Luis Martín-Santos: sombría carcajada del destino
Este lunes se cumplen 100 años del nacimiento del autor de ‘Tiempo de silencio’, médico que nunca dejó de ejercer, socialista e hijo de un general de Franco, seguidor del existencialismo.
Para Ismael Yebra
La escena es digna de una película de Luis García Berlanga, el cineasta que filmó como nadie los esperpentos de España. Las segundas oposiciones a cátedra de Psiquiatría, en las que opositaron juntos Carlos Castilla del Pino y Luis Martín-Santos, se celebraron en julio de 1959. El psiquiatra donostiarra estaba encarcelado por su actividad política antifranquista. Como las oposiciones ya estaban firmadas antes de la detención, no se podía impedir legalmente que se presentara. El preso es trasladado en un furgón policial desde la cárcel de Carabanchel hasta el viejo caserón de la universidad, en la calle San Bernardo, donde un joven Pío Baroja, veinte años antes, debatiera dialécticamente con el doctor Letamendi. Por cierto, nadie conoce muy bien el motivo por el que este catedrático barcelonés tiene calle en Sevilla. Al alumno Baroja le suspendió tres veces. Luego, el escritor donostiarra se vengaría con creces, para la Historia, en su novela El árbol de la ciencia. Pero regresemos al escenario. La comitiva, que entra en el edifico San Carlos de la universidad, la encabeza el padre del opositor, vestido con su uniforme de general médico del ejército de Franco. No faltaban las condecoraciones. Detrás, iba el preso, custodiado por dos policías armadas. Uno de ellos, el más afable, le infundía ánimos. El otro guardia iba en silencio, “era un hijo de… su madre”, según relata Vidal-Beneyto, presente en calidad de íntimo amigo del opositando. España y yo somos así, señora, cantaba Pablo Guerrero en el Olimpia de París cuando uno era joven, indocumentado y sentimental. El psiquiatra jiennense Francisco Llavero Avilés obtuvo la plaza. Ni Carlos Castilla del Pino. Ni Luis Martín-Santos. Las presiones de instituciones y altos cargos habían funcionado. Baste esta carpetovetónica anécdota para afirmar que la breve vida de Luis Martín-Santos (Larache 1924 – Vitoria 1964) fue de todo menos monótona.
Hijo de Mercedes Ribera Egea y de Leandro Martín Santos. Se llamaba, en realidad, Luis Martín Ribera, pero su padre, con ciertas ínfulas de grandeza, quiso unir sus dos apellidos con un rimbombante guion. Este lunes se cumplen cien años de su nacimiento en Larache, en el protectorado español de Marruecos, donde también nacieron sus dos hermanos menores, Leandro y Encarnación. Cinco años más tarde, la familia se trasladó a San Sebastián por un cambio de destino del padre. Su infancia y adolescencia están marcadas por una situación de cierto aislamiento en el colegio de los marianistas donde estudia. Al finalizar la guerra civil, su padre forma parte de los tribunales que juzgan a prestigiosos médicos donostiarras condenándoles, en gran parte de los casos, al destierro. En la clase de Luis había varios hijos de estos galenos republicanos desterrados. Por otro lado, la enfermedad mental que padecía Mercedes Ribera, la madre, con periódicos internamientos en clínicas, hizo que pasara algunas temporadas en casa de su abuela paterna, en un pequeño pueblo de la provincia de Salamanca.
Estas adversidades no impidieron que sacara magníficas calificaciones en el colegio donostiarra de los curas marianistas. La mayoría de las asignaturas las cursaba con sobresaliente. Igualmente brillante fue su expediente en la Facultad de Medicina de Salamanca donde finalizaría la carrera en el año 1946 obteniendo el Premio Extraordinario con un trabajo sobre las sinapsis nerviosas. Aquí Martín-Santos hace su primera aproximación a Ramón y Cajal, al que solapadamente retrata en Tiempo de silencio. En esa época ya hacía sus primeros escarceos literarios. Escribía poemas que su padre, don Leandro, editó contra su voluntad. Grana gris se llama el poemario, del que Martín-Santos renegó siempre. El general franquista Martín Santos fue, durante toda su vida, el principal admirador de su hijo, el escritor socialista Martín-Santos. Escenario clásico en la clase media alta española de los años 50 y 60: los padres franquistas acérrimos, los hijos militantes de la izquierda clandestina.
El general franquista Martín Santos fue, durante toda su vida, el principal admirador de su hijo, el escritor socialista Martín-Santos
La vida de Luis Martín-Santos cambia radicalmente cuando se traslada a Madrid para realizar los cursos de doctorado y especializarse en Cirugía. Lleva a cabo diversas investigaciones científicas con ratas, experimentos que luego literaturiza en Tiempo de silencio. Influido por su compañero y amigo, también donostiarra, Félix Letemendia, cambia radicalmente de tercio y entra en el servicio del doctor López Ibor para dedicarse a la Psiquiatría. Esta especialidad, sin duda está más cerca del ámbito humano que el médico escritor necesitaba para contar la vida. Martín-Santos no fue un escritor médico que a las primeras de cambio abandona la medicina, como es el caso de Pío Baroja, sino que ejerció la medicina hasta su inesperado fallecimiento, una absurda muerte metálica, en un accidente de tráfico.
