Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Paul Auster. Escritor, traductor y cineasta
Madrid/Mientras habla, fuma un cigarrillo electrónico negro que a simple vista parece un bolígrafo. La poesía francesa, el béisbol, Samuel Beckett y Edgar Allan Poe le siguen apasionando como en los días juveniles en los que, ebrio de bohemia y escaso de dinero, se marchó a París para convertirse en traductor. Al despedirse la periodista le comenta que, si quiere leer los cuentos de Poe en español, tenemos la suerte de contar con la versión de Julio Cortázar. "Qué maravilla, no lo sabía. Poe también tuvo suerte con el francés. Le tradujo nada menos que Baudelaire", dice, con una amplia sonrisa.
-Por su ambición y extensión, la crítica insiste en que 4321 es la "Gran Novela Americana" de Paul Auster. ¿Está de acuerdo?
-Creo que es un término estúpido importado de algún crítico que para mí no tiene sentido. Además, descontando Moby Dick (1851), lo que consideramos primeros ejemplos de la gran novela americana tendrían apenas 150 páginas, como La letra escarlata (1850) de Nathaniel Hawthorne o La roja insignia del valor (1895) de Stephen Crane. En 1925 Scott Fitzgerald publicó El gran Gatsby, que en 150 páginas entraría también en esa categoría. Lo que sí es cierto es mi empeño por levantar acta de los últimos 70 años, que coinciden con la edad que tengo. Creo que el orden mundial pos Segunda Guerra Mundial, que se mantuvo estable durante las últimas siete décadas, se está desmembrando.
-La vida de su protagonista se bifurca, como en el relato de Borges, por cuatro senderos posibles. ¿Estamos ante el nuevo libro de un inconformista?
-Siempre he sido un inconformista, un rebelde innato. Y cada vez que alguien me pide que haga algo mi primer impulso es negarme. Incluso ahora, a los 70 años, no quiero hacer lo que me dicen. Siempre fui un tipo raro. A los 18 años, cuando estudiaba en la Columbia University, tenía ideas radicales, caminaba con un traje irlandés de tweed y no quería parecerme a los demás. Nunca me drogué pese a que todos mis amigos lo hacían y por esa causa muchos fallecieron o estropearon sus vidas por completo. Era una especie de contrariador. Nunca quise escribir libros que se parecieran a los que podría haber escrito otra persona. Y por eso también he decidido que no voy a formar parte del mundo digital. No quiero tener teléfonos móviles ni ordenadores, no necesito nada de eso, era feliz antes de que esos artilugios aparecieran.
-Homenajea en el libro a Laurel y Hardy [el Gordo y el Flaco] y cita a Jerry Lewis, el gran cómico recientemente fallecido y, como usted, natural de Newark. ¿Qué papel tiene el humor en su obra?
-El humor siempre ha sido una parte importante de mi trabajo. Incluso en mis libros más oscuros hay momentos divertidos. A veces el humor es muy seco y puede que la gente no lo pille pero está ahí. Mi visión es que la vida es trágica y cómica a la vez. Somos criaturas ridículas, ¿verdad? Amo la comedia, especialmente en el cine. Jerry Lewis era el canguro de mi prima mayor cuando yo iba al instituto. Escribí El libro de las ilusiones, toda una novela sobre la comedia, y Laurel y Hardy se han contado siempre entre mis favoritos. Esta primavera viví una experiencia maravillosa: un amigo experto en cine ha abierto The Metrograph, un cine muy pequeñito en el centro de la ciudad donde proyecta películas antiguas en 35 milímetros. Hicimos una sesión de Laurel y Hardy y las copias, que había conseguido en California, eran tan perfectas que parecían hechas ayer. Había gente que reía como loca. Para mi sorpresa, no todos habían visto sus películas.
-Dedica 4321 a su esposa Siri Hustvedt, una escritora cada vez más apreciada en Europa, pero cuando se habla de sus influencias casi nunca se citan autoras. ¿Con cuáles se siente en deuda?
-Emily Dickinson es mi poeta favorita de todos los tiempos y la leo con pasión desde el instituto; también me gusta mucho la poeta rusa Marina Tsvietáieva. Cumbres borrascosas de Emily Brontë es una obra maestra a la que vuelvo con frecuencia. Y recientemente me pasó algo curioso. Leí a Virginia Woolf de joven pero elegí los libros equivocados. El año pasado, Siri y yo hablábamos sobre ella cuando mi esposa me dijo: "Deberías darle una oportunidad a Al faro". Lo hice y es una de las mejores obras que he leído en mi vida, me conmueve pensar en su profundidad y belleza, te clava algo y podría hablar muchísimo de ello. Más allá, creo que Siri es una de las grandes novelistas de nuestro tiempo. El mundo no acaba de comprender lo brillante que es y la claridad con la que escribe ensayos sobre temas tan complejos.
-¿Comparte con su protagonista Archie Ferguson la pasión exacerbada por el deporte?
-Cuando era joven el deporte era lo más importante de mi vida, sobre todo el béisbol, a que jugaba. El fútbol americano, el tenis y el rugby también me encantaban. A los 16 años pensaba que iba a convertirme en un jugador de béisbol profesional pero entonces empecé a leer buenos libros, me enamoraba una y otra vez de chicas diferentes, comencé a beber y a fumar y me di cuenta de que había cosas mucho más interesantes así que el deporte empezó a ser una diversión recreativa y dejé de tomármelo tan en serio. No hay que subestimar el deporte, lo han practicado grandes autores. Stephen Crane jugaba al béisbol, a Nabokov le apasionaba el tenis y era también portero de fútbol, Beckett fue un maníaco del cricket y Albert Camus jugaba como portero y decía: "Todo lo que he aprendido de la justicia y la responsabilidad lo he aprendido en el campo de fútbol".
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