No todos los maestros del cine tienen que ser ‘autores’

Cine

Este miércoles se cumple el centenario del no siempre valorado José María Forqué, pese a ser director de auténticos clásicos como 'Atraco a las tres', 'Atraco a las 3', 'Amanecer en puerta oscura’, 'Un millón en la basura' o 'Maribel y la extraña familia'

José María Forqué. / DS
Carlos Colón

08 de marzo 2023 - 06:00

Se ha tardado medio siglo en que Atraco a las tres figure en las más importantes listas de las mejores películas de la historia del cine español junto a las obras reconocidas de Buñuel, Bardem, Berlanga, Saura o Erice. Y, pese a obtener reconocimientos internacionales desde 1957, cuando Amanecer en puerta oscura ganó en Berlín el Oso de Plata, Forqué no obtuvo reconocimientos en España hasta 1992 (Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes) y 1994 (Premio Nacional de Cinematografía y Goya de Honor). Añadiéndose, tras su fallecimiento, la creación de los premios José María Forqué por la Entidad de Gestión de Derechos de los Productores Audiovisuales (EGEDA) .

Dos prejuicios habían actuado en su contra: cuando solo ellos contaban no fue un autor por dedicarse al cine comercial de género (“la crítica no fue demasiado generosa conmigo en muchas ocasiones”) y hacerlo fundamentalmente a la siempre infravalorada comedia (“me gusta contar las cosas con ese humor subterráneo que los aragoneses llamamos somardano”). Súmese que fue un liberal, lo que podría llamarse un antifranquista pasivo. Los prejuicios críticos fueron superados por la evolución del juicio sobre el cine popular y comercial. El político lo fue deshaciendo la normalidad democrática que permitió apreciar con mayor perspectiva y objetividad el talante liberal de un director que inició su carrera trabajando con falangistas y comunistas.

Este aragonés nacido hoy hace un siglo en Zaragoza que se marchó a Madrid en 1943 para estudiar arquitectura con el veneno del teatro ya dentro por su trabajo en el Teatro Universitario de Zaragoza descubrió allí otro veneno, el del cine, dedicándose a realizar cortometrajes hasta que su encuentro con Pedro Lazaga le permitió codirigir con él en 1951 el folclo-drama rural andaluz María Morena, interpretado por Paquita Rico, y dirigir en solitario ese mismo año el musical Niebla y sol, con guión de Lazaga e interpretación de Antonio y Rosario. Tras ellas se fue afirmando, en colaboración con el prolífico y en su día muy popular comediógrafo, novelista y guionista Noel Clarasó, con las comedias Un día perdido y El diablo toca la flauta (ambas de 1954).

Tras ellas rodó el díptico político La legión del silencio (1956), codirigida con José Antonio Nieves Conde, falangista de la rama rebelde hedillista al que se debe Surcos, cuyo buen resultado le abrió las puertas para dirigir su primer gran éxito, Embajadores en el infierno, exaltación del heroísmo y sacrificios de los voluntarios de la División Azul presos en los gulags basada en una novela de Torcuato Luca de Tena inspirada en las vivencias del capitán Palacios que, tras ser apresado en 1943, pasó 11 años en los gulags hasta ser repatriado junto a los divisionarios supervivientes en el Semiramis en 1954. La película tuvo problemas con la censura a causa de las disputas entre las familias del Régimen. Forqué recordaba una sesión censora a la que asistieron José Luis Arrese, Ministro-secretario general de la FET de las JONS, Agustín Muñoz Grandes, comandante de la División Azul y ministro del Ejército, y Gabriel Arias Salgado, ministro de Información, que impusieron algunos cambios pero no pudieron prohibirla: “la cabronada es que es buena” oyó Forqué decir a uno de ellos. Fue un gran éxito en España y en el clima de la guerra fría de los años 50 tuvo distribución en el extranjero.

Al año siguiente inició una trilogía basada en guiones del dramaturgo comunista Alfonso Sastre con la extraordinaria Amanecer en puerta oscura (1957, Oso de Plata en Berlín), Un hecho violento y La noche y el alba (ambas de 1958). Considerando el cine un entretenimiento de calidad con una necesaria dimensión comercial -“es la equivalencia plástica del cuentista árabe que se sienta en los zocos y cuenta historias muy sencillas y muy claras a un auditorio que hace círculo y le echa unas monedas”- los malos resultados económicos de estas películas le hicieron cambiar de rumbo adaptando autores populares como Alfonso Paso (De espaldas a la puerta, 1959, y Usted puede ser un asesino, 1961) y Miguel Mihura (Maribel y la extraña familia, 1960), y abordando géneros populares: el policíaco (091, policía al habla, 1960), la comedia musical (El secreto de Mónica, con Carmen Sevilla y música de Algueró), el melodrama (Accidente 703) y su obra maestra (Atraco a las tres), rodadas las tres en 1962 porque Forqué fue un estajanovista que llegó a rodar cinco películas en un año.

La magistral Atraco a las tres era una respuesta española a la extraordinaria Rufufú de Monicelli que a su vez era una parodia de Rififí de Dassin. Solo un maestro, apoyado por los talentos de los guionistas Vicente Coello, clave en la historia del cine popular español, y el director y guionista Rafael J. Salvia, maestro del ternurismo optimista, pudo convertir este casi remake de una parodia en una obra maestra. Nada tiene que envidiar Atraco a las tres a Rufufú, Forqué a Monicelli y López Vázquez, Cassen, Manuel Aleixandre y Agustín González a Vittorio Gassman, Totó, Marcello Mastroianni y Memmo Carotenuto.

Ella inauguró su gran estación 1962-1974 en la que se entregó frenéticamente -rodó 23 títulos en estos años- a todos los géneros con, por citar solo las mejores, películas taurinas (La becerrada, con Bienvenida y Ordoñez, y Yo he visto a la muerte, con Dominguín, Bienvenida y Álvaro Domecq), comedias (Un millón en la basura -su mejor comedia junto a Atraco a las tres-, Las que tienen que servir o Las viudas), musicales (Tengo 17 años con Rocío Dúrcal o Dame un poco de amooor con Los Bravos) y su ciclo con el gran Rafael Azcona (El monumento, El ojo del huracán, La cera virgen y Tarots). La muy original Una pareja distinta cerró en 1974 su mejor etapa.

Sus últimos años no fueron cinematográficamente buenos, en parte por problemas con su productora Orfeo, en parte por una mala política de coproducciones y en parte porque los 70 fueron el fin de la edad de oro de la comedia española. Pero, afortunadamente, fueron excelentes en televisión con las series Ramón y Cajal (1982) y Miguel Servet (1988). Este maestro del cine que no fue un autor falleció en 1995 preparando, infatigable, un proyecto sobre Raquel Meller.

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