Un lugar común

'Flacomen', un buen punto y seguido para observar la evolución de Galván

Israel Galván la madrugada del miércoles en el Teatro Romano de Santiponce.
Israel Galván la madrugada del miércoles en el Teatro Romano de Santiponce.
Juan Vergillos Sevilla

10 de julio 2015 - 05:00

El Flacomen que presentó Israel Galván este miércoles en el Festival de Itálica se parece muy poco al que vi hace dos años en La Unión. Es cierto que el público del Festival de las Minas fue menos amable que el de Sevilla. Pero Galván se supo sobreponer con firmeza al más terrible de los hándicap para el artista, un público condescendiente. Este bailaor huye por instinto de los lugares comunes y eso es mucho más difícil hoy que cuando empezó su carrera. Porque el bailaor se ha convertido en un lugar común sevillano. Uno más. Y eso, que es lo más peligroso que le podría haber ocurrido, lo ha solventado con sus armas de siempre: valentía, trabajo, creatividad e instinto. Valentía.

El espectáculo es un resumen de su trayectoria artística. Es, por tanto, un buen punto y seguido desde el que observar la evolución de este intérprete. Y es algo totalmente nuevo.

Escapó del lugar común del flamenco de su tiempo, en buena medida por el recurso de acudir a la historia real de este arte, a su tradición, también, de vanguardia, cosmopolita, intelectual, como vimos en Itálica: la seguiriya de Vicente Escudero, y su decálogo, el martinete de Antonio y de Mario Maya. Sus espectáculos se han hecho más pudorosos, para eludir quizá a los que confunden desnudez con pornografía. Contra el lugar común del localismo, al que dedicó la frenética sevillana del Final de este estado de cosas, el cosmopolitismo que encontramos en la propia historia del flamenco. Si lo jondo no se conoce en su lugar de origen, si allí se confunden en los tópicos (cultos, populares, gitanos, puros, toreros, flamencos, bailarines, bailadores, Premio Nacional de Danza), de los que también se burló, llevándolos al terreno de lo personal y familiar, como siempre, Galván busca la universalidad de las emociones humanas. Y del humor. Como distanciamiento, como distracción. El humor ha ido sucediendo en su obra a la mostración visceral, brutal, de sus primeras propuestas, que tanto nos encantó. Humor intelectual o de sal gorda: Galván no le hace ascos a nada cuando se trata de reírse de todo, empezando por él. Todo ello se ha traducido en un repertorio físico tan impresionante como el que exhibió en el Teatro Romano de Santiponce. La propuesta es muy exigente porque el despliegue técnico es bárbaro, la energía está siempre en su tope. Sigue siendo un fiel observador y de la naturaleza, vegetal, animal y hasta humana. En pasos y gestos de una enorme exigencia que Galván resuelve con naturalidad y dominio pasmosos. Y también la universalidad del concepto: Galván se ha hecho aún más intelectual, disparando sugerencias, ideas, referencias, citas, en todas las direcciones.

La obra ha ganado aún más peso flamenco, merced a la introducción de otros dos músicos jondos, además de ampliar el cometido de Tomás de Perrate. Y también con el repertorio morentiano, no sólo el pasodoble de Arena, espectáculo que supuso la colaboración más estrecha de los dos artistas, sino también en las deliciosas cantiñas que tan bien dijo David Lagos. Todos los músicos estuvieron a la altura de Galván, esto es, brillantísimos. El bailaor los ha elegido por su singularidad y ha subrayado esta característica en la obra. Es decir que Flacomen, como no podía ser menos, es otra gran lección de libertad. También para los que quieren encasillar al artista.

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