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Landero y la farsa de los amores sublimes

Literatura

El escritor regresa con 'Una historia ridícula', crónica de la enajenación que supone enamorarse.

"Si acercamos una lupa a nuestras pequeñas cosas", asegura el autor, "todo parece un sainete"

El escritor Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948), la pasada semana en una visita a Sevilla. / Juan Carlos Muñoz

"Yo tenía una vida cómoda y asentada y vino el amor y en un momento lo echó todo a rodar, todo el tinglado de mi vida quedó reducido a escombros, a despojos", confiesa el protagonista de Una historia ridícula, la nueva novela de Luis Landero, una crónica de la enajenación que supone enamorarse, contada con la soberbia prosa, el humor afilado y esa mirada compasiva y certera a los personajes que caracteriza al autor extremeño. Marcial, profesional de la industria cárnica, conoce a Pepita, licenciada en Arte que prepara "un libro sobre no sé qué colores y geometrías en la pintura contemporánea", y así arrancará un delirio en el que Landero explora, algo que dice su antihéroe, "la propensión que tiene el hombre para convertir el mundo en farsa". Tras la emotiva y honda El huerto de Emerson, el narrador vira hacia la risa (congelada) para confirmar lo que ya se sabía: que es uno de los grandes.

"El amor sublime es en verdad una catástrofe, no me cansaré de repetirlo", sostiene Marcial, que cree que "deberían tratarlo los profesionales de la psique, y cubrirlo la Seguridad Social". Landero, que presentó su libro la semana pasada en la Feria del Libro de Tomares, pone distancia en su charla con ese concepto. "El amor sublime... Yo lo conocí en mi adolescencia, después lo he entrevisto un par de veces, pero sólo lo he entrevisto y he huido asustado de lo que podría haber sido una catástrofe. Sí, ese arrebato al que cantan los poetas, que aparece en los folletines y en las películas románticas, ese tipo de amor que es pura idealidad y es excluyente, porque excluye todo lo demás, y es devorador... yo no sé si eso es real o no", analiza el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Narrativa. "Lo viví en la adolescencia, como digo, pero un adolescente no es fiable, un adolescente es un ser propenso al desastre. Así que, de acuerdo, el amor sublime debería ser tratado como una pandemia [ríe], pero también hay otro tipo de amor, que es el de andar por casa, el cotidiano, un amor pactado entre los sueños y la realidad, una situación en la que participan elementos más llevaderos", opina.

"Qué bien se complementan lo cómico y lo trágico en esta desdichada especie a lo que pertenecemos", reflexiona Marcial, y en las páginas de Una historia ridícula se funden la carcajada y el pesimismo. "El humor siempre es amargo", juzga Landero. "Freud aseguraba que era la máscara de la desesperación, y creo que no le falta razón. Y Schopenhauer decía que la vida del individuo vista en su conjunto es trágica, que nuestro destino lo es, pero si acercamos una lupa de aumento a las pequeñas cosas, a los enredos en los que nos metemos, entonces todo parece un sainete. Pero las pequeñas cosas, lo sabemos por Kafka, pueden convertirse también en pesadillas, en algo obsesivo, infernal. No lo sé, no estoy seguro, pero moverse entre lo trágico y lo cómico tal vez sea el lenguaje de la literatura", afirma el autor de Juegos de la edad tardía o El balcón en invierno.

Y los asuntos del corazón son un material inflamable en este sentido. "Todos los amores, vistos de cerca, son sublimes; vistos de lejos, son ridículos y están llenos de cursilería. Sólo hay que fijarse en el lenguaje amoroso, eso de vida mía, cuánto te quiero, esos diminutivos que se usan, cielito... si los vives desde dentro son estupendos, pero cuando te distancias te repele su sensiblería. Y con el sexo pasa lo mismo. Con perspectiva parece una lucha entre dos personas, ante la que te preguntas qué buscan estas criaturas que no encuentran, tanto escarbar el uno en el otro".

"Todos los amores, vistos de cerca, son sublimes. Vistos de lejos son ridículos y llenos de cursilería"

Como le sucede a otras creaciones de Landero, Marcial es un tipejo tan mezquino como adorable, alguien que resulta grotesco en su desesperado afán de ser querido. "Sí, yo creo que pertenece a la familia de mis personajes", concede el escritor, antes de añadir un rasgo común en ellos: "En mis libros abundan las personas a medio formar, que no son especialmente cultas, porque es la gente con la que yo he convivido. Yo hasta casi los 30 años no traté con gente ilustrada, salvo Machado, Juan Ramón, Cervantes... A mí me salen este tipo de personajes que no tienen estudios pero sí ínfulas culturales, que albergan sueños y quieren ser más de lo que son. Personajes a los que la vida les condena a una insatisfacción crónica, porque nunca van a ver materializadas las ambiciones".

También con la galería de secundarios el novelista plasma la extrañeza de la condición humana: memorable es el vecino que saca a pasear al perro sólo para ponerse "ciego de comer" en los bares, como un Saturno que en vez de devorar a sus hijos aplaca su ansia con albóndigas, calamares y cochifrito. "Todos llevamos en secreto nuestras pequeñas miserias. No hablo de grandes miserias, de crímenes ni nada por el estilo, sino de esas manías, obsesiones, que forman parte de nuestras crónicas secretas, de aquello que nos guardamos. Me gustan los personajes que tienen apariencia de normalidad, pero si hurgas en ellos encuentras comportamientos extravagantes. Todas las vidas poseen su atractivo, en esto yo comparto algo que sostenía Chéjov, que la responsabilidad del escritor es hacer interesante a la gente vulgar. La manera de conseguirlo es ahondar en sus flaquezas, en sus defectos, sus lados débiles, que al final son las cosas que hacen a las personas originales y distintas".

Cubierta del libro. / D. S.

Una historia ridícula, publicada por Tusquets como es habitual en la carrera de Landero, aborda el peso que el juicio de los demás tiene en nosotros. "Son los otros los que nos hacen y deshacen", señala Marcial, y lo suscribe Landero. "Nosotros no somos conscientes de cómo somos, ni siquiera físicamente. Vamos por la calle y nos sorprende nuestro reflejo en un escaparate. Los demás son quienes nos definen, y tenemos que luchar a menudo con el peso que tiene la mirada ajena", sopesa Landero, que con el regreso al humor se siente como "el actor que un día interpreta una tragedia y otro día una comedia. El huerto de Emerson emitía luz, yo lo sentía mientras estuve con ella, y me lo corroboraron los lectores. Este me ha salido con muchos claroscuros, más sombrío, unas sombras mitigadas por la comicidad. El huerto... hablaba de mí, y aquí siento que Marcial es un títere que yo manejo. Son obras muy distintas pero con algo en común, que en ambas he disfrutado escribiendo".

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