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"La literatura es siempre lo que sucederá, no lo que ha sucedido"

Patricio Pron | Escritor

El argentino publica 'Lo que está y no se usa nos fulminará', un libro con el que se propuso ir a "lugares no cartografiados" aún del cuento en español

El escritor argentino afincado en Barcelona Patricio Pron (Rosario, 1975), el pasado martes durante su visita a Sevilla. / Fotografías: Juan Carlos Muñoz
Francisco Camero

13 de febrero 2018 - 06:00

Sería ridículo destacar la originalidad -aspiración en general bajo sospecha, y por tantas razones- de un libro como Lo que está y no se usa nos fulminará (Random House), de no ser porque sus doce cuentos, veladamente tragicómicos, tocados por un extraño lirismo que brota no exactamente de donde se espera y por ello con más fuerza aún, son, sobre todo, hermosos y conmovedores. Con sentido lúdico, ironía y gusto por la paradoja y sus alrededores, empleando diversos registros de una cierta experimentación formal -que no es meramente un ejercicio de estilo, sino un recurso al servicio de la temperatura emocional de cada relato-, Patricio Pron da cuenta aquí de un tipo que resulta ser -casi literalmente- una nota a pie de página en la discografía de Bob Dylan; o de un hombre que se empeña en reconstruir al milímetro una fiesta del pasado donde a punto estuvo (o no) de ocurrir algo trascendental; o de un medio-joven que redacta mentalmente su perfil en Tinder mientras reflexiona sobre la erosión y los recelos en las relaciones amorosas y recuerda cómo la hija de su (¿ex?) novia le preguntaba por la muerte; o -en el que tal vez sea el texto más terrible- de dos jóvenes montoneros, ella y él, que pudieron haber sido pareja pero no lo fueron y pasaron a engrosar la Historia de los Vacíos de Argentina... Un libro sensacional, en fin, en el que sus personajes, como cualquiera de nosotros en una de esas tardes de domingo, vislumbran y merodean en torno a un momento aparentemente decisivo en el que sus vidas podrían haber tomado otra dirección, tal vez no mejor, pero sí distinta.

-Se atisba el hilo conductor de las segundas oportunidades. ¿Por qué cree que afloró esta cuestión en el conjunto?

-Supongo que he estado pensando en esas cosas sin haber sido demasiado consciente. Estos relatos los escribí sin una voluntad programática, durante dos años, que es un largo periodo para mis estándares, y sólo cuando los reuní para ver si funcionaban como un conjunto reparé en esto que dices. Yo no recuerdo haber pedido una segunda oportunidad últimamente, ni que me haya sido otorgada, pero tal vez esta cuestión esté conectada con una inquietud, muy contemporánea, y en la que sí me he parado a reflexionar, que es el hecho de que en este momento histórico casi todo lo que hacemos nos perseguirá el resto de nuestra vida, ya sea debido a nuestra huella en el mundo digital o a raíz de la imposibilidad de desaparecer o de ser invisible hoy en día.

-El libro explora formas distintas de contar una historia, llamémoslas autoconscientes, distintas, contemporáneas o modernas, como guste más, pero esquiva esa autoficción ya tan sobreexplotada. ¿Está agotado ese camino?

-En su momento fue interesante, pero desafortunadamente ese carácter disruptivo se ha perdido. Precisamente a causa de su auge la autoficción ha quedado desactivada estética y políticamente. Se ha convertido en una fórmula no muy distinta a las que rigen las novelas románticas o policiacas. Puede resultar paradójico que lo diga yo, que en su momento lo hice, pero no tengo ya ningún interés ni en escribirla ni en leerla. Creo que su auge, mayormente en España, se debe al enorme deseo de que aparezca una voz potente para contar un gran relato generacional. Y surgen nuevas voces, sí, pero en última instancia tan sólo a condición de adoptar una forma literaria que ha sido explorada ya hasta el hartazgo. Mi interés a la hora de escribir estos relatos era precisamente poner de manifiesto que aquellos géneros que consideramos agotados todavía constituyen un campo de posibilidades. El cuento español, el cuento en español, no ha sido completamente cartografiado; creo que quedan todavía lugares a los que ir y eso es lo que yo me he propuesto hacer. No porque la originalidad signifique mucho para mí, sino para para recordar a quienes lo hubiesen olvidado que la literatura es siempre lo que sucederá, no lo que ha sucedido.

-¿A qué lugares no había ido aún el cuento español y sí usted?

-Posiblemente haya decenas de lugares, que autores más capaces que yo sabrán encontrar. Pero pienso que el cuento se ha decantado hacia dos subgéneros, uno realista y otro fantástico, y no ha explorado vías intermedias. Quizás sea ese el lugar al que ir.

-En La repetición narra la historia de un hombre que, haciendo de su vida prácticamente una performance, intenta instalarse en el pasado. ¿Qué le empujó a escribir sobre la nostalgia?

-Acabo de cumplir 42 años y supongo que tengo ya un poco de pasado en el que pensar en esos términos. Pero no me considero una persona nostálgica. En realidad eso es lo que ha hecho siempre la literatura: preguntarse qué hacer con tanto pasado. Dicho esto, yo me niego a pensar que todo tiempo pasado fue mejor. El título del libro lo tomé de Luis Alberto Spinetta, un músico poco conocido fuera de Argentina, que tiene un otro verso muy contundente: "Mañana es mejor". Yo pienso también que los mejores libros los leeré y los escribiré mañana.

