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Icónica Santalucía Sevilla Fest
Para mi acompañante de anoche este concierto de Loreena McKennitt dentro de la programación de Icónica Santalucía Sevilla Fest era el más esperado del año. Para ella, las canciones de la autora e intérprete canadiense evocaban un tiempo al que volver; un lugar y un momento. Siempre una época anterior, antes de que se apoderaran de ella, de nosotros, las responsabilidades de la edad adulta. Para ella era la perenne compañía de las tardes y noches de estudio; para mí otro momento casi mítico, un recuerdo que no es del todo mío, un sentimiento de lo que debe haber sido el pasado, un regreso a un tiempo en el que he pensado, pero no experimentado; en el que a través de las lecturas he conocido a la Dama de Shalott, a Próspero conjurando la tempestad, a Penélope esperando a Odiseo con la misma paciencia con que la Penélope de Serrat esperaba al caminante que le prometió volver una tarde de primavera; a Yeats, a Tennyson, a San Juan de la Cruz, a Shakespeare, a Dante. En esos momentos nuestros, el de ella y el mío, hay un sentimiento de calidez, consuelo y alegría, y por eso anhelábamos estar aquí esta noche, en la que Loreena McKennitt ha capturado perfectamente ese sentimiento en su concierto.
McKennitt mantiene su refinada voz soprano desde que comenzase su carrera musical, allá por 1985, cuando lanzó su primer disco, Elemental. Desde entonces, ha lanzado diez álbumes de estudio y cinco más en directo, y ha compuesta piezas para numerosas bandas sonoras. Uno de esos discos es The Mask and Mirror, editado en 1994, por lo que en estos momentos está cumpliendo sus treinta años, y la cantante lo está paseando por Grecia, Turquía, España, Alemania e Italia, durante seis semanas frenéticas, en una peregrinación musical mágica e histórica que ha tenido y tendrá paradas en algunos lugares inolvidables: una fortaleza de los Alpes, un castillo ancestral, un anfiteatro romano del siglo I, un escenario flotante sobre un estanque de nenúfares… y nuestra colosal Plaza de España. Sobre ella dijo anoche exactamente las mismas palabras que unas semanas atrás dijese Jamie Cullum: este es el lugar más bonito en el que he tocado en toda mi vida. Y lo refrendó cuando cambió sus bises habituales en esta gira para homenajear a las guitarras españolas en las plazas por las noches.
Respaldada por cinco grandes instrumentistas, Brian Hughes a las guitarras y el bouzouki, Caroline Lavelle al violonchelo y ocasionalmente al acordeón y a la flauta dulce, Hugh Marsh al violín, Dudley Phillips al bajo eléctrico y contrabajo y Robert Brian a la batería, McKernnitt, ella misma también al piano eléctrico y de cola, acordeón y arpa, recreó todas las canciones del disco en su orden original; canciones atemporales y trascendentes, llenas de profundidades sombrías, anhelos espirituales y ecos ancestrales que fusionaban influencias celtas, marroquíes y españolas, planteando preguntas que resuenan a lo largo de los siglos pasados y continuarán haciéndolo durante muchos más, lo que hace que este disco no envejezca ni un ápice con el paso de las décadas. Santiago de Compostela, Marrakesh, ciudades inspiradoras de una música conectada con la literatura del siglo XV, en la que cohabitan el judaísmo, el islam y el cristianismo mezclándose e influyéndose entre sí; los sufíes de Egipto, las imágenes de árboles celtas y los evangelios gnósticos en un mundo fascinante de historia, religión y fertilización intercultural. Canciones llevadas al escenario con toda su tranquila majestuosidad, desde The Mystic’s Dream, que abrió el concierto como un canto sin palabras que parecía evocar un llamado musulmán a la oración, para que la darbuka de Brian marcase el ritmo y McKennitt cantase sobre el hogar y cómo encontrar el camino hacia él; excelente, atmosférica, el perfecto inicio para llevar al público a su mundo y seguir con The Bonny Swans, emocionante, oscura y llena de energía; con una parte instrumental final mano a mano entre guitarra y violín, que fue uno de los puntos álgidos anoche; una melodía tradicional irlandesa en la que una niña a la que ahoga su celosa hermana mayor se reencarna primero como cisne y luego como arpa mágica. The Dark Night of the Soul se inspira en un poema, Noche oscura del alma, escrito en aquel siglo XV por San Juan de la Cruz que, si bien en realidad trataba de la relación del místico con su dios, McKermmitt la transformó en una hermosa canción de amor.
