CRÓNICA
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La lógica del relato: abismo y perplejidad

Pablo Bujalance

09 de marzo 2011 - 05:00

Vidas prohibidos. Guillermo Busutil. Tropo Editores. Zaragoza, 2011. 192 páginas. 17 euros.

En la (inestable, a su pesar) proyección y moda del relato como género literario especialmente idóneo para el atareado lector del siglo XXI, conviene ir llamando a las cosas por su nombre. Ni un ápice de todo ese pretendido prestigio quedaría hoy si un puñado de autores entusiastas no hubieran insistido en hacer del cuento su razón de ser como escritores cuando no todo estaba tan a favor, cuando ni las editoriales grandes ni las pequeñas apostaban un céntimo por el formato y cuando el relato parecía un fenómeno todavía ajeno a la literatura española muy a pesar de la semilla que Ignacio Aldecoa y otros pioneros habían sembrado mucho antes. Entre ellos, habría que situar en muy primera línea a Guillermo Busutil (Granada, 1961), cuyo éxito a raíz de la publicación de Drugstore en 2003 (cuando ya había publicado una fértil colección de relatos tan admirables como necesarios) le confirió un éxito razonable y una cierta y merecida posición en el gremio de los cuentistas y que ahora regresa con Vidas prometidas, que estos días pone en circulación el sello aragonés Tropo.

En los trece relatos que componen el libro Busutil vuelve a hacer partícipe al lector de su mundo, poblado de criaturas incompletas, parciales, a menudo incapaces de desarrollar o mostrar sus categorías humanas pero precisamente por ello (soberbia paradoja) humanas por completo. Sin embargo, cabe señalar el modo en que, a la manera de los grandes autores de relatos de todos los tiempos, vida y literatura van estrechando el cerco hasta ser la misma cosa. La vida se promete, cierto, pero la literatura se da, tal vez como anticipo, o como complemento. Ya el primer cuento, Estrella sin ley, es una reivindicación de la literatura popular como argumento angular de la memoria y de la existencia. Abundan los homenajes explícitos, a Poe en On the air, a Defoe en Gabinete Foreman, pero más interesantes resultan los implícitos: la estrategia del relato como vía más rápida hacia la perplejidad, al abismo que ocurre (Poe, siempre) cuando se despierta del sueño y se abren los ojos (no tanto al revés) remite a Raymond Carver, a lo insinuado mucho más que a lo mostrado. El lector disfrutará los anuncios publicitarios con humor, y se dejará buscar las cosquillas. Toda vida, prometida o no, tiene un precio.

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