-El relato Un divorcio de 1974, que es el de Perón y los montoneros, es el más explícitamente político del conjunto. Pero no incurre en esa literatura política que se concibe como interpretación de la realidad a partir de esquemas apriorísticos. ¿Cuál es para usted el alcance político que puede llegar a tener la literatura?

-Está limitado al muy reducido alcance que tienen en la política actual los discursos que no pretenden partir de certezas ni ideas preconcebidas, o que aceptan que todo es susceptible de ser discutido en lugar de establecer unos baremos en el marco de los cuales las cosas son aceptables o no. El ámbito de lo posible se ha reducido mucho en nuestras democracias, y por eso mismo es importante dotar a la literatura de un carácter político. Ahora tenemos muy presente el debate sobre la ejemplaridad de los artistas, y del mismo modo que pienso que deberíamos distinguir entre autor y obra, creo también que esto mismo es aplicable a las supuestas implicaciones políticas de ciertos textos: no porque un autor diga que su obra es de izquierdas, lo es realmente. Mi obra anterior, No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles, proponía una revisitación de las literaturas fascistas para poner de manifiesto que muchas de ellas, en su origen, eran profundamente de izquierdas, y que incluso lo siguieron siendo después en términos estéticos, mientras que la literatura proletaria de los años 30 y 40 era profundamente conservadora en sus formas y modos. Y quizás una situación similar se esté dando hoy. Para mí, la literatura debe abrir en lugar de cerrar conversaciones, que es lo que ocurre cuando alguien se limita a proclamar sus ideas, y por ello las mías, en última instancia, tienen menos importancia que aquello que el lector infiera de los textos.

-Bob Dylan, se lee en el relato He's not selling any alibis, "hacía un esfuerzo deliberado para que las canciones no se pareciesen a sus versiones grabadas, como si se negase a ser un imitador de su pasado", un intento de hacer de su arte "puro presente", lo cual es muy hermoso. Pero la literatura no puede aspirar a esto...

-Bueno, la literatura no es una disciplina performática así que afortundamente como autor no te ves obligado a recrear tus mejores cuentos noche tras noche tras noche. La tentación de recurrir a aquello que uno ya ha hecho medianamente bien es siempre grande, de hecho caen en ella decenas de escritores. Yo busco algo muy distinto. Uno de mis grandes miedos como escritor es precisamente la mecanización, dar con una fórmula que garantice cierto éxito momentáneo pero no responda a objetivos más altos. Ahora, por ejemplo, hay cientos de personas queriendo escribir La España vacía, pero La España vacía, que es un gran libro, ya fue escrito.

-Este es el futuro que tanto temías en el pasado, con esos dobles de "Patricio Pron" asistiendo en su nombre a toda clase de bolos, seguramente sea el relato más divertido, aunque habla de algo que tal vez no lo sea tanto: la devaluación de lo que se entiende hoy por "vida literaria"...

-Es verdad que en el relato se ridiculizan las promociones y todo eso, pero yo no veo mal ir donde van mis libros. Aunque sí hay aspectos de la construcción de la figura pública del escritor que, para mí, se ubican en el territorio de lo inaceptable. Nunca he tenido, por ejemplo, mucho interés en que las redes sociales ocupen mucho tiempo en mi vida, si bien las tengo y las utilizo, pero siempre me ha parecido que constituyen, en el mejor de los casos, el tráiler de un filme que sería el libro. Y nadie quiere ver sólo tráilers. Tarde o temprano, uno quiere ver la película, y si la película no es buena... Se ha producido un desplazamiento de la atención, hay un mayor énfasis en una vida virtual que permite con mayor facilidad construir una identidad, pero eso no sirve de nada si eso no se sustenta en una obra, y esto está propiciando bastantes accidentes... Pero basta con no recorrer esos caminos para verse liberado de tales riesgos.

-Hace algunos años se planteó dejar de escribir. ¿Qué le impulsó a la postre a no desistir?

-Aún en Argentina, después de haber publicado dos o tres libros, estaba descontento con la forma en que yo era escritor. Descontento con mis métodos de trabajo, con la percepción que se tenía de ese trabajo, aunque era positiva, pero incluso así... En aquel momento me planteé con muchísima seriedad dejar de escribir y de hecho me fui a Alemania y durante un año, mucho para mí, cumplí con esa promesa, que vista con cierta perspectiva fue algo infantil. Cuando finalmente volví a escribir, me prometí que sólo lo haría si cambiaba por completo la forma de leer y de pensar en mis libros. Adopté una actitud menos académica respecto a la literatura y una nueva forma de titular, esos títulos largos, un poco atrabiliarios, que son la manifestación de una cierta libertad formal, pasé a ver a los maestros no como padres simbólicos a los que matar sino más bien como aquellos gigantes a cuyos hombros uno debe subirse para continuar produciendo. Esos cambios de piel, de los que algunos escritores huyen casi con pánico, para mí son los más interesantes en la construcción de una obra.

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