El inmortal desterrado
Recostado sobre las nubes | Crítica
'Recostado sobre las nubes' propone un acercamiento certero a la obra de Li Bai, un poeta a veces juicioso, a veces descarado, pero siempre mayúsculo
La ficha
'Recostado sobre las nubes'. Li Bai. Edición de Martín López-Vega. Impronta. Gijón, 2020. 112 páginas. 14 euros
Li Bai (701-763) es uno de los poetas chinos más conocidos en Occidente, aunque su obra no llegó a nosotros hasta el siglo XIX como parte de una antología de la dinastía Tang que estuvo al cuidado de Leon d’Hervey de Saint-Denys. Nos lo recuerda Martin-López Vega en el prólogo de este Recostado sobre las nubes, una recopilación muy cuidada que propone al lector actual un acercamiento valiente y certero a la poesía del autor chino.
Martín López-Vega se encarga de la edición y traducción de unos versos que reflejan una dualidad muy frecuente en las literaturas orientales, la que recoge, como parte de un todo, la sutileza extrema y el gusto por lo irreverente y lo jocoso. En los poemas de Li Bai encontramos una variedad de temas que van desde la apacible contemplación de la naturaleza o la exaltación de la belleza hasta la celebración de la embriaguez o la reflexiones sobre la imparable rueda kármica. También un amplio abanico de tonos. Juicioso y sereno en ocasiones, descarado e impetuoso en otras, el poeta despliega con naturalidad y sencillez su agudo conocimiento de la naturaleza humana, y ese conocimiento lo hace conectar con el lector del siglo VIII tanto como con el del siglo XXI.
Como editor, también como traductor, el también poeta Martín López-Vega ha tomado importantes decisiones, no solamente en la selección de los poemas incluidos, sino en su acercamiento a la obra, de cuya lengua –según confiesa– conoce "apenas unas decenas de caracteres". Como él explica ampliamente en el epílogo de esta antología, ha optado por la traducción indirecta de unos textos con los que ha pretendido captar el alma de la poesía de Li Bai. Para ello ha manejado y cotejado versiones en varios idiomas hasta alcanzar el poema que, según su criterio, refleja más fielmente la esencia de lo escrito por el poeta chino. Como lectores no versados en la lengua china no podremos discernir la exactitud del resultado aunque sí podremos constatar su acierto.
Lejos de las a veces encorsetadas traducciones a las que se enfrentan los amantes de las literaturas orientales, los poemas de Li Bai recreados por Martín López-Vega son poesía con mayúscula y el esfuerzo realizado por el editor para alcanzar la necesaria conexión con el poeta traducido se refleja en el cuidado puesto en la elección del tono adecuado y de los términos precisos. Entre traductor y autor traducido se establece un diálogo capaz de atravesar fronteras físicas y temporales. De este modo, el lector se convierte en espectador de excepción de esta larga conversación entre poetas que, a tenor de las costumbres de Li Bai, podemos imaginar con entrechocar de copas bajo la blanca luz de la luna.
Li Bai vivió y escribió en uno de los momentos más florecientes de la cultura china, el que alumbró la dinastía Tang. Amante de la literatura y de la vida errante, la poesía de Li Bai refleja las inquietudes de un hombre que ha conocido los oropeles de la corte y que ha optado, al menos durante un largo periodo de tiempo, por buscar el aliento de la verdad entre las flores del campo o en la oscura choza de un anacoreta. Es la suya una poesía que celebra la vida aventurera del austero caminante que abre una senda vital y literaria que recorrerán otros poetas detrás de él.
Li Bai es "el ermitaño del loto azul, el inmortal desterrado" (Respuesta a Chia Yeh…) que va de taberna en taberna y que no envidia a los dioses si tiene vino, una barcaza que se balancea sobre las aguas calmas de un lago "y el amor de una hermosa joven" (Canción del río). El poeta estima la piel blanquísima de las muchachas de Yueh "que adoran pasear en barca riendo" (Las muchachas de Yueh) y ensalza la belleza de la bailarina que "danza como la nube que en invierno / se eriza sobre el mar espumoso" (La bailarina).
Son algunos de los poemas incluidos en Recostado sobre las nubes luminosas estampas que, como los apuntes rápidos de un pintor, recomponen el paisaje con pocos y acertados trazos. La relación estrecha que mantiene el poeta con la naturaleza se pone de manifiesto en composiciones como Sentado a solas frente a la montaña: "La montaña Qing Ting y yo / nos sentamos frente a frente / y nunca nos cansamos de mirarnos".
Son estos también los delicados poemas de un gran bebedor. Abundan las composiciones que tienen como eje central la bebida y sus efectos, algunas memorables, como Bebiendo solo bajo la luna. Con un buen vino el poeta se siente como en casa en lugares lejanos –"Embriagado por mi anfitrión / olvido que estoy en un país extranjero" (Escrito en viaje)–, exalta la amistad en todas sus manifestaciones y sucumbe a los placeres del amor.
Con una copa es más fácil incluso hablar de asuntos cruciales, como ocurre en el magnífico Hablando de cuestiones profundas con Yuan Danqiu en el monasterio de Fan Cheng, en el que las creencias budistas se mezclan en cóctel perfecto con el elogio de la vida y la amistad: "Quiso la fortuna que encontrase aquí / refugio en la meditación. / Juntos bebemos vino / y nos olvidamos de nuestro ser (…) / Soplamos las briznas sutiles del vacío / y bajo la luna reluciente / son nuestros los discursos y la risa".
Recostado sobre las nubes nos acerca a la esencia de la poesía de Li Bai a través de sus composiciones más conocidas y de otras traducidas por primera vez a nuestra lengua. Brindemos con el poeta chino por la poesía verdadera, "una copa, y otra, y una más, y la penúltima…" (En la montaña, bebiendo con un ermitaño).
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