Romanticismo sin almíbar

ORQUESTA DE LA FUNDACIÓN BARENBOIM-SAID | CRÍTICA

Michael Barenboim y Oksana Lyvniv en el Teatro de la Maestranza.
Michael Barenboim y Oksana Lyvniv en el Teatro de la Maestranza. / Fundación Barenboim-Said

La ficha

****Programa: Obertura 'El rey Lear', op 4 de H. Berlioz; Concierto para violín y orquesta en Mi menor, op. 64, de F. Mendelssohn; Sinfonía nº 1 en Do menor, op. 68, de J. Brahms. Violín: Michael Barenboim. Directora: Oksana Lyvniv. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Domingo, 30 de diciembre. Aforo: Lleno.

Gran concierto para cerrar el año en el Teatro de la Maestranza. Todo un placer y un lujo contar con Oksana Lyvniv al frente de la juvenil orquesta de Fundación Barenboim-Said, que en manos de la ucraniana sonó con un empaste y un brillo admirables (salvo algún reparo inicial, como se explica más adelante). Lyvniv ha roto muchos techos de cristal, como los de los teatros de ópera de Italia o nada menos que el de Bayreuth, gracias a sus espléndidas dotes directoriales. El gesto es siempre claro y bien definido, con energía habitualmente. Las manos se complementan, la derecha para marcar el tempo, la segunda siempre atenta a las indicaciones de matices, de entradas, de acentos, sin mimetismos ni gesticulaciones hueras de cara a la galería. Sólo en la introducción de El rey Lear de Berlioz, quizá con la orquesta en frío y sin entrar aún en faena, se notó cierto emborronamiento de las líneas y un sonido desangelado en las cuerdas, además de un tempo pesante que se animó no obstante en la segunda sección, llevada con mano firme, fuerza en el gesto y acentuación enérgica, consiguiendo que la orquesta empezase a brillar.

Lyniv no se dejó llevar por ese concepto del romanticismo blando, excesivamente solemne, de frases estiradas y fraseo lánguido. Todo lo contrario. El concierto de Mendelssohn fue llevado a tempo vivo, sin alargar calderones ni disponer portamentos en las cuerdas, marcando los tiempos fuertes y a una velocidad animada. Así se vio especialmente en el Andante, seguido de un ágil pero no precipitado Allegretto non troppo-Allegretto molto vivace. Y con la claridad de planos sonoros necesaria para que cada frase sonase con nitidez, ¡hasta las de las violas! Barenboim estuvo sensacional como solista, con un sonido ampuloso, rico en vibrato y con algún que otro portamento expresivo en el primer tiempo. El sonido es brillante y cálido a la vez, rico en armónicos y su fraseo se hace eco de todas las inflexiones expresivas de la partitura. Precisión y agilidad coronaron el tercer tiempo, sin carreras innecesarias pero con energía y saltos entre las cuerdas. Como regalo, el Recitativo y Scherzo de Fritz Kreisler, ocasión para confirmar su dotes en la definición del sonido (dobles y triples cuerdas sensacionales) y en la soltura de dedos.

No se dejó tentar Lyvniv por un Brahms excesivamente denso y solemne, a pesar de tener ante sí a una orquesta muy nutrida. Su gesto enérgico atacó el Un poco sostrenuto inicial poniendo sobre el tapete el perfil agónico de la frase, para deslizarse a continuación en el Allegro subsiguiente a un discurso ágil, vivo, con claridad de texturas. Lirismo justo el del Andante sostenuto, bien sostenido por la mano derecha como reza la indicación. A destacar aquí las bellas frases de la concertino. Vivo y movido el tercer tiempo, mezcla de firmeza y de gracia en la frase, para desembocar en el Adagio-Allegro non troppo, ma con brio. Tiodas estas indicaciones fueron subrayadas con claridad por Oksana Lyvniv, que se recreó en el crescendo posterior a los pizziccati que preceden a la epifanía del coral de las cuerdas, aquí imbuidas de un sonido bellísimo. Con la participación inmejorable del timbalero (tan esencial en la música de Brahms), todo llevó a un final solemne y triunfal.

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