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Manhattan desde el Queensboro
ANTONIO SIMÓN | CRÍTICA
*****Otoño Barroco de AAOBS. Programa: 'Tristia' S. 160.1; 'Sueño de amor' nº 3 S. 541.3; '¡Insomne!' S. 203; 'En un sueño' S. 207; 'Impromptu' S. 191; 'Nubes grises' S. 199; Sonata en Si menor S. 178, de Ferenç Liszt. Fortepiano: Antonio Simón. Lugar: Caballerizas de la Casa de Pilatos. Fecha: Lunes, 21 de octubre. Aforo: Lleno.
Ferenç´Liszt representa como ningún otro compositor el espíritu del Romanticismo más puro, con sus contrastes, sus efusiones de pasiones violentas y su recreación en la noche, las sombras, los sueños y la muerte. Lo mundano y lo sagrado. Lo heroico y lo exhibicionista. Lo morboso y lo delicado. Y su propia vida, como diría Oscar Wilde, fue su mejor obra de arte. Su música es fiel reflejo de su personalidad, de sus etapas vitales, de sus demonios y de sus placeres, pero sobre todo de su infinita búsqueda de medios expresivos más allá de las reglas y de los límites del instrumento, hasta alcanzar una especie de nirvana armónico y emocional al final de sus años.
Un poco de todo esto hubo en el imprescindible recital de Antonio Simón, quien, buen conocedor de la obra del húngaro, trazó un retrato poliédrico desde la juvenil "Las campanas de Ginebra" (que no de Génova como aparecía en el programa) hasta esas sorprendentes "Nubes grises" escritas a cinco años de su muerte y en las que trasciende las reglas armónicas con ese final abierto e inquietante. Simón vino a Sevilla con un maravilloso fortepiano Broadwood de 1860 de bellísima estampa y de un sonido lleno de matices y colores. El pianista sabe perfectamente qué instrumento tiene en sus manos y sabe fundir su interpretación con la naturaleza sonora del fortepiano. La menor capacidad de volumen y resonancia respecto a los modernos se compensa sobradamente con la claridad que permite en la articulación, algo en lo que Simón estuvo excelso todo el concierto, optando por una pulsación y una manera de hilar las notas que favorecía la claridad de las frases, en las que cada nota era perfectamente identificable. Claro que para ello supo sacar ventaja de las posibilidades del pedal derecho y articular sin excesivo legato. Todo esto era especialmente perceptible en el registro grave, de un color aterciopelado en este Broadwood y dominado con mil matices por Simón. Por ejemplo en la exposición de la melodía principal por la mano izquierda en "Sueños de amor". Por no hablar de la profundidad de dicha sección grave a lo largo de la sonata desde las primeras notas. Aquí Simón ahondó en la dimensión casi demoniaca de ese primer tema y en su posterior resolución en forma de fuga, organizando todo el discurso desde la mano izquierda. En el terreno expresivo sus versiones se caracterizaron por evitar blanduras en algunas de las piezas más líricas, evitando excesos de rubato y recreándose en los acentos; pero también por no dejarse tentar por el exhibicionismo superficial. Buscó siempre la médula expresiva de cada pieza desde dentro de ellas mismas, desde su lógica melódica y su estructura acentual. Y, por último, aportó a cada pieza el nivel de densidad sonora necesario, desde la ligereza y delicadeza del "Impromptu" a la energía casi volcánica de la sección central de la sonata.
Una última reflexión: es una pena que en Sevilla no tengamos más posibilidades de escuchar pianos históricos. Mucho cambiaría nuestra percepción del repertorio.
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