"Un simple deseo, una obsesión, nos pueden llevar a cometer atrocidades"

Manuel Martín Cuenca. Director de cine

El almeriense estrena este viernes 'La hija', un cuento oscuro sobre la maternidad que protagonizan Javier Gutiérrez y Patricia López Arnaiz y al que pone la música Vetusta Morla

Manuel Martín Cuenca, hace unas semanas, cuando presentó en el Festival de Sevilla ‘La hija’.
Manuel Martín Cuenca, hace unas semanas, cuando presentó en el Festival de Sevilla ‘La hija’. / Lolo Vasco

Títulos como La mitad de Óscar, Caníbal y El autor ya daban fe de que Manuel Martín Cuenca (El Ejido, 1964) era uno de los creadores más inesperados del cine español, un enemigo de las fórmulas en una industria sometida a la presión de las modas y las convenciones de los géneros. Con La hija firma un tenso y violento thriller que es también un cuento oscuro sobre la maternidad y el peligro de las buenas intenciones, la historia del trabajador de un centro de menores (Javier Gutiérrez) que esconde en su casa a una adolescente embarazada (Irene Virgüez) a cambio de que les ceda a él y a su mujer (Patricia López Arnaiz) el bebé que espera. La película, que cuenta con la banda sonora de Vetusta Morla y pudo verse en el pasado Festival de Sevilla, llega a las salas este viernes.

–Ha definido como "pacto de cristal" el trato que hacen los personajes.

–Sí, cada uno quiere creer que puede salir bien ese acuerdo, incluso la lógica y la razón están de su lado en un principio. Tenemos a una chica muy joven, que se ha quedado embarazada y no puede contar con su novio, que podría haber abortado pero que decide tener este hijo para un hombre más mayor, que es como un segundo padre para ella... Y por otro lado está esa pareja que lleva queriendo tener descendencia desde hace mucho tiempo. Son piezas que encajarían, pero, claro, se trata de un pacto fuera de la ley, y yo jugaba con que el espectador se dijera desde el principio: Uf, no sé por dónde va a salir esto, pero seguro que no sale bien. Sí, es un pacto de cristal y sabemos que en cualquier momento puede romperse.

–Usted y su coguionista habitual, Alejandro Hernández, se basan en una idea de Félix Vidal. Al parecer, en la trama original los protagonistas secuestraban a la adolescente, pero usted prefirió que la acogieran mediante un acuerdo. Que no fueran los malos de la función, sino gente que toma decisiones discutibles...

–Exacto, yo quería humanizar a los personajes. En las primeras versiones, cuando llegó a mí, era una historia más de género. Me interesaba la semilla, esa pareja que no puede tener hijos, pero no me atraía tanto que engañaran a esa niña, que la secuestraran. Me parecía más turbio, ambiguo, que no recurrieran a esas estrategias tan sucias, que ellos pensaran que hacían lo correcto. El ser humano es así, capaz de lo mejor y lo peor. Podría estar en el bando bueno, y por un deseo, una obsesión, pasarse al otro lado y empezar a hacer cosas atroces. Ya he dicho en otras ocasiones que La hija narra el enfrentamiento de buenos contra buenos, un western donde la recompensa es un bebé. A mí lo que me mueve es explorar la naturaleza humana a través de las historias, de las películas.

"En los últimos siglos nos hemos habituado a enfrentarnos a la naturaleza y a Dios. Me interesaba explorar eso"

–No pretende una lectura oportunista de la realidad, pero dialoga con el presente gracias a temas como la gestación subrogada o los menores tutelados...

