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Sevilla/Podría decirse que la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla ha hecho de la literatura una casa propia. Pasó por sus aulas Juan Ramón Jiménez, instalado por su padre en las leyes antes de derrapar por el lado de la poesía. Pero también lo hizo Luis Cernuda, quien logró licenciarse en 1925 al tiempo que sus primeros versos veían la luz en Revista de Occidente. Junto a ellos, Joaquín Romero Murube. Y Rafael Laffón. Y José María Izquierdo. Y Alejandro Guichot, Pedro Pérez-Clotet, Antonio Otero Seco...
A toda esa potente astronomía, el centro de la Hispalense y la editorial Point de Lunettes acaban de inaugurarle sitio nuevo en la colección Los libros perdidos del Quinto Centenario. Consiste la aventura, impulsada por el decano Alfonso Castro, en el rescate literario de obras y autores que tuvieron algún contacto con el mundo de las leyes y, en especial, con la Facultad de Derecho, dado que en este 2018 anda celebrando los 500 años desde su creación como lugar de enseñanzas jurídicas.
"En esta colección se reúnen libros ayer perdidos, hoy ya hallados para siempre, y se vinculan simbólicamente dos disciplinas -el Derecho y la literatura-, tan cercanas en sus orígenes, en sus deseos, en sus aspiraciones y en sus esperanzas", señalan los editores de Point de Lunettes, Anselmo Martínez y Manuel García. Por este mismo sendero, el sello sevillano ya había rescatado títulos fundamentales de Juan Ramón Jiménez (Primeros poemas, en 2003) y Joaquín Romero Murube (Siete romances, en 2004).
Para echar a rodar, la colección recupera a dos autores que decidieron hacer la vida a solas, sin tribu. Uno de ellos es Pedro Garfias (1901-1967). El otro, Gabriel Miró (1879-1930). Del primero se rescata Primavera en Eaton Hastings, considerado por Dámaso Alonso como "el más bello poemario del exilio español" a raíz de su publicación en México en 1941. Del segundo, la novela corta Señorita y sor, que no se había reeditado desde su salida en 1924.
"Primavera en Eaton Hastings es un poemario destinado a quedar como flor de los días, al lado de otras piezas maestras de aquel tiempo en que España vibró como hacía siglos que no lo hacía hasta que, cansada, como un árbol exuberante, decidió amputarse, viejo elixir español, vieja tragedia, viejo cántico doloroso de nuestra tierra", señala el decano Alfonso Castro en la nota previa sobre el libro de Garfias, publicado aquí siguiendo la segunda edición mexicana, de 1962, la última revisada por el autor.
La edición cuenta también con un poema de Manuel García y una potente introducción firmada por Miguel Polaino-Orts. En ella, el profesor de Derecho Penal da cuenta del contorno vital de Garfias, "poeta del destierro, del dolor, de la derrota, de la soledad", subraya. Y como símbolo de ese destino, los versos que ideó en el buque Sinaia, camino del exilio mexicano: "España que perdimos, no nos pierdas; / guárdanos en tu frente derrumbada, / conserva a tu costado el hueco vivo / de nuestra ausencia amarga".
Hasta llegar ahí, Garfias despuntó, primero, subido a las vanguardias, desde donde firmó Un manifiesto literario (1919) en la revista Grecia como presentación del Ultra. Luego, recorrería el campo de la poesía neopopular hasta llegar, con el estallido de la Guerra Civil, a los versos de combate, que repartió por todo tipo de publicaciones y recitó también en el frente, al igual que su amigo Miguel Hernández. Su libro Poesías de la guerra, publicado en Valencia en 1937, recibió el Premio Nacional de Literatura.
Tras la derrota del bando republicano, escapó por Francia en la misma expedición en la iban Antonio Machado y su madre, Ana Ruiz, y pasó a Inglaterra, donde acabaría escribiendo su mejor libro, Primavera en Eaton Hastings. "Sus líneas constituyen una confesión desgarradora, el más sincero documento notarial de confesión sobre el exilio", subraya el profesor Polaino-Orts en esta nueva edición.
Al libro, compuesto por 20 poemas más dos "intermedios de llanto", le sobrevuelan episodios desgarradores. Así, según Francisco Giner de los Ríos, Garfias dictó su contenido íntegro al editor porque no tenía copia autógrafa ni mecanografiada del mismo. Lo sabía, íntegro, de memoria. También el poeta pidió en unos versos que, a la hora de ser enterrado, le llenaran la boca con tierra de España. En su lápida, en Monterrey (México), se lee: "La soledad que uno busca / no se llama soledad".
Como segundo número, la colección Los libros perdidos del Quinto Centenario rescata de Gabriel Miró, estudiante de Derecho en Alicante y Granada, la novela Señorita y sor, sacada de la cantera inagotable de El obispo leproso (1926). Se trata de un delicioso relato corto que, a partir de la narración de la vida de María Fulgencia, despliega un fino análisis de la psicología femenina y la denuncia de una moral represiva que impide la felicidad gozosa, en armonía con la naturaleza.
En el estudio introductorio, el poeta y profesor Juan Ramón Torregrosa propone esta obra como vía de descubrimiento del escritor que siempre quiso ser Miró. "Un novelista que aspira desde sus comienzos a renovar el género en sus formas y en su lenguaje -asegura-, al servicio siempre del análisis de estados de anímicos y preocupaciones existenciales, en consonancia con los grandes renovadores del momento: Proust, Joyce, Woolf..., como lo destaca la crítica actual más exigente".
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