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La lucidez de quienes viven en la periferia

La novelista y poeta Sara Mesa demuestra en 'Un incendio invisible' su talento para explorar el desarraigo del hombre contemporáneo.

La lucidez de quienes viven en la periferia
Braulio Ortiz

02 de noviembre 2011 - 10:54

Un incendio invisible. Sara Mesa. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2011. 254 páginas. 19,90 euros.

En su producción narrativa, que antes de Un incendio invisible comprendía los libros de relatos La sobriedad del galápago y No es fácil ser verde, y la novela El trepanador de cerebros, la también poeta Sara Mesa había manifestado un notable talento para explorar el desarraigo del hombre contemporáneo desde una atalaya particular. Mesa, como una entomóloga fascinada con sus criaturas, analiza la vida desde la periferia que habitan sus personajes: en su obra abundan seres estrafalarios que su autora sabe hacer extrañamente reconocibles, científicos locos que en su desvarío están más próximos a la verdad que los catalogados como cuerdos, pequeños delincuentes que se afanan en sus hurtos con perseverancia, soñadores que se embarcan en proyectos megalómanos que consecuentemente nunca podrán llevar a cabo.

Un incendio invisible, obra con la que Mesa obtuvo el último Premio Málaga de Novela, no hace sino confirmar esas aptitudes de Mesa para desplegar ante el lector esa otra realidad. La escritora acierta con la elección del escenario donde desarrolla la trama: Vado, una ciudad repentinamente despoblada por el éxodo de sus habitantes, será esta vez ese limbo por el que los perdedores paseen sus frustraciones, sus mezquindades y su necesidad de afectos. La decadencia del lugar, al que el protagonista, el doctor Tejada, llegará para hacerse cargo de una residencia geriátrica, otorgará una singular intensidad al relato con su atmósfera de fantasmagorías y la desesperanza que impregna las relaciones que allí se producen.

Tejada, un hombre cuya indolencia esconde un profundo desencanto, estará acompañado en su estancia en Vado por otros tipos también a la deriva, con los que Mesa exhibe su facilidad para la pincelada certera en la descripción de personajes: entre otros, una niña que se rebautiza a sí misma con nombre de chico y que sólo encuentra momentos de humanidad en un galgo pulgoso; una anciana que ve a Dios en la sopa de sobre y un viejo que aguarda la plaga que lo purifique todo, junto a otros soñadores sin redención como un investigador de fenómenos migratorios proclive al histrionismo y el éxtasis y una recepcionista de un hotel, siempre en kimono, empeñada en defender un legado imposible. Con Un incendio invisible, Mesa demuestra que posee, además de oficio y una prosa rotunda, una cualidad inestimable: un universo propio desde el que descifrar el mundo.

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