Magallanes ya tiene ópera

MAGALLANES, NO HAY ROSA SIN ESPINAS | CRÍTICA

Magallanes y Beatriz en su idilio sevillano.
Magallanes y Beatriz en su idilio sevillano. / José M. Barradas

La ficha

**Ópera con música de Marco Reghezza y Giovanni Scapecchi sobre un libreto de José M. Núñez de la Fuente. Intérpretes: Damián del Castillo, Mariola Cantarero, Israel Lozano, Luciano Miotto, Fran Gracia, Andrés Merino, Arturo Garralón, Javier Jiménez. Coro de Ópera de Málaga. Escolanía de Tomares. Orquesta Sinfónica de Málaga. Director musical: Francisco J. Gutiérrez Juan. Director de escena: Gregor Acuña. Lugar: Patio de la Montería de los Reales Alcázares. Fecha: Viernes, 28 de marzo. Aforo: Lleno.

De momento es la número ciento noventa del catálogo de óperas relacionadas con Sevilla. Ahí es nada. Bueno, ópera se le llama hoy día a cosas muy diversas con tal que se trate de canto representado sobre un escenario. Porque Magallanes está medio a camino entre el musical con ínfulas, el oratorio profano y... nada más. El libreto peca de farragoso, con exceso de mala poesía y sin apenas acción; es más bien una sucesión de escenas sin hilván que las una. Cabe preguntarse si tiene sentido que el Alcázar, un ente municipal al fin y al cabo, lleve adelante una programación musical no ya al margen del área municipal de Cultura y del ICAS, sino a veces en contra de la misma, como ha sido el caso de la vergonzante María Padilla programada sin tener en cuenta que el Maestranza la va a ofrecer íntegra en un par de meses. O como en este caso, asumiendo un fuerte coste cuando otros proyectos musicales municipales se encuentran con un presupuesto mucho menor. Alguien debería poner orden en este sinsentido.

La música de Magallanes se mueve en la órbita de los musicales, de las bandas sonoras y de los clips publicitarios. Las escenas presentan una estructura similar con una melodía más o menos elaborada que se desenvuelve sin mucha mayor elaboración en previsibles crescendi y los esperables fortissimi orquestales. Dinámicas que, con la excesiva, poco cuidada y plana amplificación, sonaban con estridencia, al borde de la saturación (con los ecos correspondientes). No ayudaba mucho la orquesta, esencialmente juvenil y en la que no ya cada sección, sino cada instrumento iba por su lado, sin atisbos de empaste y con imprecisiones en las entradas. Y lo mismo el coro malagueño, de perfiles imprecisos. No así, en su breve intervención final la Escolanía de Tomares, muy equilibrada y de bello sonido. Con estos mimbres es natural de Gutiérrez Juan apenas pudiese más que concertar en lo posible y dar las entradas a los cantantes.

Triunfador absoluto Damián del Castillo con su voz poderosa de timbre redondo y su fraseo cuidado. Un dolor continuo el canto tremolante y calante de Cantarero, con sus agudos chillados y sus continuos portamentos, con el consiguiente amaneramiento del fraseo. A muy buen nivel Andrés Merino y Luciano Miotto, así como Fran Gracia, a pesar de alguna tirantez en el agudo. Cubrieron el expediente los demás cantantes.

De la escena apenas si se puede hablar, porque se limitaba a proyecciones sobre la fachada del Palacio del Rey don Pedro y a salidas y entradas de los personajes, sin movimiento escénico, algo por otra parte complicado dado el poco espacio disponible en el escenario. Todo muy estático, aunque tampoco el libreto sugería acción alguna en la mayoría de las escenas.

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