Resucitar a una madre

Ensayo documental, auto-ficción terapéutica, performance sonora… es difícil catalogar este filme en el que Mona Achache (El erizo, Corazones valientes) busca acercarse, restituir y perdonar a la madre perdida entre gestos teatrales, el montaje de un generoso material de archivo y un cierto ajuste de cuentas con la historia oficial de la intelectualidad francesa de posguerra y los efectos colaterales del mayo del 68.

Esa madre perdida (se suicidaba en 2016 con 63 años) fue Carole Salomon-Lange, escritora tardía, fotógrafa, actriz e hija de la también escritora Monique Lange (1926-1996), mujer de vida errática y espíritu quebradizo criada entre escritores e intelectuales de renombre (Duras, Genet, Semprún, Juan Goytisolo…) por una madre a la que pareció interesarle siempre más el ambiente literario que la propia infancia de su hija y sus ritmos naturales de crecimiento.

Achache la convoca y resucita en la piel de Marion Cotillard, que se presta al juego escénico de la suplantación entre decorados de la memoria y trampantojos de un viaje al pasado proyectado en las paredes, también en el esforzado juego imitativo a partir de las grabaciones originales extraídas de confesiones íntimas, entrevistas y diarios sonoros.

El resultado es un filme desigual y desequilibrado, tal vez demasiado deudor de la presencia estelar frente a la verdad documental, la sinceridad y el dolor de una mujer a la que vemos nacer en la palabra y el relato en primera persona de las etapas de una infancia arrebatada por las ideas (ajenas) y una juventud entregada a la prostitución como modo de vida antes de encontrar un asentamiento familiar nunca del todo confortable.

Achache busca comprender y abrazar a esa madre en el trauma y el destino familiar y echarle una consoladora rebeca por encima. Tal vez su fórmula compleja y algo enrevesada no caliente y consuele tanto como sería deseable.