de Cultura en subasta (Sotheby’s, noviembre de 2007), y últimamente el de Nueva York (Oficina y denuncia), rescatado y presentado por Christopher Maurer hace pocos días en El Cultural (7 de enero de 2011).
Estas nuevas aportaciones conllevan implícitamente otras preguntas de suma importancia para nuestro conocimiento del libro: ¿cuántos autógrafos quedan por recuperar para poder reconstruir el juego completo de los manuscritos originales de Poeta en Nueva York?, ¿sobreviven o han sido destruidos?, y ¿dónde se hallan? En términos básicos, y según la definición de recuperar que uno adopte, el número parece ser siete u ocho. En cuanto a su ubicación actual, es significativo que los autógrafos que todavía quedan por localizar formen tres nítidos grupos, que todos los manuscritos de cada grupo probablemente corrieron el mismo sino, sea cual fuere, y que en cada caso los autógrafos no se encuentran entre los papeles lorquianos porque se entregaron en fechas tempranas para su publicación en revistas literarias.
El grupo de Cuba. Lorca pasó una temporada en Cuba desde principios de marzo hasta mediados de junio de 1930, y durante su estancia publicó varios poemas en revistas cubanas, algunos provenientes de colecciones anteriores y otros del libro en que todavía venía trabajando –Poeta en Nueva York–. A la habanera Revista de Avance dio Danza de la muerte y Poema doble del lago Edén. El primer texto apareció en el número del 15 de abril, pero el segundo no se publicó, no sabemos por qué.
En ambos casos Lorca debió facilitar a los editores de la revista (en aquel entonces Francisco Ichaso, Félix Lizaso, Jorge Mañach y Juan Marinello) manuscritos originales, que él no parece haber recuperado después. No se conoce ninguna reproducción en facsímil de estos autógrafos, y no se sabe si se han conservado o no. De haber sobrevivido, deberían encontrarse más verosímilmente en el archivo editorial de la Revista de Avance (aunque no sabemos el paradero de esta colección) o posiblemente entre los papeles de Juan Marinello que están depositados en la Biblioteca Nacional José Martí.
Lo que éste sí retuvo y reprodujo más de una vez es una copia mecanografiada, hecha en papel de la Revista, con correcciones autógrafas, del Poema doble. De la Danza de la muerte Lorca se llevó a España las páginas impresas de la Revista de Avance, texto que corrigió a mano cuando empezaba a preparar la colección para su publicación (hacia 1935). Del Poema doble, Federico hizo una copia en limpio autógrafa, que figura en el original de Poeta en Nueva York de 1936.
El tercer poema cubano, Son de negros en Cuba, se publicó escuetamente como Son en Musicalia (La Habana) en su número de abril-mayo 1930. El manuscrito original se reprodujo en facsímil en un artículo publicado por Juan Marinello (García Lorca en Cuba. El poeta llegó a Santiago, Bohemia, año 60, no. 22 [31 de mayo de 1968], pp. 22-27, sin indicación de procedencia), pero no se ha vuelto a mencionar en décadas posteriores. Se supone que el autógrafo estará todavía allí en La Habana, posiblemente entre los papeles de Antonio Quevedo y María Muñoz, los directores de la revista, o los de Fernando Ortiz, a quien iba dedicado el poema. Lorca debió conservar una copia o un ejemplar de Musicalia, que sirvió de base para las versiones posteriores, como la que incorporó en su conferencia-recital de Poeta en Nueva York de 1932.
De los tres manuscritos cubanos, pues, sabemos que por lo menos uno sigue existiendo, y que, si es que los otros dos han sobrevivido, deben hallarse también en Cuba.
El grupo de la Revista de Occidente. En enero de 1931, aparecieron en el número correspondiente de la Revista de Occidente cuatro poemas de Poeta en Nueva York: Muerte, Ruina, Vaca y Nueva York (Oficina y denuncia). Cuando preparaba el original de 1936 Lorca tenía a su disposición páginas de prueba de la Revista de Occidente, sugiriendo que después de su publicación temprana los autógrafos originales no le fueron devueltos. Parece casi seguro que Federico, a finales de 1930, hizo sacar unas copias mecanografiadas de los poemas en cuestión para proporcionarlas a la revista, y que el amigo encargado de servir de amanuense y mecanógrafo fue Miguel Benítez Inglott. Como en otras ocasiones, Lorca le habría dado uno de los manuscritos –el de Oficina y denuncia, como se titulaba el poema en aquel entonces– como muestra de su agradecimiento.
Sabíamos desde hacía 1950, cuando Benítez Inglott publicó Crucifixión en las Planas de Poesía de Las Palmas, que éste había regalado el original de Oficina y denuncia a José María Millares Sall; de éste pasó a las Galerías de Charles Hamilton donde fue comprado en subasta (marzo de 1964) por Hans Moldenhauer, quien lo donó, décadas después, a la Biblioteca del Congreso. Pero, ¿adónde fueron a parar los otros tres autógrafos? Es verosímil pensar que Lorca regalara uno de los manuscritos a su amanuense, pero no todos los cuatro, así que en teoría los originales de Muerte, Ruina y Vaca deben de haberle sido devueltos. Por otro lado, el uso de las páginas de prueba de estos poemas en 1935-36, y la ausencia de los autógrafos entre los papeles de Federico, sugieren que, tal como en el caso de Oficina y denuncia, los manuscritos originales de los tres llegaron a otro paradero desconocido en algún momento entre 1930 y 1935. Aunque es concebible que el archivo personal de Fernando Vela, secretario de la Revista de Occidente, contenga algún indicio, por el momento realmente hay pocas pistas de investigación para su posible rescate.
El grupo de 1616. 1616 era una revista publicada en Londres por Manuel Altolaguirre durante su estancia en aquella ciudad, 1934-35. Pequeño vals vienés se publicó en el número 1 (1934) de la revista, y Paisaje con dos tumbas y un perro asirio en el número 7 (1935). Como en los casos cubanos, cabe entretener la posibilidad de que Altolaguirre se quedara con los originales después de la publicación. De todas maneras, los dos poemas se copiaron probablemente más de una vez antes y después de su aparición en letras de molde, y en particular es notable una copia en limpio autógrafa de Pequeño vals vienés, copia parecida a la del Poema doble, que igualmente figura en el original de Poeta en Nueva York de 1936. En teoría, la primera pista obvia para investigar serían los papeles de Altolaguirre y Concha Méndez, pero sabemos que éstos sufrieron múltiples estragos durante la Guerra Civil y, además, los documentos que sí han sobrevivido (ahora depositados en la Residencia de Estudiantes) han sido examinados en detalle, sobre todo por el estudioso James Valender.
Éstos, pues, son los caminos corridos por los manuscritos lorquianos que no han vuelto a su punto de origen. Al hacer el balance de la situación, aunque parecen relativamente escasas las posibilidades para que más autógrafos originales de Poeta en Nueva York salgan a la luz en meses o años futuros, es de todas maneras alentador saber que hoy en día disponemos de la mayoría de ellos y a la vez intrigante especular sobre el paradero de los pocos que todavía se nos escapan.
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