Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Con la Reconquista cristiana de Jerez en 1264, Alfonso X se vio obligado a dejar por escrito quiénes serían los herederos de aquellas tierras habitadas por los musulmanes desde el año 711. De este modo, el Libro de Repartimientos de Casas y Heredades de Xerez, detalla minuciosamente cómo nobles, soldados, altos cargos militares, eclesiásticos y el pueblo llano se harían cargo desde aquel momento de habitar y mantener el legado obtenido por el Rey Sabio tras la intervención militar.
Actualmente, el libro que se conserva no es el original -siglo XIII-, sino una copia de 1338 que se custodia en el Archivo Municipal de Jerez y que actualmente acaba de ser intervenido por el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (IAPH) en la capital andaluza.
El libro, que llegó a la sede sevillana en torno a finales de 2003, ha sido restaurado por Rocío Hermosín y Mónica Santos con la colaboración de la historiadora María Campoy y Andrés Alés, que se ha encargado de restaurar el encuadernado, que a pesar de ser del siglo XX "llegó al IAPH con la piel en estado de descomposición, lo que causaba la pulverización del material", según Alés.
El ejemplar, afirma Hermosín, "está realizado con un papel hispanoárabe típico de la época medieval andaluza pero del que se conservan pocos ejemplos, y en cuanto a los elementos gráficos y las tintas, son metaloácidas y muy comunes en Europa desde la época romana hasta comienzos del XX". En cuanto a la encuadernación, "es curiosa porque fue realizada en 1964 por una mujer -Josefina L. Díez Lassaletta-, algo poco corriente en esa época", dice Hermosín. Aunque, según añade María Campoy, "el libro ha tenido varias encuadernaciones en su historia de entre las cuales sólo existe documentación de una en 1579 y otra en 1778".
El Libro de Repartimientos de Casas y Heredades de Xerez, que ya se encuentra digitalizado, ha llegado al IAPH "con dos causas de deterioro muy importantes", según Hermosín. "El escrito traía pérdidas de materia, desgarros y lagunas provocadas por un ataque de microorganismos causados por la acción de una humectación prolongada", dice. Además, "la aplicación de unas reparaciones realizadas con criterios obsoletos le hicieron mucho daño, ya que se aplicaron productos y adhesivos que no han podido ser retirados del todo y que han envejecido mal", añade.
Por su parte, Campoy, que reconoce la importancia del escrito "por su gran valor documental", cree que "Lassaletta recompuso el papel del libro por estética y se inventó una serie de signos que imitaban el castellano antiguo sin tener ningún significado". Este hecho ha obligado a las restauradoras a eliminar todos los elementos añadidos y reparaciones que se le hicieron en los años 60, además de tener que realizar un desmontaje previo, un estudio de estructura y limpieza de la suciedad sólida superficial.
Según añade Hermosín, una vez realizado ese proceso previo, " los folios se han sometido a un lavado acuoso y a un tratamiento de desadificación y aplicación de reserva alcalina para eliminar los ácidos que por su propio envejecimiento ha producido el papel y evitar acidificaciones futuras". Tras este proceso complejo, las restauradoras han aplicado un adhesivo consolidador y han proseguido con la recomposición material de folios, ya que "muchos llegaron partidos o con grietas" y posteriormente han aplicado refuerzos y reinjertos donde faltaba soporte original, aunque "nunca se reintegra cromáticamente por cuestiones de criterio", concluye Hermosín. Posteriormente se acaba el trabajo con el plegado de los bifolios y el montaje del bloque, que pasa posteriormente al encuadernador, aunque en esta ocasión, Campoy se ha encontrado la anécdota de tener que invertir un folio que había sido mal colocado en alguna intervención anterior.
Una vez reparado el bloque, se pasó a la restauración de una cubierta procedente de 1964 y que se ha conservado en "muy mal estado" por la "falta de un mantenimiento adecuado", asevera Alés.
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