Lady Tyger: un 'uppercut' a los prejuicios
Lady Tyger | Crítica
Silvia Cruz Lapeña recoge la ardua lucha de Marian Trimiar, pionera del boxeo femenino y primera mujer que consiguió la primera licencia para boxear profesionalmente en Nueva York
La ficha
'Lady Tyger. Es mi cuerpo y es mi vida'. Silvia Cruz Lapeña. Libros del K.O. Madrid, 2020. 104 páginas. 12 euros
Conviene partir de la dedicatoria que Silvia Cruz Lapeña incluye al comienzo para entender que este libro está escrito para encontrarnos de frente con nuestros prejuicios: "A la memoria de Manuel Alcántara, que no veía combates femeninos". La muerte llegó antes de que el mejor cronista de boxeo que conoció la prensa española (amén de articulista, poeta y maestro de varias generaciones de plumillas) pudiera leer las páginas de Lady Tyger. Es mi cuerpo y es mi vida (Libros del KO); por eso hoy fantaseamos con el encuentro que ambos hubieran protagonizado para debatir sobre boxeo, periodismo y los golpes de la vida ("este es un deporte que no interesa a nadie pero todos usan como metáfora", escribe la autora). Pero como tantas otras cosas, esa estampa ocupa ya el terreno de la ficción y no es ése un género que cultive Cruz Lapeña, siempre fiel a su vocación por explicar el mundo que ve y escucha.
Con la agilidad y la profundidad de un buen uppercut, la autora, dueña de una de las voces más interesantes y singulares del periodismo actual, se sirve de la vida de Marian Trimiar, boxeadora negra pionera en conseguir una licencia profesional en Nueva York en 1978, para retratar la sociedad norteamericana del último cuarto del siglo XX, racista y profundamente desigual pero, sobre todo, incorregiblemente machista, especialmente en el mundo del deporte femenino y de manera atroz en el de las 12 cuerdas.
Así queda reflejado en este título, a medio camino entre el reportaje de largo aliento y la heterodoxa biografía, con el que Libros del K.O. estrena la colección Héroes & Villanos/Heroínas & Villanas, para rescatar vidas orilladas por el peso de la Historia canónica, existencias sobre las que nadie ha reparado hasta ahora; un perfil, en este caso, trazado en perfecto equilibrio entre el pulso narrativo y el concienzudo trabajo de hemeroteca a pesar de lo poco que trascendió la carrera de Tyger en la prensa de la época, por mujer, negra y pobre, claro está.
"Lady Tyger quiere ser única. Quiere titulares. Quiere triunfar. Pero también quiere que puedan hacerlo las demás", escribe la periodista sobre el verdadero motor que movió a ajustarse los guantes de boxeo a esta muchacha nacida en el Bronx en 1953 y formada en el instituto de Manhattan en que estudiaron, cuando era un centro educativo de prestigio, Lauren Bacall y Patricia Highsmith. "Claro que exigir mi licencia para boxear tiene que ver con el movimiento de liberación de la mujer", defendía.
Por eso en este libro el boxeo y sus miserias son el marco a través del que adentrarse en la lucha por la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres. Sólo así se entiende que la primera referencia en un periódico del combate entre dos mujeres datara de 1722 en las páginas del London Journal, el primer encuentro sobre un cuadrilátero en Nueva York no llegara hasta 1876, año en el que el New York Times tituló "Un combate de boxeo femenino: una novedad y una exhibición absurda"; y que hasta los Juegos Olímpicos de Londres en 2012 no se incluyera en las categorías femeninas. Nada nace de repente; ese logro no es fruto del azar ni de modas, sino de la tozudez y tesón con que Trimiar, y otras mujeres de su generación como Jackie Tonawanda y Cat Davis, pelearon contra los prejuicios.
Trimiar libraba esta lucha por ella y por todas las que han venido después. De ahí que aprovechara el interés morboso de la prensa sobre su figura –una joven rapada a la que le faltaba un diente– para reivindicar la batalla de la mujer por la igualdad en un mundo en el que ni los iconos sociales compartían su lucha. "Las mujeres que se dedican a deportes físicos como el boxeo hacen el resto de las cosas como hombres", recoge la autora sobre la opinión de Muhammad Ali, un ídolo que nada hizo por la defensa de las boxeadoras, ni siquiera para alzar la voz por sus compañeras negras ni años después a favor de su hija, Laia Ali, a la que advirtió que era demasiado guapa para pelear. Lo cierto es que para cuando Lady Tyger se subió por primera vez a una lona, Ali ya "había dejado de ser la estrella que molestaba al poder para ser la estrella a quien el poder pone calles y museos". ¿Ignoraba Cassius Clay a estas mujeres por ser mujeres o porque había relajado su lucha a favor los derechos civiles? Trimiar solía repetir: "De todos los ismos, y los he conocido todos, el peor es el machismo".
Por eso se asiste a la lectura del libro como al de un combate sostenido a lo largo de los años en el que esta mujer, que logró el título de campeona mundial de peso ligero, trata de esquivar los golpes y de evitar convertirse en una pieza más del espectáculo y la tentación del dinero fácil; una lucha por la dignificación que la llevó incluso a mantener una huelga de hambre durante un mes, nueve años después de conseguir su licencia oficial, para llamar la atención sobre el incumplimiento de sus derechos como boxeadora profesional.
Escribió Alcántara que "el boxeo es el arte de quitarse a golpes el hambre", aunque ni eso llegó a cumplirse en el caso de Trimiar, que tras 13 años intentando sin descanso dedicarse profesionalmente al boxeo abandonó a los 34, tuvo un hijo que se suicidó en 2010 en la cárcel tras ser condenado por abuso de menores y no pudo recoger en 2014 el galardón de la Asociación de Boxeo Femenino porque ni siquiera tenía dinero para pagarse el viaje.
"A menos que las mujeres reciban más reconocimiento, lucharemos como una novedad para el resto de nuestras vidas". Y en esas seguimos.
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