En la capital española Luis Martín-Santos frecuenta la tertulia literaria del Café Gijón, el mítico establecimiento del paseo de Recoletos, adonde llegó una noche Paco Umbral para agitar, a su manera, la literatura española. Prodigaba numerosos alfilerazos a sus colegas escritores. Martín-Santos no iba a ser menos. Para el escritor vallisoletano, Tiempo de silencio es una parodia provinciana del Ulises. Aunque todo se le puede perdonar al autor de Mortal y rosa, esa gema literaria de dolor cristalizado. En el Gijón, pero también en el Gambrinus o en el bar Espérides, Martín-Santos entabla amistad con jóvenes escritores como Ignacio Aldecoa o Juan Benet, su íntimo enemigo literario. Conocer a estos y otros autores le abrió la puerta a la escritura de los imprescindibles para comprender la obra literaria del escritor donostiarra: Proust, Kafka, Joyce y naturalmente Faulkner.
En la clínica del doctor López Ibor conoce a Carlos Castilla del Pino, su íntimo enemigo en la psiquiatría. En abril de 1951 ganó por oposición la plaza de director del Psiquiátrico Provincial de Guipúzcoa con lo que retorna a San Sebastián. En el hospital donostiarra se dedica fundamentalmente al estudio del alcoholismo y de la esquizofrenia, las dos patologías de salud mental más frecuentes en aquella posguerra tardía. En 1953 el médico Luis Martín-Santos lee su tesis doctoral, de enrevesado título, en la que analiza la influencia del pensamiento de Dilthey y de Jaspers en la psicopatología. Se la dirige un peso pesado del pensamiento médico, el catedrático de Historia de la Medicina y rector de la Universidad Complutense, Pedro Laín Entralgo.
Martín-Santos se vincula a la acción política a partir de la idea sartriana del compromiso del intelectual con la sociedad.
En 1953 Luis Martín-Santos contrae matrimonio con el gran amor de su vida, Rocío Laffon Bayo, en la madrileña iglesia de los Jerónimos. Tuvieron cuatro hijos: Rocío, Leticia, Luis y Juan Pablo. Su hija Leticia falleció a los tres meses de edad, probablemente por la llamada muerte súbita del lactante. El hecho de que su hijo menor se llame Juan Pablo no obedece a la casualidad. Es consecuencia de la pasión que el escritor tiene por la obra del filósofo Jean-Paul Sartre. Eran tiempos en los que la intelectualidad debía elegir entre el escritor francés y Albert Camus. Martín-Santos elige la farragosa dialéctica de Sartre, que estaba de moda, frente a la honestidad desnuda del autor de El extranjero. No es descabellado atribuir a Luis Martín-Santos un cierto existencialismo de salón, muy en boga entonces entre los intelectuales más exquisitos, alejado de la realidad que se vivía en las calles.
Una de las frustraciones, por no decir la gran desilusión en la vida del escritor donostiarra, fue no haber conseguido la cátedra de Psiquiatría en Madrid. Lo intentó en dos ocasiones en compañía de su compañero Carlos Castilla del Pino con el que mantuvo una relación personal ambivalente. La primera vez fue en el año 1956 durante el rectorado de Pedro Laín Entralgo. Ninguno de los dos consiguió su objetivo. El segundo intento frustrado es en el año 1959, ya contado antes, mientras sufría prisión como militante socialista en la clandestinidad.
‘Tiempo de silencio’ se presentó al Premio Pío Baroja, pero el galardón fue declarado desierto
Luis Martín-Santos se vincula a la acción política a partir de la idea sartriana del compromiso del intelectual con la sociedad. Esta idea la traslada incluso a su actividad como médico psiquiatra. En 1953, entra en contacto con la Asociación Socialista Madrileña a la que pertenecían nombres relevantes en la futura transición democrática española como Víctor Pradera, Francisco Bustelo o Mariano Rubio. Años más tarde, por medio de Antonio Amat, se vincula definitivamente al Partido Socialista Obrero Español en Guipúzcoa. El militante Martín-Santos tenía un alias: Luis Sepúlveda. Curiosamente, el nombre del escritor chileno autor de la novela Un viejo que leía novelas de amor. Este fue el seudónimo que utilizó cuando presentó Tiempo de silencio al I Premio de novela Pío Baroja en 1961, que obviamente no ganó por causas políticas más que literarias. Es difícil ganar un premio literario cuando se vive, prácticamente confinado, en San Sebastián. Cualquier salida de la ciudad tiene que ser comunicada a la policía. Y, además, está continuamente vigilado. La sombra del comisario Melitón Manzanas es alargada. No obstante, el I Premio de novela Pío Baroja fue declarado desierto. ¿No tenía Tiempo de silencio la suficiente calidad literaria para ganarlo?
Sombría carcajada del destino. Con esta frase premonitoria comienza Tiempo de destrucción, la novela que dejó inacabada Martín-Santos. Es lo que ocurre cuando llega la muerte abrupta, inesperada, cerca de Vitoria el 21 de enero de 1964, en un accidente de circulación. A su muerte hubo una enconada polémica acerca de si el fallecido podía ser enterrado o no en tierra sagrada. ¿Se había confesado o no? Diez meses antes había fallecido Rocío Laffon, su esposa, también de muerte traumática: un escape de gas. Condenada belleza del mundo es el título de uno de los relatos más hermosos de Luis Martín-Santos Ribera, el hombre poliédrico que cambió la novela española.
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