"Conocer nuestra vulnerabilidad puede llevarnos a redescubrir nuestro placer"
Luna Miguel. Escritora
La poeta y narradora reflexiona sobre el deseo, sus contradicciones y los tabúes a los que se enfrenta una mujer en 'Caliente', en el que combina el testimonio personal con las ideas de otras escritoras
"No tengo claro si es una suerte o una desgracia que algunas personas hayan leído mis miedos en forma de poema. O mis poemas en forma de miedo: la enfermedad, el tacto, la maternidad, el estómago, las preguntas recurrentes sobre el sexo . Paradójicamente, cuando escribo sobre sexo, no siento desnudez alguna. Cuando tecleo placer, no soy capaz de pensar en la cara de quien lee. Estoy yo sola, en una habitación transparente", escribe Luna Miguel en Caliente (Lumen), un libro en el que su autora entrecruza el testimonio personal y su visión del mundo con las ideas de otras escritoras y pensadoras. Miguel (Alcalá de Henares, 1990) se pregunta por el deseo femenino y el relato sesgado que se ha contado hasta ahora sobre el placer de las mujeres en una obra valiente y compleja –uno de esos textos que se subrayan una y otra vez– que habla de muchas otras cosas: de cómo la falta de referentes en la educación hace que una joven se enfrente a su propio cuerpo como un enigma, de la necesidad de reivindicar el erotismo del consentimiento, de repensar el amor sin tabúes y sin vergüenza. Gabriela Wiener define este ensayo como "la biblioteca perfecta del ardor", una "bola de fuego".
–Usted ve este trabajo como un homenaje a "esa estirpe de escritoras que lo arriesgaron todo con sus propuestas literarias".
–Sí, quería que el libro fuera algo así. Elena Medel aboga por dar la mano a las que escribieron antes para tender un puente a las que vendrán después. Tomando esa imagen tan medeliana de la cadena de escritoras, de escritura feminista, aquí había una voluntad de continuar ese camino.
–Caliente arranca con una imagen muy bella, un corazón roto y la intuición de que la vida "consiste en inventar una masilla pegajosa, densa" para arreglarlo.
–A menudo queremos vender la imagen que en la vida todo está bien, que todo es perfecto, y que si acaso somos nosotros los imperfectos. Pero yo creo que la vida en general es imperfecta, y hay muchas cosas que nacen rotas, indefinidas, difíciles ya de por sí, y son nuestras lecturas, nuestras relaciones, nuestras conversaciones con los demás las que nos ayudan a entender este camino. Puede parecer elevado, pero en realidad es sencillo. Necesitamos hablar, relacionarnos, nutrirnos de música, de literatura, de cualquier experiencia cultural que nos permita situarnos en el mapa y recomponer lo que nos duele.
–Uno de los primeros conceptos que defiende, apoyada en reflexiones de Paul B. Preciado, es la vulnerabilidad, "una postura legítima desde la que militar y desde la que generar belleza y pensamiento".
–A los hombres se les ha dicho que ellos no lloran, que no pueden mostrar sus debilidades, que tienen que ser fuertes, y a las mujeres se nos ha vinculado a la sensibilidad. Pero incluso en esa distribución se veía mal que nosotras nos mostráramos vulnerables. Debemos trabajar para derribar esa perspectiva. Pienso, por ejemplo, en tantos millennials que tienen un trabajo precario, echan horas y horas para cobrar una miseria... Esta generación tiene muchos asuntos por resolver, pero si alguien va a terapia le dicen: Hala, que vas al loquero, asociando el querer arreglar tu cerebro, tu ánimo, a un gesto nocivo. Pero yo creo que si conocemos nuestras vulnerabilidades y nuestros dolores podremos redescubrir nuestros placeres también.
–De su infancia recuerda que una paja masculina era contemplada como "sinónimo de rotundidad", pero la masturbación femenina se veía como algo casi ridículo.
–Me hace gracia, porque a medida que la gente va leyendo el libro me va contando cómo se decía en su casa eso, lo que en mi entorno se llamaba hacerse un dedillo. Siempre se usaban diminutivos que acababan dando a entender que lo que estábamos haciendo no era importante, que casi mejor que no lo hiciéramos, porque qué tontería era esa de tocarnos a nosotras mismas... Y, obviamente, la paja se percibía como algo muy distinto: como un ritual de entrada en la madurez, la celebración de ser un adulto. Es curioso cómo la manera en que usamos las palabras repercute hasta en el modo en que nos relacionamos con nuestro cuerpo.
–Un dato revelador del poco interés que suscita en los investigadores –en la sociedad en general– el placer de las mujeres es que hasta 1998 no se empezó a estudiar la anatomía completa del clítoris.
–Ahí ocurre como con tantas otras cosas. ¿Cuándo hemos empezado a escuchar algo de la endometriosis, por ejemplo, o de ciertos trastornos de la alimentación? Sorprende pararse a pensar en cuánto hemos desconocido cosas aparentemente sencillas que sin embargo resultaban muy importantes en nuestra vida. Han estado ocultas y eso resulta revelador, porque en cierto modo no estaban permitiendo que le pusiéramos nombres a lo que éramos, a lo que somos.
