'El lector de Julio Verne' o las imágenes de la memoria
La madrileña Almudena Grandes presenta en Sevilla la segunda entrega de sus 'Episodios de una Guerra Interminable'
Cuenta Almudena Grandes que en el origen de todas sus novelas primero hay imágenes. En El lector de Julio Verne (Tusquets) dos son la génesis de este texto: la de los pies de un niño de nueve años -enclencle y bajito para su edad- que cuelgan de una silla, en la que sentado sobre un tomo de la enciclopedia, y en una espartana mesa, aprende a conciencia a escribir a máquina; y la otra es la imagen de unos billetes de 20 duros firmados con tinta china, indeleble, con la leyenda Así paga el Cencerro, el particular "yo estuve aquí" de este legendario guerrillero de la serranía de Jaén.
"En un viaje de 2004 a Marruecos, mi amigo Cristino Pérez Meléndez, hijo de guardia civil de una casa cuartel de un pueblo de la Sierra Sur, me contó un historia de su infancia en la que vi inmediatamente una novela", que a la postre se ha convertido en el título que ayer presentó en la Feria del Libro, acompañada de su amigo, el periodista Juan José Téllez, y con lleno hasta la bandera por un público que, animado por la bajada de temperaturas, se mostró deseoso de compartir los entresijos de esta obra. Es este título la continuación -tras Inés y la Alegría- de la saga Episodios de una Guerra Interminable, su interpretación de la posguerra española que tiene los Episodios Nacionales de Pérez Galdós como referente, y que en este volumen -de un monumental proyecto de seis- se detiene en el llamado Trieno del Terror, de 1947 a 1949. "El miedo es el protagonista de la novela, porque condiciona la relación entre familias, entre vecinos, con uno mismo", cuenta la madrileña. "La dictadura -recuerda- ejerció una represión atroz entre la gente que ayudaba a los guerrilleros y para que esa represión fuera eficaz el terror vehiculaba la sociedad de arriba a abajo" y pese a la crueldad de las imágenes, Grandes no ha pretendido escribir "una novela de terror, ni solemnemente triste" porque, dice, "es también una novela de esperanza", la que representa Nino, personaje inspirado libremente en la vida de su amigo.
Cristino escuchó de pequeño "cosas que un niño no debía escuchar: los gritos de los detenidos en las noches de redada en el cuartel" y una conversación en la que su padre le mostró a la madre la preocupación por que el niño no crecía "y no daría la talla para ser Guardía Civil", por lo que con la "lógica conmovedora" del país "pobre y digno que fuimos" -"no como ahora, que somos un país de nuevos ricos empobrecidos"- el padre quería que su hijo aprendiera francés y mecanografía, saberes que, vaticinaba, le abrirían las puertasde algún despacho donde le llamarían "don Cristino". En la persona de este amigo, ahora convertido en Catedrático de Psicología de la Universidad de Granada, Grandes retratará un país "donde nadie puede elegir su destino" y donde, sin embargo, Nino "encontrará una conjunción de vientos favorables que le permitirán tener un futuro diferente", a partir de las experiencia con personajes como Pepe el Portugués, que le ayudará a hacerse mayor a través de consejos como "ordenar mucho y tener poco para que la casa parezca siempre limpia", o doña Elena, que le abrirá las puertas de la literatura -razón del título de la novela- a partir de una biblioteca hecha con cajones de fruta.
Porque es ésta una novela sobre la posguerra, sí, sobre el pasado de un país que no termina de darlo como tal, pero es "ante todo, un tributo a las novelas de aventuras", acaso menores que las que se fraguaba alrededor de la vida del niño, al fin, una "reflexión sobre la libertad a través de los libros y la imaginación, vías de escape para el infierno que le tocó vivir". No hay mayor canto a la literatura que éste en una Feria del Libro que hoy toca a su fin.
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