El lenguaje de la naturaleza

La Tremendita lanza su segundo disco, 'Fatum', en el que potencia su faceta como autora al tiempo que rescata la tradición popular más reivindicativa.

La cantaora se acompaña a sí misma a la guitarra en algunos temas del disco.
La cantaora se acompaña a sí misma a la guitarra en algunos temas del disco.
Juan Vergillos

24 de noviembre 2013 - 05:00

Fatum. Rosario La Tremendita. Producido por Rosario La Tremendita. Con Salvador Gutiérrez, Diego Amador, Rocío Molino, etc. Edición de la intérprete.

Las primeras "bulerías al galope" son lo que su denominación sugiere, un cante frenético que, no obstante, en la voz templada y natural de La Tremendita, se muestran fluidas, francas. Es la sencillez de lo difícil, porque tela de complicados son esos trabalenguas maravillosos que ejecuta aquí la cantaora. Claro que lo mejor de Rosario es cuando se enfrenta a la tradición popular para ser ella misma. Por supuesto que tiene una amplísima paleta de colores en la voz. Pero es cuando se rompe, cuando se entrega a la pura melodía hasta el punto de romperse, cuando surge su verdad cantaora. Una descarga de menos de tres minutos de puro frenesí cantaor donde La Tremendita dialoga con una Atlántida medio sumergida a la que ni los puristas más recalcitrantes echan cuentas: eso que ahora llamamos folclore.

Es esa tradición oral, esa cultura que no se ha escrito con mayúsculas y que, precisamente por estar escrita en el aire, mantiene viva sus valores originarios, no llegando a sufrir la censura política ni esa otra más sutil del mercado. En las letras y melodías tradicionales, como en ésta de Ciento cincuenta pesos moran los arquetipos del ser humano. Estas letras, estas músicas, son la infinitud de sonidos de la materia, como los definió Falla, y hablan con el lenguaje de la naturaleza.

En ellas conviven con toda naturalidad, como en la vida misma, tragedia, drama y comedia, lo atroz y lo delicado, lo franco y lo sutil, lo ingenuo y lo perverso, la fuerza y la fragilidad, el miedo y el arrojo, pues el miedo es vida, la conciencia de que la vida es un regalo hermoso y frágil. En ellas la muerte y el sexo, como éste que pretende una viuda con el padre cura, la naturaleza y la fantasía se presentan sin solución de continuidad. Estas letras y músicas, que nutren en gran medida el flamenco, nos retrotraen al inconsciente colectivo de Jung, allí donde nuestra razón carece de voluntad y poder. Eso tiene que ver con la infancia, porque cantándolas aprendimos a vivir y a soñar, y con nuestra madurez por tanto, porque a través de ellas nos hicimos seres más completos. El punto reside en vivir plenamente, sin renuncia a los sueños. Ese es el mensaje de lo que hasta hace poco llamábamos folclore y del flamenco: devolvernos lo que la civilización occidental nos ha arrebatado, nuestra animalidad, nuestro sexo, nuestra muerte, nuestra vida. Es decir nuestra naturaleza. En el folclore, en el flamenco, en la voz de La Tremendita, nos volvemos, de máquinas, en hombres. Eso no quiere decir que este disco no esté exquisitamente producido por su propia intérprete y compositora. El flamenco, el folclore, no es tanto un corpus de músicas y letras como una actitud. La Tremendita lo sabe y por eso sus composiciones muestran una sana continuidad con la tradición y conviven con ella de una forma natural.

Con tradición no me refiero a algo fósil, museístico, sino a una cosa rijosa, húmeda, insinuante y peluda que se nos escapa todo el tiempo. El arte de la Tremendita es una actualización y continuación natural de ese tesoro. Pero no se confundan. Es la tradición de la poesía persa clásica para la que La Tremendita ha compuesto una serie de melodías airosas, como en la bulería No me llores, plena de energía y optimismo. Con el piano luminoso de Diego Amador, que le da también la réplica vocal. Con sutiles modulaciones que acercan lo jondo a nuestro tiempo. El cante es una pura declaración de amor y deseo. La tercera de las entregas buleares también es social, es decir, un paso a dos, o a tres. Con José Ángel Carmona, que canta y toca la madola, y el baile de Rocío Molina. Son un buen ejemplo de lo dicho: Rosario la Tremendita ha tomado letras y melodías de la tradición, los cantos de quintos, para un mensaje contemporáneo, el antibelicismo. Lo que canta la mujer, la muchacha, en los cantos de quintos tradicionales, véase lo dicho aquí ("ya se van los quintos, ya se va mi corazón, ya se va quien me tiraba, chinitas a mi balcón"), es que el que mata no ama. Y es que el pueblo, que se sabía carne de cañón, odiaba la guerra. Pero ese odio quedaba solapado en las canciones populares de rueda, labor o en las nanas, mientras que en la plaza pública se declamaba la épica de la Ilíada, Roland o el Mío Cid. Y señores, cómo se rompe aquí el pecho y la garganta esta cantaora.

Los tangos de Triana son unos tangos moros merced a las percusiones maravillosas del Pájaro. Es una canción de desamor. Nuestros viejos le cantaban a su amor y también al coraje que sentían al verse despreciados. Esta última línea es la que sigue en estos tangos estilizados, sutiles, épicos, Rosario la Tremendita. La épica la pone la guitarra metálica, la sonata acústica de Salvador Gutiérrez. Los tangos que dan nombre al disco lo toman, a su vez, de un poema de Hafez Shirazi, el poeta persa clásico, que ha musicado Rosario la Tremendita con exquisitez y maestría. El difícil equilibrio entre la producción exquisita y la naturalidad, la vida. Esa es la sabiduría que tiene esta cantaora. A la voz de Hafez une La Tremendita la de Rumi en los solemnes tientos que tienen ritmo de marcha merced a la batería de Antonio Coronel. Los arreglos instrumentales del corte son brillantes, así como la sutil polifonía, un guiño morentiano, que cierra la pieza. La rumba es, naturalmente, la pieza más lúdica de la entrega, pese a su temática. Un cante en tonos mayores, amable, directo, y pleno de soniquete, con su estribillo coral y todos sus avíos. La voz de La Tremendita más relajada

En el Cante del Centenil es la propia Rosario la Tremendita la que se acompaña a la guitarra para una composición por granaínas, una maravillosa demostración de intimismo y amplitud de registro de la intérprete. La artista ha rescatado para este disco un cante que llevaba 100 años sin entrar en el estudio de grabación: se trata de la malagueña de La Rubia, que expone junto a la del Pena. Un cante sencillo, directo, como era la malagueña decimonónica. La seguiriya es el cante más grave de esta obra, sencillo, directo, aunque de gran complejidad melismática y emocional.

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