La letra fugitiva

El arte de la escritura | Crítica

Montesinos publica 'El arte de la escritura', una selección de textos, a modo de prontuario, donde autores célebres -Unamuno, Benjamin, Woolf, Poe, Rilke, London, Lovecraft, Louisa May Alcott...- ofrecen su opinión o sus consejos sobre el viejo oficio de escribir

Walter Benjamin, Paris, 1938
Walter Benjamin, Paris, 1938
Manuel Gregorio González

12 de enero 2025 - 06:00

La ficha

'El arte de la escritura'. VV. AA. Ed. Jofre Casanovas. Montesinos, 2024. 343 págs. 23 €

Se recogen en este volumen las consideraciones de trece autores prominentes en torno al oficio y la práctica de la escritura. Salvo la excepción de don Miguel de Unamuno, el resto pertenecen al ámbito germánico y anglosajón del XIX-XX. Dichas consideraciones, sin embargo, no se ciñen a un tono especulativo o al encomio literario de las letras. Con superior acierto, el editor Jofre Casanovas ha escogido textos donde lo literario viene considerado desde tres aspectos distintos: el meramente crematístico y procedimental; el aspecto creativo, según la particularidad de cada autor; y aquel que se corresponde con la naturaleza particular de su arte. Sin duda, el primero es el que puede interesarle, en mayor modo, a un escritor novel. Pero el segundo y el tercero serán los que le dirijan, con los renuncios propios de la juventud (“descuidose en relinchar un poco mi juventud...”, se justificaba Torres Villarroel por algún desmán galante), hacia el camino de la excelencia.

Twain, en “defensa” de Cooper, enumera los dieciocho errores que el escritor nunca debe cometer

Por otro lado, es aquella practicidad del oficio (cómo publicar, qué escribir, a quién mandarle los originales), la que nos permite admirar, aún con mayores motivos, a dos autores, hijos de la era industrial, como lo fueron Louisa M. Alcott y Jack London. Sus cuitas literarias y sus modestas economías son todavía consustanciales al oficio. Esas mismas economías, aplicadas al estilo literario, son las que ponderará Herbert Spencer; mientras que James y Unamuno se centran en la realidad vital, no literaria, de su literatura. Walter Benjamin apronta un breviario personal de manías y trucos de escritor, que nos lo dibujan en su minucioso desvalimiento. Twain, en “defensa” de Cooper, hará sin embargo un prontuario inverso, donde se enumeran los dieciocho errores que el escritor nunca debe cometer, y en los que Cooper incurre con diligencia. Acaso los más ambiciosos, estructuralmente, sean Lovecraft y Poe, mientras que Rilke y Thoreau postulan una literatura elusiva, enunciativa, de la que emerja, soberano, el misterio.

Ese misterio, reducido a juego especular o esgrima literaria, es el que invocan dos destacados hijos de la insularidad británica: Lewis Carrol y Virginia Woolf, cuyo discurso sobre la ultilidad/inutilidad de la escritura no se halla lejos de dos estetas ingleses, previos al ultilitarismo y la sobriedad de las vanguardias: William Morris y John Ruskin.

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