Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Libros
Málaga/La posibilidad de armar la polémica más ardiente respecto al hueco que el conocimiento científico deja a la idea tradicional de Dios pareció perder definitivamente todo el fuelle cuando Stephen Hawking plantó el órdago definitivo sobre la mesa: el ser humano, venía a decir el británico, era ya capaz de describir la historia completa del cosmos desde el Big Bang sin tener que acudir ni una sola vez a la figura de una entidad creadora para explicar los procesos. El tiempo, sin embargo, reveló que, como sucede a menudo, tan tajante afirmación no significaba, ni mucho menos, el final del debate: la física cuántica se empeñaba en seguir contando con dados arrojados a donde no pudiéramos verlos, mientras que, si el descubrimiento del Bosón de Higgs en el CERN de Ginebra permitió hace unos años conocer la transición a la materia desde sus estados previos, la opción de establecer una generalización al respecto resulta todavía una incógnita. La física persigue en la actualidad su quimera más deseada, la llave que termine de vincular la naturaleza del cosmos y la de mecánica cuántica en una sola idea formal que a menudo ha sido bautizada como la fórmula de Dios. Y sí, buena parte de los dados siguen ocultos ahí detrás de la materia y la energía oscura, constituyentes de la mayor parte del universo y para cuya exploración ha puesto la física todas sus esperanzas (con algunos resultados ya relevantes) en la percepción y estudio de las ondas gravitacionales. Independientemente de la fe que profese cada cual, la posibilidad de meter al Dios creador en este puzzle que la ciencia intenta definir con la mayor claridad entraña un reto intelectual jugoso y, por qué no, sugerente y divertido. Y justamente este reto es el que aborda el libro Una cierta idea de Dios, que acaba de publicar Pedro Tabernero en su colección Qué Dulce Brutalidad, con las ilustraciones de Jacobo Pérez-Enciso y los textos de dos autoridades de muy elevada consideración en la comunidad científica: Juan José Gómez Cadenas y Manuel Lozano Leyva.
La elección del arquitecto, diseñador e ilustrador madrileño Jacobo Pérez-Enciso para ilustrar Una idea de Dios, en consonancia con la ya tradicional línea editorial de Tabernero y sus colecciones de volúmenes ilustrados, no es precisamente gratuita. De hecho, son las ilustraciones las primeras protagonistas del libro, con un discurso que crece desde la más pura abstracción hasta ciertos balbuceos figurativos, a modo de invitación poética a la reflexión sobre los límites humanos de la percepción de la realidad. Justamente, el arte abstracto ha procurado desde sus orígenes una superación de estos límites, con una capacidad de sugerir intuiciones de la que la ciencia, afirmada en la demostración empírica, por lo general carece.
El físico y escritor Juan Gómez Cadenas es autor de varias novelas y debe buena parte de su reputación como científico a la dirección del proyecto NEXT, que aspira a demostrar en el Laboratorio Subterráneo de Canfranc que el neutrino es su propia antipartícula. Su aportación al libro, Noches estrelladas, presenta la observación del espacio como un continuo en la historia de la humanidad, desde el primer cazador y recolector que miró al cielo hasta los últimos superobservatorios pasando por Paracelso, Copérnico y Edwin Hubble. Ahí arriba, el universo se perfila en la actualidad como un conjunto de unas cien mil millones de galaxias distribuidas a lo largo y anchado de una distancia superior a los 93 mil millones de años luz. Cada una de esas galaxias cuenta, de media, con unos cien mil millones de estrellas. Semejante cosmos se sostiene en un orden concreto: el que determinan las leyes de la física. Sin embargo, no todas las incógnitas están despejadas: "En todos los experimentos de física de partículas se demuestra que la naturaleza produce idénticas cantidades de materia y antimateria (...) Pero entonces, ¿por qué el universo parece estar hecho sólo de materia? Si en el Big Bang el número de partículas y antipartículas era el mismo, ¿por qué no se aniquilaron todas entre sí?". Gómez Cadenas señala que si el neutrino es su propia antipartícula, puede desintegrarse tanto a electrones como a positrones, por lo que el universo no sería más que el resto de un "naufragio cósmico en el que toda la materia y antimateria originales se aniquilan" y en el que sólo sobreviviría "un pequeño exceso "introducido por lo que el autor llama un "agente doble" (al que bautiza de hecho Alec Leamas, el protagonista de El espía que surgió del frío) que favorecería a unas partículas (los electrones) en detrimento de otras (los positrones). Este agente doble tendría, de momento, rango de pieza en este puzzle.
Manuel Lozano Leyva parte en De lo inmenso a lo ínfimo de una afirmación central de Parménides que entra en colisión con el relato bíblico del Génesis: "Nada puede surgir de la nada". Tras desautorizar a Aristóteles por querer remediar su aversión al vacío con la invención del éter ("el insigne filósofo planteó magníficas preguntas a las que les dio respuestas desastrosas"), el catedrático de Física de la Universidad de Sevilla, autor a su vez de varias novelas, libros de relatos y ensayos divulgativos, desciende al reino cuántico para distinguir entre nada y vacío. El hallazgo del Bosón de Higgs permitió descubrir propiedades del vacío ya predichas por la teoría cuántica, relativas a sus fluctuaciones (es decir: en el vacío pasan cosas). Estas propiedades hacen que la fascinante generación espontánea de materia en el vacío no sea perfecta: "De cada cuatro mil millones de creaciones espontáneas de pares de partículas y antipartículas fundamentales que forman la materia, una partícula puede sobrevivir a la aniquilación entre ellas". Justamente, ésa es la proporción que se da en el universo entre materia y radiación. Una de esas partículas excepcionales fue la que dio origen al Big Bang en un falso vacío en el que la energía llegó a expandirse "vertiginosamente". En esta excepción no hay, eso sí, agentes dobles, sino estrictos fenómenos naturales. Se pregunta Lozano Leyva si todo esto no resultará tan fantasioso como la propia idea de Dios. Y el mismo autor da la respuesta: "Quizás, pero hay una diferencia esencial: tal fantasía está basada rigurosamente en la mecánica cuántica, la relatividad especial, la teoría de la gravitación y todo lo que hace funcionar los modernos televisores, los teléfonos móviles, el sistema GPS y una enorme parte de la tecnología actual". ¿Qué hueco le queda, por tanto a Dios? Tal vez, la sobrecogedora observación de una noche estrellada.
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