Sobre lacayos y dioses

Hasta Mozart, los compositores se limitaban a complacer a sus clientes. Desde Beethoven, es el artista quien les dicta el canon artístico. El proceso de imparable ascenso social del músico es el tema de este fascinante libro editado por Acantilado.

Lienzo de Josef Danhauser (1840). Frente a un busto de Beethoven, Liszt toca el piano ante Alexandre Dumas, Victor Hugo, George Sand, Paganini y Rossini.
Pablo J. Vayón

13 de junio 2012 - 05:00

El triunfo de la música. Tim Blanning. Trad. Francisco López Martín. Acantilado. Barcelona, 2012. 576 págs, 29 euros.

8 de junio de 1781: tras algunos desencuentros con sus superiores de Salzburgo, Mozart se presenta en la Casa Alemana de Viena, donde pasa unos días el Arzobispo Colloredo. Su intención es la de solicitar audiencia para entregarle personalmente al príncipe su carta de dimisión, pero se interpone el Conde Arco, maestro de cocina de la Corte, que, pese a su aparente buena relación con el músico, lo pone en la calle con una patada en el culo.

5 de junio de 2012: con motivo de la celebración de los 60 años de reinado de Isabel II de Inglaterra, un escenario montado a la puerta del Palacio de Buckingham acoge un concierto de más de tres horas de duración, al que asisten diez mil escogidos invitados. Más de medio millón de personas lo sigue a través de pantallas gigantes montadas a tal efecto. En el transcurso del espectáculo, Alfie Boella y Renée Fleming interpretan Summertime desde uno de los balcones de palacio y el grupo Madness actúa en una plataforma situada en el tejado.

Estos dos hechos, separados por casi dos siglos y medio, nos hablan de una transformación social sin precedentes que ha convertido a los músicos de lacayos en príncipes, de servidores sumisos de los poderosos en rebeldes consentidos del sistema. Toda una inversión de las jerarquías que conoce uno de sus puntos culminantes en 1876, cuando al primer Festival de Bayreuth acuden el emperador alemán Guillermo I y varios miembros de la realeza de todo el mundo. Ningún artista antes de Wagner había conocido un honor similar. Ya no es el músico quien se acerca a la casa del rey a solicitar un puesto de trabajo, sino el rey quien marcha humilde al encuentro de un artista sacralizado.

Este proceso de imparable ascenso social del músico es el tema de este libro. Tim Blanning empieza colocando el foco en ese paso esencial que tan bien había estudiado ya Norbert Elias: el del arte artesanal al arte artístico, que tiene lugar a principios del siglo XIX. Mozart se rebeló contra su situación subordinada, haciéndose compositor libre en una Viena que, tras un período inicial de idilio, acabó castigándolo por su osadía. Su muerte solitaria y su entierro en la más estricta intimidad contrastan significativamente con las postrimerías de Beethoven, que mantuvo en vilo a la sociedad europea, y con sus pompas fúnebres, para las que incluso se declaró un día de luto oficial. El cambio se había ya operado y sería irrevocable: hasta Mozart, los compositores se limitaban a complacer a sus poderosos oyentes, que le imponían su canon artístico. Desde Beethoven, es el artista quien lo dicta, reivindicando la preeminencia absoluta en esa relación con sus potenciales clientes.

Señala bien Blanning la secularización progresiva de Europa como un factor coadyuvante en esta transformación: los artistas (y específicamente los músicos) empezaron a ocupar en la sociedad el espacio dejado por Dios. Así hasta Wagner… y más allá. Pues la sociedad de masas del siglo XX acabó por convertir a los músicos más populares en ídolos caprichosos y multimillonarios, que accedieron además a la aristocracia (en el Reino Unido) con una facilidad que Blanning demuestra al aportar un listado no exhaustivo de títulos nobiliarios, repartidos por igual entre compositores clásicos, cantantes de ópera, directores de orquesta o figuras del rock y del pop. La creciente influencia social de muchos de estos héroes casi divinizados alcanzó el ámbito de la política. Líderes de todas las tendencias buscaron la compañía de los grandes fenómenos del britpop y a menudo sufrieron por ello sus desplantes. Pero también se dio el fenómeno contrario: músicos que aprovecharon su influencia para montar plataformas políticas tan formidables como las construidas por Bob Geldof o Bono en torno a proyectos asistenciales.

El Romanticismo como gozne del cambio sirve también al analizar la evolución de los espacios destinados a la música (del palacio al estadio), pero cuando toca el turno a la tecnología conviene situarse en época mucho más reciente, incluso en el futuro, pues Blanning profetiza: "…sean cuales sean los avances tecnológicos que haya en el futuro, el arte que más probablemente se beneficiará de ellos será la música". Son estas dedicadas a analizar el impacto en la música de la radio, la televisión, el cine, la electrónica y los distintos medios de reproducción, páginas lúcidas y cargadas de datos y referencias, aunque también incurra el ensayista en alguna contradicción. Ante el hecho evidente de que en las rápidas transformaciones de los últimos cien años ha habido muchos músicos perjudicados, se defiende Blanning: "Este es un libro sobre el triunfo de la música, no de los músicos", olvidando así buena parte del resto de su obra.

La última parte del libro, la dedicada a la liberación (nacional, racial, sexual) es acaso la menos convincente, pues parece invertir el sentido del estudio: queda muy claro lo que la música hizo por el nacionalismo, las patrias, el abolicionismo o el movimiento homosexual, pero no lo que ellos hicieron por el triunfo de la música, una realidad que, en último término, parece hoy por hoy incuestionable. A veces, las noticias vinculadas a la industria nos hacen perder la perspectiva. Así que hay que repetirlo una vez más: jamás se ha escuchado tanta música como hoy, nunca ha estado la música tan presente en nuestra vida cotidiana. Vivimos literalmente envueltos en música, hasta un punto que roza lo intolerable y que nos hace a muchos desear la llegada del día en que podamos celebrar el triunfo del silencio.

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