Profundidad y diversión de un piano

YUJA WANG & MAHLER CHAMBER ORCHESTRA | CRÍTICA

Yuja Wang y la Mahler Chamber Orchestra.
Yuja Wang y la Mahler Chamber Orchestra. / Guillermo Mendo

La ficha

***** Programa: Concierto en Mi bemol mayor 'Dumbarton Oaks', de I. Stravinski; Concierto en Sol mayor para piano y orquesta, de M. Ravel; 'Le Tombeau de Couperin', de M. Ravel; 'Jazz suite' para piano y orquesta, de A. Tsfasman. Piano y dirección: Yuja Wang. Mahler Chamber Orchestra. Concertino y líder: José Mª Blumenschein. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Viernes, 15 de noviembre. Aforo: Lleno.

¿Puede una orquesta tocar sola y hacerlo divinamente? La respuesta es sí, aunque ello suponga un mayor esfuerzo de organización interna y un altísimo grado de sintonía entre todos los integrantes de la orquesta. Y un buen concertino, por supuesto. Todos estos ingredientes se conjugan en el caso de la Mahler Chamber Orchestra, que toco todo el concierto sin necesidad de nadie sobre una tarima, porque lo que hizo Yuja Wang en sus dos intervenciones no fue dirigir, sino gesticular muy puntualmente y sin sentido alguno realmete indicativo. Buenos ensayos y un buen concertino como Blumenschein bastan para abordar buena parte del repertorio de una orquesta. Y las pruebas quedaron sobre el escenario del Maestranza desde el primer tiempo de Dumbarton Oaks, con una orquesta de una precisión y una conjunción impresionantes, todos unificando la intensidad de la articulación en staccato, el grado de acidez y aspereza del sonido y el bajo nivel de vibrato. Todo sonaba con transparencia, cada frase instrumental se insertaba en las demás con claridad y todos seguían al unísono el walking bass incesante y de intensidad cambiante. Por no hablar de la igualdad en la energía de los golpes de arco en el tercer tiempo. Lo mismo sucedió, ya con un conjunto más nutrido, en Le Tombeau de Couperin, todo un espectaculo de sonido brillante en todas las secciones, sobre todo en las maderas, con el arropo de unas cuerdas tersas y cálidas. Perfectamente cuadrado el ritmo danzable de la Forlane, de intensidad bien graduada de manera precisa, consiguiendo texturas transparentes incluso en los pasajes más densos.

Y aún mayor fue la exhibición de unidad en el concierto de Ravel, con la complejidad estructural de sus movimientos extremos, que sonaron con una compacidad y una precisión admirables para una orquesta que estaba tocando sola. Aquí Yuja Wang demostró ser una pianista descomunal y una artista llena de musicalidad. Con una digitación de apabullante precisión y una pulsación clara incluso enn los pasajes más intrincados, supo plegar sus dotes mecánicas al servicio de la expresión de la música. El primer tiempo lo abordó desde un generoso rubato y un fraseo con mucho swing, como requiere la partitura de Ravel. Y en Adagio assai fue toda delicadeza, con un control absoluto de las dinámicas por debajo del piano en un muestrario de gradaciones de una delicadeza infinita, degustandio cada nota de la maravillosa melodía raveliana en un diálogo lleno de ternura y belleza con el corno inglés. Y de nuevo la digitación vertiginosa, pero también limpia y clara, en el Presto. En la segunda parte, la pianista pekinesa sacó a pasear su lado más disfrutón del piano con una intrascendente Jazz Suite de Tsfasman repetitiva, sin apenas interés musical y que ni siquiera evoca al jazz, sino más bien a los musicales americanos de los años cuarenta y al Boogie-woogie. La pieza sólo sirve para abrir campo a la exhibición mecánica de la pianista, soberbia y espectacular en este sentido, como también en dotar de musicalidad a tan inane composición. Y todo sin errar una nota, ni siquiera rozarla. Era lo que el público esperaba, alentado por esa imagen que la artista china alimenta y que también forma parte del espectáculo.

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