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"Yo soy un cazador que escribe”. La frase la pronunció Miguel Delibes en una entrevista muy divulgada a finales de los 90. Desde luego, tiene parte de mentira, y no deja de ser unas de esas declaraciones de humildad a las que el autor vallisoletano era proclive, pero también tiene una parte de verdad evidente. Porque Delibes fue un gran cazador, aunque ni mucho menos uno cualquiera. Fue, como en tantas cosas, un maestro de cazadores que abrió caminos: el mejor escritor de temas cinegéticos de su tiempo, en el que muchos y buenos autores abordaron gracias a su influjo este asunto clásico hasta protagonizar una auténtica edad dorada, y uno de los que más hicieron por defender la caza auténtica, la que se muestra comprometida con la conservación del medio natural, la que combatió desde posturas intelectuales y sólidas los envites en ocasiones maniqueos que llegaban desde los grupos ecologistas urbanos.
Basta echar una ojeada a la amplia bibliografía delibiana para entender la importancia de la caza en su narrativa. Diario de un cazador, La caza de la perdiz roja, Con la escopeta al hombro, Alegrías de la caza o El último coto son títulos deliciosos que quedan para el recuerdo, que han abierto el camino a nuevos aficionados y que han consolado a muchos cazadores veteranos en esos días de domingo en los que la veda está cerrada y domina la nostalgia. Como buen seguidor de la caza menor, al que las monterías y sus boatos poco o nada interesaban, siempre se acercó Miguel Delibes a estos temas con prosa ligera y huyó de soberbias y solemnidades. Cazaba como escribía. Escribía como cazaba. Era hombre de escopeta, bocadillo y perro. De andar y ver.
Para Delibes, en fin, el campo era sinónimo de libertad, de amistad, de ética y también de piedad, de amor por el mundo y los seres que lo pueblan, auténticos protagonistas de su literatura. Y es que, junto a naturalistas como Félix Rodríguez de la Fuente, Delibes fue uno de los españoles de su tiempo que más luchó por defender al campo español de las agresiones que supone el progreso industrial y urbano. Su libro La tierra herida, que firmó junto a su hijo Miguel Delibes de Castro, uno de los biólogos más prestigiosos de España, es una buena muestra de su amor por la naturaleza y su preocupación ética por el futuro del campo español.
Hoy, cuando su muerte abre los telediarios, sólo queda decir que muchos cazadores también lloran la pérdida de un autor que nos hizo soñar en días ociosos con las perdices rojas del campo vallisoletano, a las que tantísimo apreciaba, y que nos hizo dudar de que el progreso siempre sea en realidad auténtico progreso. Hoy el campo español también está de luto. Se ha ido el gran Miguel Delibes. Alguien único. Un maestro. Ojalá que los campos que ahora pise también le sean favorables.
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