–En el libro recoge una tesis de Delphine Gardey que apunta que el feminismo europeo "no está en condiciones de aleccionar a mujeres de otras latitudes" y defiende "un activismo que actúe sin paternalismos".
–Sí, no hay que irse lejos, en nuestra casa también hay violencias cotidianas a las que debemos enfrentarnos... Yo ahora sigo con mucha curiosidad todo el debate alrededor de la cuestión trans, me parece tremendo todo el odio que genera. Me da pena ver cómo, desde ciertas posiciones en las que se tiene un discurso muy feminista y muy necesario, hay gente que cierra los ojos a otras realidades, que es lo que se ha hecho con nosotras toda la vida. Es muy importante que escuchemos y aprendamos de los demás, estemos de acuerdo o no, pero no neguemos su existencia... Yo atribuyo esta actitud al miedo: cuando conquistas un privilegio temes perderlo, como sucede en el trabajo. Tenemos un empleo precario y culpamos al migrante que viene, cuando el problema es estructural, es político. Pasa igual con el feminismo: cuando logramos una parcela pequeña, que en realidad es lo que hemos avanzado, nos entra el temor a que nos lo quiten. El feminismo en España ha ganado muchas batallas, ha hecho mucho ruido después de la historia de la Manada, y creo que esa transfobia es en cierto modo una consecuencia. Hay quien dice: Hemos llegado hasta aquí, y ahora viene alguien biológicamente distinto a reclamar lo mismo. No quiero entenderlo, yo he llegado donde quería llegar. Me parece que son actitudes muy egoístas.
–Usted se identificaba en los cuerpos y las niñas de Balthus. Ahora, a la luz de otro tiempo, con otra mentalidad, gestiona esa antigua admiración a un pintor acusado de "degenerado, machista, pornógrafo"...
–Esta cuestión me interesa mucho. Hace un tiempo subí un vídeo a mi canal de Youtube reflexionando sobre si es posible leer a Ted Hughes después de su relación con Sylvia Plath. ¿Es posible amar ciertas obras sabiendo cómo fueron sus creadores? No creo que haya que separar al artista de su obra, en parte porque muchos parten de su propia vida para dar forma a su trabajo, pero sí hay que ser conscientes como consumidores de cultura de lo que estamos consumiendo y de cómo debemos posicionarnos ante ello. Puedo disfrutar con los cuadros de Balthus, que me permitieron verme como cuerpo adolescente, pero después eso me ha generado una serie de conflictos, conflictos que también me ha generado la sociedad, y no sólo Balthus, no vamos a culparlo a él de esa mirada babosa masculina sobre el cuerpo adolescente. Él también es producto de una sociedad y de un momento histórico, eso hay que tenerlo en cuenta. Es un tema complicado.
–Es complejo también el ámbito de las fantasías sexuales: Virginie Despentes señala la contradicción de haber sido víctima de abusos y al mismo tiempo consumir una pornografía que no "se atrevería a contar en público"... En ese capítulo se habla de buscar "la fuerza erótica del consentimiento".
–También cito ahí a Luciana Peker, que es una de las periodistas que mejor ha tratado esto, y recientemente ha salido en España un libro de Ana Requena, Feminismo vibrante, que habla de cómo el consentimiento también puede generar deseo y ser erótico. Con respecto a Despentes, una vez que ella ha podido reflexionar sobre las violencias que existen a su alrededor, sobre el dolor que ha sentido, también puede decidir sobre su placer. En este sentido me parece liberador el #MeToo. Gracias a poder hablar, poder ser conscientes de las fórmulas abusivas que hemos sufrido y que se nos muestran en el porno, en la literatura, en la publicidad, gracias a poner los puntos sobre las íes en eso, podemos decidir mejor qué placer queremos. Eso me interesa del planteamiento de Despentes.
–El #MeToo también ha ayudado, como usted señala, a que muchas de las obras clave del feminismo anglosajón se editen por primera vez en castellano.
–Es un momento propicio para muchas recuperaciones. Antes hablábamos de esa cadena de mirar hacia atrás para poder ir hacia adelante, y en este sentido me parece un momento muy bueno. Se dice que es una moda, que el mercado es favorable a este feminismo pop... Pues vamos a intentar aprovecharnos de esta apertura que está teniendo la sociedad. Volver a traer voces del pasado, trabajar para que no se quede en una anécdota... Que todos estos productos culturales que estamos editando puedan tener su repercusión en nuestro día a día. De poco sirve que se publiquen 30 libros sobre el placer y la libertad de las mujeres si a las niñas no se les explica cómo es su cuerpo, si en las casas o en el trabajo las jóvenes se siguen sintiendo amenazadas por los hombres que las rodean. Debemos aprovechar esta moda, ir más allá.
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