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Una poeta de primera

Premio Nobel de Literatura

En la estela de Emily Dickinson, Louise Glück rehúye el exhibicionismo emocional

Una librería de Estocolmo exhibe libros de Louise Glück. / Henrik Montgomery

Digámoslo desde el primer momento: Louise Glück, la autora norteamericana que acaba de ganar el Premio Nobel de Literatura, es una gran poeta. Creíamos que este año, a remolque de las protestas del movimiento Black Lives Matter, el premio Nobel iba a recaer en una mujer africana o caribeña que tuviera una obra gritona y militante –esa clase de obras que tanto gustan a los profesores de universidad y a las activistas sociales–, pero el comité del Nobel se ha decantado por una poeta de extremada reserva, sin apenas visibilidad social, que no ha hecho ni un solo pronunciamiento político y que ni siquiera –que sepamos– se ha proclamado feminista. Bien hecho. Y además, Louise Glück tiene lectores –aunque los lectores de poesía sean siempre muy pocos–, y es una autora bien conocida en España porque tiene un editor fiel, Manuel Borrás, que ha publicado siete de sus libros en Pre-Textos. Y por si eso fuera poco, podemos leer a Louise Glück en espléndidas traducciones de Eduardo Chirinos, Andrés Catalán, Mariano Peyrou, Abraham Gragera, Berta García Faet o Mirta Rosenberg. Esta vez, los lectores españoles hemos tenido suerte con el Nobel.

En la estela de Emily Dickinson, Louise Glück (Nueva York, 1943) es una poeta que rehúye el exhibicionismo emocional que tanto gusta a los intensitos que se hacen selfies poéticos en Instagram. Por el contrario, el propósito de Louise Glück ha sido siempre, como dijo en una charla con James Merrill, “escribir poesía que sea intensamente personal pero desprovista por completo de egotismo”. De ahí que Louise Glück nos hable de su vida –sus separaciones amorosas, sus depresiones, sus miedos, su fascinación por las flores de su jardín– con una reticencia que a veces puede parecer opaca o incluso elíptica, pero que es una simple medida de protección para proteger su intimidad y para evitar que su poesía se convierta en una especie de consultorio público de autoayuda o en un confesionario psiquiátrico online. Se podría decir que Louise Glück es una de las poetas contemporáneas que mejor han descrito las rupturas sentimentales y que mejor han reflexionado sobre la soledad y el abandono y la pérdida, pero si la definiéramos así estaríamos traicionando la verdad. Louise Glück es mucho más que eso: es una poeta que, como todo verdadero poeta (ya sea hombre o mujer) se interroga sobre los tres únicos temas de la vida humana: el amor, el paso del tiempo y la muerte.

De la vida de Louise Glück se sabe muy poco. Nacida en una familia judía de Nueva York, tuvo un historial juvenil de anorexia y depresiones. Dio clases de poesía en varias universidades y tuvo dos divorcios. En 1980, un incendio destruyó su casa de Vermont con todas sus pertenencias. Su único hijo es sommelier en San Francisco (no me digan que no es un detalle adorable). En las fotos que circulan de su juventud, se la ve como una mujer frágil y muy hermosa (algo en lo que coincide con Anne Carson, quizá la otra poeta norteamericana más importante de nuestra época). En la vejez sigue siendo muy hermosa (aunque no tan frágil). Sabemos que le gustan las flores y que le gusta vivir en un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra. Sabemos que en sus poemas le gusta asumir la voz de alguien que no es ella, y a veces habla como si fuera Perséfone –la chica raptada por el dios Hades y obligada a vivir en el inframundo–, o se dirige a nosotros como si fuera un dios hastiado y decepcionado de contemplarnos, o que se expresa como las flores de un jardín deslumbradas por la luz blanquísima que desciende del cielo. “Llegué aquí primero,/ antes que tú, antes/ de que sembraras un jardín,/ y estaré aquí cuando el sol y la luna/ se hayan ido, y el mar, y el campo extenso”. ¿Quién habla aquí? Puede ser la tierra, o la luz, o la vida, o la muerte. O Louise Glück. Créanme, una poeta de primera.

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