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"La literatura tiene la obligación de mostrar la parte extraña del mundo"

José María Merino. Escritor

La antología 'La realidad quebradiza' adentra al lector en los universos paralelos del autor.

El escritor y miembro de la Real Academia Española de la Lengua José María Merino (La Coruña, 1941).
Braulio Ortiz

06 de junio 2012 - 05:00

Desde cierta perplejidad ante la vida ha elaborado el leonés nacido en La Coruña José María Merino una de las obras más serias e imaginativas de las letras españolas. Ahora, el malagueño Juan Jacinto Muñoz Rengel selecciona en La realidad quebradiza (Páginas de Espuma) los mejores cuentos de este "indiscutible pionero de la literatura fantástica", un autor "que luchaba por conquistar nuevos territorios cuando casi nadie más lo hacía dentro de nuestras fronteras". Del viaje le quedará al lector, avisa el antólogo, "la sensación de desasosiego y vértigo de habernos asomado a los abismos de una mente turbulenta", pero quien se adentre en estas páginas saldrá también más sabio: con esa lucidez de los que han visto la realidad con nuevos ojos y disciernen los prodigios y rarezas, el misterio y la maravilla, que aguardan agazapados en la cotidianeidad del ser humano.

-Desde los comienzos, con cuentos como La casa de los dos portales o El niño lobo del cine Mari, ya ahondaba en las realidades paralelas. Parece que siempre ha visto la literatura como la crónica de la extrañeza...

-Cada día estamos sometidos a sobresaltos misteriosos que no sabemos de dónde proceden, no hay más que ver, ahora, la propia realidad económica... Y además la literatura tiene la obligación de ofrecer esa perspectiva, tanto desde lo realista como de lo fantástico, la perspectiva de esa parte extraña, oscura, del mundo.

-De entre todos los temas que plantea su obra usted destaca el de la identidad. El ver estos cuentos reunidos, ¿le ha aportado alguna idea en la que no había reparado antes?

-Sí pienso que hay una fidelidad a los mismos temas, entre ellos la identidad de las cosas. No es sólo la identidad individual, la identidad de las relaciones, también la identidad de las cosas y de los lugares. Es uno de los temas centrales de mi trabajo, se ha mantenido y se sigue manteniendo a lo largo de los años. Es una de esas obsesiones profundas que felizmente no acabas de descifrar del todo.

-Hay objetos que pueden ser verdaderamente amenazantes, como en el cuento Los valedores, en el que unas imágenes religiosas cobran vida.

-Eso nace de mi propia experiencia: yo estoy rodeado de cosas que de pronto se esconden o aparecen en otro sitio, por no hablar de los libros. Coges uno y dices: Éste lo dejo aquí que voy a trabajar con él la semana que viene, y cuando vas a buscarlo ya no está. Ese objeto inerte pero con un latido de insumisión me parece un buen estímulo para la literatura, y efectivamente yo lo he explorado mucho en mi obra.

-Lleva 44 años de matrimonio, pero hay relatos, como El derrocado o Celina y Nelima, quedan una visión del amor desesperanzada.

-El yo más real, el que está en la parte más clara y no en la parte oscura, tiene una estupenda relación con su pareja desde hace muchísimos años. Pero no hay duda de que hay otro yo, el de los sueños o las discrepancias conyugales, porque cualquier historia de amor, hasta la más feliz, es una historias de consensos, de acuerdos y de discrepancias, eso está ahí. Y el otro yo sueña, piensa, elucubra otras posibilidades. Como no estamos hechos de una sola pieza, sino de muchas cosas, y yo trabajo mucho con el tema del doble, aunque mi historia personal tienda a una cantidad notable de felicidad, hay una parte de infortunio que vuelco en la literatura.

-Muñoz Rengel lo define como "un tipo normalísimo, cordial y educado en el trato con los demás, generoso, buen marido y padre...". ¿Se ve así?

-Pues no lo sé [ríe]. Eso es la gente la que debería decirlo. Alguien me apuntaba el otro día que yo no tenía demasiados personajes tenebrosos, y la verdad es que a mí me costaría convivir con personajes así, aunque los que retrate sean complicados. Tal vez eso responda a mi manera de ser, que no digo que sea ni mejor ni peor. Me gusta relacionarme bien con la gente, hacer algún favor si me es posible, es mi manera de ser pero no creo que eso suponga ningún mérito. Uno es como es, simplemente.

-Empezó con un poemario, Sitio de Tarifa, pero dejó la poesía.

-Siempre digo que la poesía me abandonó a mí, pero fue un taller extraordinario. Escribir poesía te enseña muchísimo: es un arte de concisión, de metáfora, de expresar lo más posible con las palabras exactas. Que lo mío era la narrativa estaba claro en esos poemas, que eran baladas. Si estuvo el poeta, ya no está, aunque quedan una serie de prácticas.

-El cuento, sostiene usted, no ha tenido en España la acogida que se merece, pese a que se publica desde el siglo XIII.

-Sí, entonces se publica Calima e Dimna, no hay que olvidar las Cantigas en loor de Nuestra Señora, que es un precioso libro de cuentos. Se hacen colecciones de chistes, de historias, y eso se mantiene bastante bien, pero aunque me digan que ya estoy con el tópico, la Inquisición fue muy perniciosa para la imaginería fantástica. El teatro funcionaba por la pasión popular, pero la literatura era sospechosa. No hay que olvidar que en los siglos XIX y XX se publicaron muchísimos cuentos en los periódicos. Emilia Pardo Bazán tiene 300 cuentos en revistas españolas e hispanoamericanas, y Clarín vivió de eso, aparte de su trabajo de catedrático, de lo que sacaba en publicaciones. Eso sufre un colapso tras la Guerra Civil, en la posguerra el cuento deja de interesar. Aunque hay una generación de cuentistas magníficos, esa cultura se pierde. Los lectores de ahora no saben leer los cuentos, y tampoco comprenden el fantástico. Pero los españoles inventamos los libros de caballería, y tenemos obras como El condeLucanor, que influyó en Borges.

-Es significativo que sea un escritor joven y también especializado en lo fantástico como Muñoz Rengel el que haga esta antología.

-Cuando Juan Casamayor, el editor, me propuso que fuera él lo vi estupendo. Me planteó un proyecto donde se recogían algunos cuentos destacados de cada libro y la selección me pareció magnífica. Me gustó que fuera un lector joven quien eligiera las historias, no objeté nada porque me parecían representativas de mi obra.

-Ahora hay una serie de autores jóvenes que han acabado con los prejuicios, que cultivan el fantástico con verdadera pasión.

-El realismo sigue siendo predominante, algo en lo que no tengo nada en contra, porque a mí un buen cuento realista me gusta tanto como uno fantástico. Lo que me gusta es la literatura: Poe, Maupassant, Chejov, Carver, Cortázar, Aldecoa... En este momento se están escribiendo cuentos con un nivel medio alto. Y lo fantástico no se ha quedado perdido: hay gente como Ángel Olgoso que ofrece cosas interesantes en ese campo.

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