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Los límites invisibles del cruce de tradiciones

Andrés Moreno Mengíbar

16 de abril 2009 - 05:00

Parte por la indudable calidad de su música, parte por la relación especial que le une a la dirección artística del Maestranza y a su familia, el caso es que la obra del algecireño José María Sánchez Verdú suena bastante en nuestro teatro. Bien visto no deja de ser una ventaja, porque estamos sin duda ante el compositor más interesante de su generación, el de una más acusada personalidad creadora y el de mayor madurez en la escritura orquestal desde el llorado Francisco Guerrero (dejando al margen a los maestros aún vivos, claro). No obstante, cabría ponerle a mi entender una serie de reparos a esta suite arreglada al efecto a partir de la ópera El viaje a Simorgh, estrenada en el Teatro Real de Madrid hace dos años. Así, desde mi sanjuanismo radical, creo que es una falta de ética artística el desestructurar la poesía de San Juan de la Cruz y el superponer momentos de La noche oscura sobre los del Canto espiritual, la cumbre de la poesía mundial sin lugar a dudas. Es el espíritu de los tiempos, lo sé, éste de la deconstrucción, la desestructuración y todo lo que quieran inventar, pero hay cosas que no tienen sentido.

En lo musical, la media hora escasa de la suite llega a resultar monótona. La maestría habitual de Verdú en la texturización tímbrica queda en segundo plano tras los ya esperables tics sonoros de su estilo, como los soplos en los metales, los col legno y los trémolos. Por último, la escritura vocal es a veces antivocal, más instrumental que significativa, por lo que apenas se puede juzgar la labor de esos espléndidos cantantes que son Sala y Ramón.

Ya en Erwartung, Dugger sólo llegó a convencer cuando cantó en forte y en los pasajes más crispados, porque del mezzoforte para abajo resultó plana y poco expresiva. Menos mal que Tamayo dirigió con gran inteligencia y sentido dramático a una brillante OJA, de una madurez admirable.

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