Las canciones trataban de la búsqueda de la espiritualidad, desde las linternas nocturnas de la primera hasta la poesía de la tercera. Después nos trasladamos al mercado nocturno de Marrakesh y las posteriores imágenes de musulmanes y monjes orando en un círculo completo. En Marrakesh Night Market la verdad se mide por el peso de tu oro; en Full Circle se representan dos llamados a la oración muy diferentes; los musulmanes cantan oraciones al amanecer cuando el sol sale sobre el desierto y en otros lugares, dejando sus huellas en la nieve nueva, monjes vestidos con túnicas caminan hacia los servicios matutinos. Luego McKennitt interpretó Santiago, una pieza tradicional española arreglada y adaptada por ella misma sobre una melodía de las Cantigas de Santa María, del siglo XIII, en la que se notó el ritmo familiar con el que el público -4.000 personas- enseguida conectó. Siguió con su costumbre de poner música a la poesía de otros con The Two Trees, un poema de William Butler Yeats, durante el que me descubrí reaccionando a escalofríos, no sé si nacidos del biruji que se había levantado o de la voz de McKernnitt; un ensueño al que nos llevaron su piano y el cello de Labelle, para que al final se les uniese además el violín de Marsh. También el final del disco presentado lo tomó prestado de otro poeta, esta vez de Shakespeare, con Prospero's Speech y la voz etérea de McKennitt con un acompañamiento igual de mínimo.
Para la segunda parte del concierto eligió un repertorio compuesto por algunas de sus mejores y más recordadas canciones, aunque una buena parte de ellas las recuperase del disco The Visit, que fue el motivo principal de su anterior gira porque también cumplió treinta años recientemente. All Souls Night fue el punto de partida, la canción que abría ese disco, mezcla de las culturas gaélica y japonesa, en una especie de vals tan extraño como maravilloso; la clase de canción que Clannad pasó toda su vida intentando escribir, sin acercarse a ella. On a Bright May Morning fue hermosa, parecía un sueño; nos dejamos llevar por esta música, sabiendo que nos guiaría a un lugar espectacular, a un lugar seguro, a un lugar siempre verde, siempre con los árboles como testigos, según nos dijo, donde no existe el tiempo, donde las edades pasadas se confunden con las edades por venir, la tierra de Ages Past, Ages Hence. Pero antes de llegar allí dejó el arpa y junto a todo el grupo nos dio la bienvenida con su música a otro lugar también muy especial: Estambul. McKennitt nos volvió a ofrecer una magnífica interpretación vocal en The Gates of Istanbul, plena de calidez, de amor, de compasión, que sonaba de nuevo atemporal. De ahí a la sensación de fuerza, resiliencia y amor inquebrantable ante la adversidad de Penelope's Song, donde su voz se sintió inquietante, creando junto a la música atmosférica una sensación ácrona que evocaba el mundo antiguo de la mitología griega. La canción nos invitaba a los oyentes a contemplar el poder del amor y el espíritu humano ante los desafíos y las dificultades.
No solamente brilló la voz de McKennitt en las canciones, Marco Polo fue un fantástico instrumental, acelerado a veces, alegre siempre. En la recta final del set volvió al disco The Visit con una pareja de ases: The Lady of Shalott y The Old Ways. La primera de las dos un poema de Alfred Tennyson que recordaba en su inicio al Norwegian Wood beatleliano para que sus aires nos transporten desde ahí hasta Outlander, mezclando, al igual que hace la serie, el siglo XX con el XVIII, con una cadencia llena de sensibilidad. Ya que hablamos de series de televisión, la letra de The Old Ways formaba parte de la carta que Rachel le escribe a Ross en uno de los episodios de Friends, en ella hicimos lo que esa letra dice: nuestras manos acompañaron la melodía, nuestros ojos bailaron con la canción. El final del set fue Dante's Prayer, en la que percibimos la sed de salvación que esta canción transmitía, la misma que Dante debió sentir en la Divina Comedia durante su viaje a través del infierno y el purgatorio y que por fin sació al llegar al paraíso. Allí le esperábamos todos; de ahí no nos habíamos movido durante todo el tiempo que estuvimos escuchando a Loreena McKennitt. Y seguimos sin movernos esperando que saliese de nuevo y nos regalase algunos bises. Y llegaron. El primero de ellos fue Spanish Guitars And Night Plazas, una canción especialmente dedicada al lugar y momento en el que estaba esta noche, que no interpretaba en directo desde hace más de cinco años. Y todo terminó con su voz resonando sin articular palabras durante la desgarradora simplicidad de Tango to Evora; en su interpretación los músicos y ella, asida al arpa, esparcieron magia generosamente por todas partes.
A menudo, cuando los artistas intentan combinar instrumentos modernos con el lenguaje popular tradicional, los resultados quedan anticuados y horriblemente sobrecargados. McKennitt, sin embargo, nunca permitió que los dos compitieran, haciendo de su concierto un testimonio de su creencia en las canciones mismas, de su respeto por las viejas costumbres; y en su amor por la artesanía demostró también tener más alma que muchas de las estrellas que convierten en estridentes tonterías todo lo que quieren hacer pasar por new age. Con estas interpretaciones atmosféricas, también austeras a ratos, McKennitt se mostró en su forma más cómoda, creativa y conmovedora. Ella es una excelente cantante e instrumentista, pero es mucho más que eso. Fue su energía y su alma lo que la elevó anoche a ser una mujer madura y sabia; a ser durante dos horas nuestra líder espiritual.
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