–Yo nunca he buscado elaborar un sermón, lanzar un mensaje, ni me gusta ese cine ni he pretendido hacerlo. A mí me motiva preguntarme cómo llega un personaje a hacer las cosas que hace. Pero, efectivamente, este proyecto encierra cuestiones sobre las que reflexionar. El ser humano, siempre lo ha hecho pero en los últimos dos siglos lo está haciendo de manera más clara, está desafiando a la naturaleza, desafiando a Dios, si es que existe. No aceptamos las reglas que nos han dado. Eso lo permiten la ciencia, la medicina, pero también nuestra idea un poco arrogante de que podemos cambiar las cosas. Antes las parejas que no podían tener hijos se resignaban, aceptaban su situación. Ahora no. Lo que me gusta de estos personajes es que por lo que ellos consideran una injusticia se enfrentan a la sociedad, a Dios, a todo, para acabar con ese agravio. El problema es que cuando sólo piensas en ti mismo y no ves más allá acabas haciendo una injusticia mayor con los otros. Ahí asoma el tema de la gestación subrogada, que es una manera burocrática, mediante un protocolo, de cumplir el deseo de una pareja que quiere tener hijos. Y eso viene de la mano de otras preguntas. ¿Estás provocando una nueva injusticia en los otros?

–Ha rodado este proyecto en la Sierra de Cazorla y la Sierra de Segura, en Jaén. En su cine, desde La mitad de Óscar, el paisaje nunca es gratuito, se plantea como una prolongación de la psicología o el estado de ánimo de los personajes...

–Es una maravilla ese lugar, ¿verdad? Es cierto que a mí me importa mucho el paisaje, y, de hecho, lo primero que hago es inscribir la historia en un enclave concreto. Yo no escribo un guión sin saber dónde voy, pero no sólo sin saber dónde voy a rodar, es que no lo hago si no he ido antes a ese lugar, me lo he pateado, he conocido a gente, he pensado la trama en ese entorno. Y ya en la primera versión del guión meto los detalles de lo que he ido descubriendo, incluso me inspiro en personajes, situaciones, con las que me he topado en esa etapa previa. Es decir, el paisaje forma parte del ADN de la película, trato de usarlo dramáticamente como dices, para que complete el retrato emocional de los personajes, para que ayude a lo que está pasando en la película. Es como una escenografía teatral que dialoga con lo que ocurre. Yo intento que no haya un sólo plano que no tenga que ver con lo que les está sucediendo a los protagonistas.

Irene Virgüez, en una escena de 'La hija'.
Irene Virgüez, en una escena de 'La hija'. / D. S.

–La mujer a la que interpreta Patricia López Arnaiz canta una nana con una letra siniestra y terrible. La hija tiene algo de esos cuentos oscuros que se les relataban a los niños.

–Yo en principio hablé con los Vetusta Morla para hacer una banda sonora atmosférica, no una canción. Si salía, bien, pero no había que forzarlo, tenía que ser algo orgánico. Al final, el personaje de Patricia tenía que cantar una nana, y les dije que me mandaran una propuesta de posibles melodías, y que de ahí igual podía salir luego la canción. Yo les decía: Tiene que ser algo que esa mujer conoce de habérselo escuchado a la madre, a la abuela. A ellos se les ocurrió una letra y me la mandaron cantada, y me entusiasmó. No parecía una canción de Vetusta, sino una letrilla de los tiempos de la Guerra Civil. Yo se lo di a la actriz para que se la aprendiera como una nana de la familia. Fue muy bonito, porque Patricia la cantaba una y otra vez en el set, y al verla haciéndolo llegué a cambiar la planificación de la película. Tenía mucha fuerza eso que dices: ella estaba contando algo terrible mientras está cantando una nana, dulce y suave.

–Vuelve a contar con Javier Gutiérrez tras El autor. Háblenos del reparto.

–Javier es ese tipo al que acabas de conocer y le dejarías las llaves de tu casa para que te riegue las plantas. Te fiarías de él de inmediato. Eso lo tiene, pero como además es un grandísimo actor, puedes partir de ahí para explorar el otro lado. Y eso genera un personaje con capas, moralmente ambiguo. Yo no quiero que el espectador vea desde el principio que el protagonista es un manipulador, prefiero que no sepa qué pensar, y eso lo facilita un actor como Javier. Incluso cuando se les ha complicado la situación y parece que ya no hay vuelta atrás el público se sigue preguntando si la ayudará. Patricia es una actriz fantástica, una bomba de emociones, y yo tenía que contenerla para llevarla a mi terreno. De Irene me gustó su sutileza en el gesto, el viaje que hace, de ser una adolescente que no sabe lo que quiere, y a ver quién sabe lo que quiere con 14 años, hasta sacar de dentro de ella una determinación asombrosa.

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