Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Conciertos
La noche romántica, un poco proyección del bombón, el champagne y la rosa, perfumaba el ambiente del Estadio de la Cartuja a las nueve y media de la noche. Seducción, distinción, cita especial. En este último domingo de junio cantaba Luis Miguel -el gran Luis Miguel- en Sevilla, en una jornada en la que subieron las temperaturas dos veces: la primera al mediodía, a causa del verano que ahora sí llega, y la segunda por la tarde noche, a causa de este artista que provoca pasiones encendidas y suspiros sentidos. También gritos intensos: “¡Guapo!”, se escuchó en el estadio en cuanto Luis Miguel apareció por el escenario en una plataforma que lo elevaba desde el interior de este. Del modo en que elevó la fiesta con el primer tema que interpretó el cantante Será que no me amas.
Mientras la selección española jugaba en un estadio de Alemania, Luis Miguel lo hacía en uno de Sevilla. El mexicano quizá más juguetón, más bribón, más hipnótico en su figura -vestido de un sobrio traje negro, con corbata negra-. Convencido de sí. Con esa seguridad del que gusta y lo sabe. Lo que no convenció fue el sonido del concierto. En ocasiones no se escuchó con nitidez la voz del cantante, que en estos primeros minutos interpretó Amor, amor, amor y Suave: “Suave como me mata tu mirada. / Suave es el perfume de tu piel. / Suave son tus caricias. / Como siempre te soñé”.
El bocadillo de tortilla -en papel de plata- convivía con el traje de fiesta. La cosa iba de la España como de noche de crucero a la España del domingueo en la playa. De lo popular a lo sofisticado por aquí y por allá. Mientras tanto, Luis Miguel se proyectaba en las dos pantallas que flanqueaban el escenario. “Yo te necesito como el aire que respiro, / como huella en el camino, / como arena al coral. Te necesito”, interpretaba el artista. Unos corazones de cartulina se asomaban entre el público. En una pancarta parecía leerse “mi único sueño es tener un hijo tuyo”.
Ovación al comenzar Hasta que me olvides. Aquí se vieron las primeras linternas de los móviles por las gradas. Como una especie de cielo que aún no terminaba de llegar a esta plácida noche de verano en Sevilla. Perdonen el estilo: la prosa, llegados a este punto, también tiene algo de noche de crucero -donde fueres haz lo que vieres-.
Sigue el concierto y el tema termina como empezó: con el aplauso del público de Luis Miguel. Otro guapo, con fervor, sonó desde la pista. El mexicano movía la cadera y parecía que en el mundo se iba a suceder un desastre sísmico. A estas alturas del concierto España iba ganando en Alemania y Luis Miguel conquistando más suspiros en Sevilla. Lo hispano venciendo en el amor y en la guerra. Un domingo feliz para la historia de nuestra cultura.
Por debajo de la mesa nos puso sensibles. Los móviles grababan el momento. “Ahora mismo me entran ganas de enamorarme, pero luego se me pasa”, se escuchó en un asiento cercano. No sé tú continuó con este repertorio sentimental. “No sé tú, / pero yo quisiera repetir / el cansancio que me hiciste sentir”, cantaba Luis Miguel. Letra sugerente y evocadora. Insinuar más que mostrar. La ley básica que instaura el reino de la seducción.
El cantante tomó la cámara del dron que sobrevolaba el escenario. Primer plano del mexicano en la inmensidad de las pantallas. Naturalmente era un primer plano que no todos nos podemos permitir. Qué sonrisa, qué facciones. Todo ocurría al mismo tiempo que la remontada de la selección española ante Georgia. La hermosura seguía victoriosa aquí y allá.
Luis Miguel, a la hora y algo de concierto, se marcó el tanto de los mariachis de la tierra natal. La Bikina sonó. Clásico indiscutible que terminó con serpentinas -con los colores de bandera mexicana- propulsadas desde el escenario.
Otro tanto -golazo- fue La incondicional. “Tú, la misma que ayer”. Igual que ayer, y que siempre, siguió Luis Miguel en su concierto en Sevilla, atemporal en su inmensidad. En su categoría de artista para la historia.
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