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Homenaje
El guitarrista jerezano Manuel Morao habla y sienta cátedra. Y estremece al hablar "de mi gran amigo, a pesar de que Antonio era mi jefe, mi empresario". El tocaor que acompañó junto al cantaor Antonio Mairena a Antonio el Bailarín durante quince años quiere dejar claro algo: "Admiro profundamente esta ciudad y siempre he alabado que Sevilla defiende a los suyos, con razón o sin ella. Pero desgraciadamente a Antonio no le hizo justicia ni le demostró el cariño que sí dio a otros artistas, a los que protegió a capa y espada. Y yo eso quería decirlo públicamente. Porque él fue un artista de los pies a la cabeza y cuando salía a escena nadie podía apartar la mirada".
Sevilla por fin comienza a reivindicar en toda su grandeza y complejidad al mayor genio de la danza española. A una leyenda del flamenco. Al inolvidable Antonio Ruiz Soler (Sevilla, 1921 - Madrid, 1996), evocado ayer por algunos de los mejores coreógrafos, bailarines, bailaores, guitarristas e investigadores españoles. La convocatoria de la Cátedra de Flamencología de la Universidad de Sevilla, que dirige Rafael Infante, desbordó las previsiones y todas las sillas fueron pocas en el salón de actos de la RTVA para ubicar a los estudiantes e intérpretes que acudieron al seminario Antonio Ruiz Soler: su legado.
El foro puso en valor a quien, para la especialista Marta Carrasco, "está al mismo nivel de Nureyev y Nijinsky pero fue olvidado por Sevilla pese a que generó una nueva forma de hacer la danza española". Carrasco moderó la primera mesa, donde Cristina Heeren, Emilio Martí y José Luis Navarro recordaron a aquel niño del barrio de San Lorenzo -nació en la calle Rosario pero pronto se mudó a la esquina de Álvaro de Bazán con Santa Clara, como recuerda un azulejo- que se formó con el maestro Realito, quien lo convirtió en pareja de baile de Rosario, que sería su complemento durante años. Aprendió también con Ángel Pericet y llegó a bailar para la reina Victoria Eugenia. Con siete años era un niño prodigio, aclamado en el Teatro Duque de Sevilla.
"Fue un artista de los pies a la cabeza y cuando salía a escena nadie podía apartar la mirada"
La fama nacional le llegó cuando Madrid lo catapultó como integrante con Rosario de los Chavalillos Sevillanos. Con esa marca ambos firmaron el contrato que, en 1937, les permitió huir de la guerra civil y les llevó durante doce años a actuar por América Latina y Norteamérica. "El mundo se rindió ante ellos y él absorbió cuanto pudo del cine musical americano y de estrellas como Gene Kelly y Fred Astaire. Fue el mayor genio de la danza española y gracias a sus numerosos viajes filtró para el baile del futuro todos los caminos que había visto en América", valoró Rafael Estévez, exdirector del Ballet Flamenco de Andalucía, que analizó junto a Valeriano Paños, Maribel Gallardo y Antonio Márquez la pervivencia de su baile. La suite de Sonatas del Padre Soler, tan estudiadas y reivindicadas por Estévez y Paños, son otra de las joyas coreográficas de Antonio, al que ellos recordaban haber visto por primera vez en las imágenes de Duende y misterio del flamenco (1952) de Edgar Neville, "una película que nos cambió la vida".
En la jornada se habló mucho de maestros, respeto, transmisión y memoria. De la importancia de asimilar la herencia pero sin mimetizarse con ella, imprimiéndole un sello propio. "Podemos ser respetuosos con el estilo del maestro pero sin dejar de tener nuestra propia personalidad". Tal fue el consejo del exdirector del Ballet Nacional de España (BNE) José Antonio, que inició su carrera en la compañía de Antonio el Bailarín y analizó su legado junto a Rosalía Gómez, crítica de danza de Diario de Sevilla. José Antonio recordó que "tuve el privilegio de heredar las coreografías que Antonio iba desechando, bien por edad o porque ya no quería bailar con zapatillas. Soy muy poco mitómano pero es el artista más dúctil que he conocido. Aún recuerdo cuando le vi bailar por última vez la Fantasía Galaica en los años 60".
Antonio el Bailarín pudo regresar a España desde América gracias al éxito de sus actuaciones en Sevilla y Madrid en 1949, a partir de las cuales le llovieron contratos por toda Europa. En 1952 rompió con Rosario y montó en el estudio de la calle Montera de Madrid su propia compañía, Antonio Ballet Español, que debutó en el Festival de Música y Danza de Granada. "Antonio fue siempre bastante inflexible en sus montajes porque era un empresario al frente de una compañía no subvencionada que salía adelante con el esfuerzo individual", recordó José Antonio.
Con esa compañía fichó a Morao y Mairena, "con los que se volvía loco bailando por tangos", como recordó el investigador Juan Manuel Suárez Japón, y vivió sus grandes años como coreógrafo y bailaor. Creó el martinete como estilo de baile -estaba reservado al cante- y montó sus grandes hitos, como su versión de El sombrero de tres picos de Falla. Maribel Gallardo, que ha asumido todos los papeles femeninos de esa obra -desde el cuerpo de baile a solista- , queda en el recuerdo como una de las mejores Molineras de la historia del BNE. "Antonio imponía respeto pero con duende. Era un dios cuando entraba por la puerta, la imagen de un genio", glosó la gaditana.
Fue emotivo el relato que José Antonio hizo del estreno de la Galaica de Ernesto Halffter en la Scala de Milán.Corría el año 1967 y él y Luisa Aranda se encargaron de bailarla en un programa doble de ópera y ballet que abría Cavalleria Rusticana dirigida por Karajan. "El maestro Halffter estuvo en el estreno, pletórico con el trabajo coreográfico de Antonio".
Antonio Márquez, otro de los referentes de la danza española, conoció al homenajeado cuando ingresó en la escuela del Ballet Nacional -que Antonio dirigió después de Gades, de 1980 a 1983-, situada en el actual Museo Reina Sofía. "Dominó los cuatro estilos de la danza española (danza estilizada, escuela bolera, folklore y flamenco). Yo absorbí su legado gracias a mi maestro José Antonio. A ambos los homenajeo cada vez que subo a un escenario y especialmente a Antonio cuando bailo el Zapateado de Sarasate".
Ese icónico Zapateado estrenado en México en 1946 fue el que el sevillano Francisco Velasco, bailarín principal invitado del BNE, recreó con toda su gama de colores en la brillante clausura de este seminario que ha hecho justicia e historia. Su realización culminará en 2021 con un Congreso que analizará el perfil humano y artístico de Antonio y rescatará el rico legado material que aún está por ordenar. El trabajo es arduo pero el entusiasmo de Manuel Curao, Rafael Infante, Rosalía Gómez y Marta Carrasco, principales promotores de este acto, ha desbrozado al fin el camino.
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